LA ZONA DE INTERÉS: El reverso del infierno

La zona de interés nos acerca al campo de concentración de Auschwitz como nunca antes lo había hecho película alguna. Nos sitúa en la casa del comandante Rudolf Höss (Christian Friedel) y de su esposa, Hedwig Höss (Sandra Hüller), un matrimonio que antes de la guerra no tenía una buena posición social –Hedwig afirma en un momento dado que su sueño siempre fue el de ser granjeros y la madre de ella, en una visita a la familia, recuerda haber servido en casa de una de las judías de las que hablan- y que ahora viven en un lugar de ensueño con todas las comodidades y lujos a su alcance.

El espeluznante preciosismo de una casa de ensueño
pegada al horror del campo de concentración de Auschwitz

El problema es que esa casa de campo con piscina y huerto está ligada al infierno que los nazis han construido pared con pared. Al otro lado de su paraíso se haya el horror más absoluto: los barracones de los prisioneros, los guardas que los matan si no se comportan como deben, los crematorios, la torre de la que sale el humo cuando éstos se ponen a funcionar. Y las manzanas que alguien va dejando para que los prisioneros las encuentren y puedan comer… o discutir por ellas, quién sabe, pero la intención era buena.

Jonathan Glazer adapta en un valiente alemán, nada del inglés tradicional para facilitar las ventas internacionales, y con la presencia de la enorme Sandra Hüller a la que seguimos admirando en Anatomía de una caída, la novela homónima de Martin Amis, una obra controvertida que cambia considerablemente en su paso a la gran pantalla al eliminar la historia de amor y celos entre los funcionarios del campo en la que sus páginas se centran.

Lo que Glazer plasma aquí es espeluznante. Sitúa por completo el punto de vista en la casa del comandante, separándonos de cuanto tiene lugar tras ella. Pero no estaremos ajenos a lo que allí ocurre porque nos va a llegar su sonido. Los gritos, los disparos, la angustia diaria de quienes son torturados y asesinados por aquellos a los que vemos vivir tan plácidamente, tan orgullosos de lo que han conseguido crear, de haber, por fin, derrotado a esas vecinas que vete a saber qué tramaban cuando se juntaban antes de la guerra.

Hedwig Höss (Sandra Hüller) probándose el abrigo que acaba de llegar a la casa

Los diálogos son escalofriantes. Todo en La zona de interés está lleno de detalles y uno de ellos es precisamente ese, la agudeza de conversaciones que ponen los pelos de punta, da igual que sean acerca de la ropa que acaba de llegar a la casa, de esas judías que se la han tenido que quitar al llegar al campo, y que Hedwig y sus varias criadas –judías, claro, que la mano de obra es necesaria- heredan, o de dónde encontraron un preciado diamante. La humillación al enemigo se daba en todos los frentes, también en el dialéctico.

Jonathan Glazer, inteligentísimo director británico de las sensacionales Sexy beast y Under the skin, hace una propuesta insólita con La zona de interés y es preguntarle al espectador cuál es la suya. Porque habitualmente nos hemos acercado al campo de Auschwitz a ver cómo los prisioneros eran maltratados hasta su exterminio, pero ahora va a cambiar el punto de vista y vamos a imaginar qué ocurre allí, sin verlo, porque ya lo sabemos, y va a girar la cámara para que sepamos qué ocurría en el bando de los verdugos. Para que observemos el reverso del infierno. Y no sabemos qué es peor, qué nos produce más rechazo, si lo que ya tenemos aprendido acerca de los muertos o si ser testigos de cómo viven los nazis a costa de aquellos a los que están matando. Y cómo se regodean en el horror que han creado y que tan justificado piensan que está.

Y por si fuera poco, Glazer retuerce de nuevo la situación y nos muestra un nuevo reverso dentro de la propia casa en la que todo parece perfecto. Por las noches, al llegar ese momento en que se le leen cuentos a los niños, vamos a presenciar en negativo, en el negativo con el que veíamos las fotografías que posteriormente pasaban al papel, la personificación tenebrosa del cuento de Hansel y Gretel. Qué manera más inteligente de mostrar que no todos en esa casa estaban de acuerdo con la causa.

No es fácil ponerse al otro lado. Presentar a los malos sin mostrar a quienes sufren sus consecuencias. La angustia que nos recorre es cada vez mayor, cuando descubrimos lo que se urde en las reuniones entre comandantes de campos, cómo pretenden subir la efectividad de las cámaras de gas u organizar a los prisioneros para mantener mano de obra mientras van llevando a cabo el exterminio de tantos miles diarios. ‘Y mientras, escuchamos las voces de quienes serán los siguientes. Y vemos sus cenizas, por el aire o por el río, están por todas partes por mucho que queramos evitarlas. No vinimos a vivir aquí para que ahora se nos peguen a la piel los restos de esos seres a los que ya no tenemos que ver. Oírlos sí, no queda más remedio, pero es un mal menor en comparación con todo lo que ganamos…’ Menuda barbaridad la mentalidad de aquellos nazis.

La zona de interés es pura Memoria Histórica. Si no te conmueve, si no te horroriza su relato, algo pasa. Es una de las películas más inolvidables que veremos en mucho tiempo, protagonizada por unos personajes deleznables pero contada con una belleza demoledora. Una fotografía preciosista asombrosa de Lukasz Zal, una banda sonora, firmada por Mika Levi, chirriante, más que música es un lamento que se entremezcla con ese fondo invisible pero siempre presente… y un final memorable que, por si aún no había sido suficiente, acaba de estremecernos por completo. Menuda delicadeza de cierre, con la ayuda de un montaje fabuloso de Paul Watts que nos lleva a diferentes momentos temporales en una sola y brillante escena. Nos deja asombrados esa manera tan sutil de enviar al ostracismo de la Historia a los que ejecutaron sus páginas más negras.

Silvia García Jerez

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