LOS NIÑOS DE WINTON: La grandeza del ser humano

Los niños de Winton nos cuenta una historia real, la de un corredor de bolsa llamado Nicholas Winton que en su visita a Checoslovaquia en la década de los 30 se da cuenta de la cantidad de niños que están expuestos a la amenaza de los nazis, ya que las familias están intentando emigrar a Praga. Y ve que se le presenta la oportunidad de poner a salvo a muchos de ellos. Va a ser complicado porque las autoridades les exigen pasaporte para enviarlos a Londres, con fotografías y documentación real de cada uno de ellos, además de la seguridad de que van a tener una familia que los acoja.

Hay mucho trabajo que hacer pero Nicholas y su equipo, en el que se encuentra su propia madre (Helena Bonham Carter) van a lograr lo imposible. Llamada tras llamada para conseguir donativos para llevar a cabo la operación, convencer a muchos padres para que les dejen separarse de sus hijos por el bien de los niños, localizar familias dispuestas a tenerlos bajo su techo… no fue sencillo pero Nicholas logró de este modo poner a salvo a 669 pequeños del horror del holocausto.

Aún así, Winton estuvo el resto de sus días atormentado por aquellos a los que no pudo salvar. Esos niños que se quedaron en Checoslovaquia debido a la entrada de los nazis en la ciudad, que ya impidió seguir la evacuación de los que aún estaba previsto que se marcharan.

‘Aquel que salva una vida es como si salvara al universo entero’ escuchamos en La lista de Schindler porque es la inscripción que aparece en la Medalla de los Justos, y aquí volvemos a oírla. Nicholas Winton salvó muchas y aún así para él nunca fue suficiente. Pero su hazaña perdura en la memoria de aquellos a los que ayudó y de todos los que, desde entonces, hemos conocido su historia.

Nicholas Winton de jovencito (Johnny Flynn) y su madre (Helena Honham Carter)
Nicholas Winton de jovencito (Johnny Flynn) y su madre (Helena Honham Carter)

Muchos lo hicieron gracias a la novela que escribió su hija, Bárbara Winton, titulada One Life: The true story of Sir Nicholas Winton, otros lo harán con su adaptación al cine, de cuyo guión se encargan Lucinda Coxon y Nick Drake para la película del mismo título en inglés que en España se ha traducido como Los niños de Winton, al final sabréis por qué. La dirige James Hawes, un especialista en rodar episodios de las mejores series del momento, caso de Raised by wolves o Slow Horses, que ahora se hace cargo de esta cinta humanista con Anthony Hopkins al frente del reparto.

Hopkins interpreta al Winton anciano, ese que a pesar de vivir en las mejores condiciones posibles tiene la honda herida de no haber podido hacer más en el pasado. Le duele cada día, se le nota. Es un héroe pero él le quita importancia a lo que hizo. Pudo haber hecho más, estuvo a punto de hacerlo, y eso le atormenta. Para él eso es lo que realmente importa, lo que le faltó por hacer, lo otro simplemente se hizo.

Anthony Hopkins en un trabajo que de nuevo hubiera merecido el Oscar, como mejor actor secundario, porque comparte metraje con Johnny Flynn, el Winton joven al que vemos realizar toda la operación de salvamento de niños. Hopkins es un titán que a medida que envejece le va dando una dimensión excepcional a sus personajes. Tiene un carisma y un dominio de la escena apabullantes. De modo tal que sólo verlo ojear su álbum de recuerdos nos sobrecoge. No hace nada más, no dice nada, sólo observa, pero vemos ese pasado en sus ojos, en su forma de mirar, de tratar con mimo esa reliquia. Al igual que el momento en el que lo vemos llorar. Llorar de verdad, sin ese ruido esperpéntico con el que muchos actores hacen creer que están llorando. Sientes tú también el dolor de ese Winton que transmite desoladoramente su impotencia. Ese Winton que poco a poco vemos cómo se hace pequeñito porque a medida que crece su leyenda él se quita importancia. Que Anthony Hopkins no haya estado presente en la temporada de premios por este trabajo es delirante.

Los niños de Winton es una película especialmente emotiva. Su carcasa de telefilme, porque no deja de ser eso, le otorga una sensiblería a prueba de clínex. No se trata de una cinta fría como La zona de interés, es un relato cercano que va encogiendo el alma cada vez que vemos a un niño separarse de su familia. Hawes, su director, se entrega a la causa de que empatices con los acontecimientos, de que no olvidemos que aquel horror ni está tan lejano ni debemos volver a él. Presente y pasado se van mezclando en el relato para ofrecernos la huella de lo que Winton fue capaz de hacer y cómo lo hizo, aunque en su conjunto no se acaben de explicar del todo algunos detalles. Pero lo importante es el mensaje, el hecho en sí, la hazaña que en el presente de la película tanto se le agradece.

Salimos conmocionados de Los niños de Winton. Tanto si conoces la historia como si no, la II Guerra Mundial tiene una dimensión narrativa tan brutal que no puedes permanecer ajeno a lo sucedido, te tienes que implicar emocionalmente, ya sea a través del terror de lo cotidiano que expone La zona de interés como en la explosión de sensibilidad que genera Los niños de Winton. Como todas las historias de los héroes cotidianos que no quieren reconocimiento pero lo obtienen, resulta ser una catarsis que nos hace darnos cuenta de que en los peores momentos las buenas personas dispuestas a todo por salvar a los demás son el ejemplo en el mirarnos y del que aprender. Y cuando el cine pone su foco en ellas no sólo se hace aún más justicia, también nos abre los ojos ante la grandeza que puede alcanzar el ser humano.

Silvia García Jerez

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