CONTAGIO EN ALTA MAR: El octavo pasajero
Tras un extraño día de trabajo, la tripulación de un barco pesquero disfruta de una merecido cena. De fondo, risas y cháchara confusa, o como suele decirse: la calma después de la tormenta. Al menos eso creeríamos sino hubiésemos visto a John Hurt en Alien o a un colosal Kraken submarino, más bien monstruo, apresar un navío durante horas para, en un momento dado, soltarlo como si nada. Como dice, Hermione Corfield, la protagonista: “No tiene ningún sentido que un depredador suelte a su presa”.
Contagio en alta mar no es la excepción y lo terrorífico se adueña de esta aventura marina que recoge todo lo que se le puede pedir a una película con el sello del Festival de Sitges: fantasía, suspense, terror y también horror: sangre, para entendernos mejor. Esto último es más fugaz que otra cosa, pero no por ello menos impactante; de hecho, esa parte, la del banquete, es sin duda la mejor y más dolorosa escena de una cinta claramente descendente. Durante el primer tercio de película crea unas expectativas que en el último acto precipita por la borda. Es una pena. La duración, aun así, no es excesiva y en ningún momento llega a naufragar.
Lo otro más interesante seguramente sea el dilema en torno a la cuarentena y al contagio en masa que podría propiciar la irresponsabilidad de los tripulantes. Una reflexión que no puede estar más en sintonía con la actualidad, pero como ya había he dicho antes, no deja de ser un lugar común del género: Alien, La cosa… Aunque aquí, la fórmula funciona y no se hace repetitiva, sobre todo, gracias a una ambientación claustrofóbica bastante lograda que consigue, sin muchos medios, transmitir esa sensación de angustia e incertidumbre que caracteriza al mar.
En definitiva, una película perturbadora que sugiere más que enseña y eso es algo de agradecer en el terror alejado del puramente comercial que inunda las salas. Seguramente sorprenda a los más escépticos. Sin lugar a dudas la película de terror más interesante del mes.
Guillermo Asenjo Lara
