EL SUCESOR: Herencias envenenadas

El sucesor, segundo trabajo de Xavier Legrand como director de largometrajes tras la sobrecogedora Custodia compartida, nos devuelve a la tensión narrativa que se genera en el ámbito familiar cuando éste se convierte en un territorio hostil. Si en Custodia compartida conocíamos a Antoine (Denis Menochet, el francés de As bestas), el padre y marido maltratador de Julien (Thomas Gioria) y Miriam (Léa Drucker) respectivamente, y nos hacía atravesar un infierno con su conducta, sobre todo en el tramo final de la película, en El sucesor vamos a conocer a Elías (Marc-André Grondin), que acaba de ser nombrado director artístico de una prestigiosa marca de moda pero que en pleno auge en su profesión le descubren a una dolencia en el corazón que lo más seguro es que haya heredado de su padre.

La doctora le pregunta por su pasado familiar. Ha de saber qué ha ocurrido para determinar con más precisión el diagnóstico. Pero Elías no lo tiene claro: hace muchos años que no habla con su padre. Y al tratar de localizarlo descubre que precisamente acaba de morir, por lo que la vuelta al trabajo tendrá que esperar. Lo primero es arreglar ciertas cosas en la casa que hace tanto tiempo que no visita. Y será allí donde hará otro descubrimiento que, aunque no lo parezca, puede que sea aún peor que la dolencia de corazón que le ha hecho detener su rutina. Hay herencias verdaderamente envenenadas.

lías (Marc-André Grondin) descubre una verdad aterradora sobre su propio padre. El sucesor
Elías (Marc-André Grondin) descubre una verdad aterradora sobre su propio padre

Es complicado explicar hasta qué punto una película es una obra maestra sin poder hablar de ella en profundidad para no desvelar nada de lo que no se puede contar, porque de El sucesor apenas se puede contar nada. Los giros de su guión son tan devastadores que te van atrapando, al igual que al protagonista, ese hombre que se ve superado por circunstancias de las que no puede escapar, quedándose a merced de lo que vaya a ocurrir a continuación, algo siempre más terrible que lo que acaba de acontecer. Él querría salir de esa espiral de terror pero es incapaz. Ni puede ni sabe cómo hacerlo. Es tal la dimensión de lo que va encontrando en el pasado de su padre que a cualquiera lo dejaría inhabilitado para poder reaccionar.

Y como espectador vas leyendo los pensamientos de Elías, su proceso mental. Es impresionante asistir a cada decisión que toma e irla comprendiendo, entender su evolución a medida que su vida se complica. La angustia que siente conociendo a su padre y sabiendo hasta qué punto él también ha quedado atrapado en la red de espanto en la que estaba inmerso. No es de extrañar que Elías hubiera cortado toda relación con él y que además no quisiera parecerse a él lo más mínimo. Pero ya es tarde para evitar lo que su padre le ha transmitido, es su sucesor le guste o no.

Así de retorcida es la película. Xavier Legrand la cuenta con una elegancia tal que a cada giro maquiavélico e increíble, porque no te lo quieres creer, a medida que aumenta la crueldad del relato, éste se vuelve apoteósicamente verosímil. Cuanto mayor es el monstruo más grande es la simplicidad con la que Legrand lo muestra. Sólo así la tragedia es capaz de dominarlo todo y de presentar un mosaico de proporciones inmensas, dando como resultado otra obra maestra imposible de olvidar. Dos títulos y dos cintas imprescindibles en una breve filmografía como director pero tan acertada que ya tiene garantizado su lugar en el Olimpo de los más brillantes de lo que llevamos de siglo. Y de los más recomendables.

Silvia García Jerez

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