THE HANDMAID’S TALE
El Cuento de la Criada llega a Antena 3 tras triunfar en Netflix y HBO, con su segunda temporada ya estrenada. La serie revelación que se llevó todos los premios el año pasado, ha gestado además todo un fenómeno social en época de reivindicaciones feministas.
Dura y angustiosa pero inapelablemente buena, The Handmaid’s Tale encierra unos personajes de mujeres haciendo más que historia en la televisión. Y tan valientes como quienes decidan verla.
Bendito sea el fruto
Todo comenzó en los pasados Emmys para repetirse después en los Golden Globes: The Handmaid’s Tale se alzaba como mejor serie dramática y Elisabeth Moss ganaba el galardón a la mejor actriz.
Tras haberse -y habernos- metido en la piel a la inolvidable Peggy de Mad Men, su personaje en El cuento de la doncella conmociona y resulta inspirador.
Mientras el Presidente Trump estrecha fronteras, anula el aborto y se cuestiona la maternidad subrogada que ofrece su querida América, la Offred de Moss en una distopía sobre unos Estados Unidos entre el puritanismo y el totalitarismo donde la fertilidad es el único valor entre las mujeres, triunfa en las pantallas y como modelo en las manifestaciones Me Too que recorren el mundo, adoptando su hábito escarlata cual uniforme fuera de la ficción.
La adaptación de la novela homónima de Margaret Atwood hecha serie, ha dado su fruto; advirtiéndonos de esos cambios que dan comienzo a una nueva sociedad -una nueva nación- con los que comulgas, resistes, o te rebelas. Pequeños cambios que se apuntan en el libro escrito en los ’80, incluyendo cuestiones ecológicas, políticas y financieras -realistas y cuasi actuales- que junto a reflexiones en la voz de la protagonista, trasladan una literatura feminista que da un vuelco a los patrones asociados a las mujeres.
De manera descriptiva y profunda, Offred nos relata su estancia en Gilead entre prohibiciones, secretos, susurros y puertas entreabiertas. En una república que mezcla cultura Amish, feudalismo y fanatismo religioso, las féminas son clasificadas en esposas, sirvientas, matronas y criadas. Todas vigiladas. Y algunas sometidas a coreografiados rituales reproductivos, ceremonias colectivas y ejecuciones públicas, en una narrativa que embriaga y asusta.
Si leerlo trastoca, verlo es apabullante; como si Hitchcock y Kubrick rodaran en un cuadro de Van Eyck, atravesando estancias con bizarros encuadres y profundizando en cada detalle del colorismo de esa vestimenta, que en Gilead delata la utilidad de cada mujer.
El gris-saco es para las Marthas, las amas de llaves y amas de casa. Mientras que el marrón-militar lo llevan las Tías, quienes instruyen a las criadas en sus labores, con esos castigos que con sangre entran.
Está el azul de las esposas (del turquesa al verdoso esperanza, en elegantes trajes de estilo años ‘40) que criarán a los hij@s de blanco, de las criadas uniformadas en rojo menstruación (marcando su condición de fértiles). Y existen también las mujeres inservibles, no aptas para esa nueva sociedad, que incumplen las normas o sus condiciones de rango y son deportadas a unas Colonias, con una indumentaria que no importa, no cambia. Sólo varía para aquellas que además, entran en una categoría especial llamada Jezabel; la única con nombre propio y de connotaciones amorales, en ese universo de mutiladas de cuerpo, sexo y derechos. Todas, esclavas más que doncellas.
Anuladas en identidad y re-bautizadas según la posición o a quién sirvan (aunque se repita el nombre en distintas caras).
Y así Offred es Defred, al ser propiedad del comandante Fred Waterford (aunque parece que June es el de pila, sin llegar a enunciarse plenamente en el libro).
Pocas diferencias encontramos con la historia original. De hecho, la primera temporada de El cuento de la criada -o doncella, según traducciones– es así de principio a fin. Las mínimas variaciones con el texto son justificadas licencias televisivas que además lo enriquecen.
Salvo el matrimonio de amos de la protagonista -líderes en la élite del régimen- que en el libro es de mayor edad (y quizá, menos atractivo), cierto personaje maternal que se omite en la primera y pasa a ser básico en la segunda temporada, o que Offred resulta algo menos sarcástica y combativa sobre el papel, esta producción de altísima calidad mantiene la esencia y la poesía de Atwood; cruda y bella.
La serie fragmenta el relato con luminosos flashbacks del pasado de Offred -cuando estaba casada y vivía con su hija, existía Tinder o las revistas de moda– que contrastan con el ambiente lúgubre y perturbador de su nueva realidad, donde la composición de cada plano es un prodigio y la puesta en escena soberbia, en claustrofóbicos claroscuros, con una cámara moviéndose entre sumisas nucas y cabezas bajas.
Pero en todo desasosiego siempre queda un halo de luz, un rayo sol… O la luna iluminando en la oscuridad.
Una luna que es la misma -dice Offred- pero cambia con sus fases; como la revolución que vivirá en su interior y la rebelión que conlleva, capítulo tras capítulo.
Y ahí está Moss, aguantando el miedo y la esperanza en primerísimos primeros planos y contra-picados que contienen toda la rabia, angustia y dulzura que encierra su poderosa mirada. Todo pasa por ella.
Bajo infidelidades y traiciones de todo tipo, pero manteniéndose fiel a sí misma y orgullosa de su género, marcando aún más las muescas escondidas de ‘no estás sola’ para esas futuras sirvientas de ese patriarcado de club privado.
Sobreviviendo a una reclusión entre sospechas, espías y miles de Ojos que nadie sabe ver.
Sin embargo en este cuento cruel que no empieza por Érase una vez, un juego de palabras abrirá la puerta de su salvación. Porque para ‘una chica dentro de una caja’ que no quiere bailar al ritmo de quien levante la tapa y a la que apenas se le permite hablar con versículos bíblicos, seducir a través de un tablero de Scrabble es toda una heroicidad.
La interpretación de Elisabeth Moss es rotunda, pero no podemos dejar de mencionar al resto del reparto: esas compañeras de trabajo (Alexis Bledel y Samira Wiley) practicando nuevas costumbres y complicidades teñidas de dolor y coitos impuestos; el perverso comandante (Joseph Fiennes) junto a su malvada esposa (magnífica, Yvonne Strahovski) y la villana Tía de la familia (Ann Dowd, estupenda como siempre, en otro perfil de experta en sectas como en Leftovers), arrastrando todo ese odio y culpa que es ‘la sustancia que separa y enfrenta a las mujeres’.
Atención especial merece la banda sonora que recorre toda la cinta con sonidos industriales, tonos chirriantes, graves, cual tubería a punto de estallar.
No obstante, oímos pianos melancólicos metiéndose en alcobas, o brillantes cuerdas épicas en momentos de romanticismo y de emociones contenidas al aire libre, que traslucen la prisión que sufre cada personaje.
Encontramos pues, el consuelo en la música -que amansa a las fieras y eleva el espíritu– con una impresionante selección de canciones que ofrecen segundas lecturas y nos deja volver a respirar.
Un nivelón de versiones que se interrumpen o alteran, al ritmo de la tensión o el drama; como cuando la criada tuerta, reina entre las parturientas, le canta a su recién nacido ‘Every little thing gonna be alright’ de Three Little Birds de Marley, o cuando suena Don’ t you (forget about me) de Simple Minds mientras Offred toma conciencia de esa resistencia -personal y colectiva- que dominará toda la serie y es unión contra los abusos.
Igualmente podremos escuchar a Blondie, Peaches, Kate Bush, Kylie Minogue, Dusty Springfield… Y sí, también en lo musical destacan las féminas.

Cuando la mayoría de las series con mujeres comienzan a exigir igualdad mas allá de la ficción,The Handmaild’s Tale está llena de ella -y ellas-. Junto a la autora, en la productora Hulu –artífice del Cuento para la televisión– trabajan técnicas y operadoras, y las directoras de los episodios, Reed Morano y Kate Dennis, son buen ejemplo de este feminismo justo y necesario que estamos viviendo.
Tras las sufragistas, el acceso a los estudios, la quema de sujetadores y la llegada de la píldora anticonceptiva, parecía que lo más reivindicativo que nos quedaba a las chicas para sentirnos reflejadas era ver a Carrie y sus Manolos, Mujeres Desesperadas, Girls y hasta Big Little Lies, con esa vuelta de tuerca a las series para mujeres (aunque la magistral Feud debería haber ganado también, al mostrarnos aquellos barros del pasado Hollywood que hoy son los lodos de Weinstein).
Pero como consecuencia de ese machismo de bragueta y de ese rumor de feminismo que se ha transformado en nueva ola, llegó la sororidad que hay que aprender a escuchar -y Oprah ya puso en marcha en los Globos de Oro al gritar Time’s Up, reapareciendo luego en plan cameo en la serie-.
Entonces, el cuento se convirtió en icono… Descubriendo el verdadero sitio de las mujeres –parafraseando a la Sra. Waterford- más allá del ámbito doméstico, destinos biológicos y herencias de cuidadoras, recuperando el valor de los besos y el desnudo al hacer el amor.
En tiempos de política de gestos y una opinión pública manifestándose por bebés robados en nombre de la caridad, o por algún miembro de La Manada en busca de pasaporte cuando una carta de la víctima agradece el apoyo social, los pequeños cambios deben ser remarcados y recordados. No olvidemos que no hace tanto, la violación estaba permitida dentro del matrimonio y se necesitaba la firma de un marido para abrir una cuenta corriente o poder viajar.
Ahora siempre nos quedará Canadá, patria de la novelista y destino de la incierta libertad de Offred, en una continuación televisiva implacable e impecable, con nuevas propuestas sobre esa visión de un futuro no muy lejano –más dura y explosiva, si cabe- que vale mucho la pena.
Mientras llega a la cadena generalista, no se olviden de ella.
Mariló C. Calvo