NOS VEMOS ALLÁ ARRIBA
Nos vemos allá arriba tiene lugar en la I Guerra Mundial y cuenta la historia de dos pícaros, un dibujante desfigurado en la contienda y un antiguo contable al que dibujante salva la vida en ella.
Firmado el Armisticio y concluida la batalla, quedan los rescoldos, esos que son ya imposibles de apagar y que abren el periodo de las secuelas. Edouard (Nahuel Pérez Biscayart), al haber quedado desfigurado piensa que su padre no va a querer volver a saber nada de él, por lo que entre los dos se las apañan para que sea dado por muerto mientras su rostro cicatriza bajo el techo que Albert (Albert Dupontel) le facilita. Ambos se asociarán para montar una curiosa estafa relacionada con los monumentos a los caídos en la contienda.
Basada en una novela de Pierre Lemaitre, escritor conocido sobre todo por sus novelas negras, entre las que destacan la serie del comandante Camille Verhoeven, la adaptación de ésta a la gran pantalla, en la que tuvo una intensa colaboración, le supuso recoger el César correspondiente a su categoría de guion en la pasada edición de los premios del cine galo.
Nos vemos allá arriba fue una de las dos películas que obtuvieron más premios en los César que coronaron la noche del cine francés de 2017, que a nosotros nos están llegando casi un año después. La otra el lograr solo un César más que Nos vemos allá arriba fue 120 pulsaciones por minuto, la cinta sobre el SIDA en los años 90 que obtuvo cinco premios, incluido el de mejor película. Y ese dato es importante porque las dos películas las protagonizó el mismo actor: un joven argentino llamado Nahuel Pérez Biscayart que si en 120 pulsaciones llenaba la pantalla, en Nos vemos allá arriba confirma que es un superdotado y que su César como actor revelación no lo ganó gratuitamente.

Nahuel hace en Nos vemos allá arriba un trabajo asombroso. Como tal, con el rostro completo, aunque manchado, eso sí, por la atmósfera de la trinchera, solo lo vemos cinco minutos. En breve es víctima de una bomba que no lo mata pero que lo deja sin mandíbula. Así las cosas, su nueva vida, sin expresión facial posible, ha de llevarla a cabo con la mayor dignidad de que sea capaz.
Su ingenio y su talento como artista hacen que Edouard se cubra constantemente con máscaras que él mismo confecciona y que son a cuál más brillante, a cuál más artística, a cuál más bonita y mejor hecha. Las máscaras, creadas en realidad por la artista Hélene Defline, especializada en confeccionar máscaras para las óperas, son un complemento fabuloso para un personaje que no se pierde detrás de ellas, porque para eso está el talento de Nahuel, que si bien nos hizo estremecernos con su desgarrador Sean de 120 pulsaciones por minuto, aquí nos impresiona con un Edouard lleno de vida y de emociones que expresar.
Y las expresa todas. Con ayuda de las máscaras -atención a la que cuenta con una boca flexible y puede subirla o bajarla según sea su estado de ánimo- o sin ayuda de ellas. Porque no es que se las quite, sino que Nahuel consigue que nos olvidemos de las que lleva puestas para que veamos, en nuestra mente, la cara que de verdad está poniendo. Y la vemos. Y así se lo hace saber Albert en uno de los momentos más significativos del film, con una de las máscaras más impresionantes que entre todas las que Edouard luce.
No es Nahuel el único que está bien en Nos vemos allá arriba. En realidad todo el reparto alcanza un nivel excelente, incluyendo a la pequeña Héloïse Balster, que compone una Louise de lo más tierna y comprensiva, una niña que en ningún momento sentirá miedo o asco de la desfiguración de Edouard y que no dudará en ayudarlo en lo que sea necesario.
Y sí, no es Nahuel el único que está bien, pero sí es el intérprete, de todo el reparto, que más y mejor vamos a recordar. Porque tiene el personaje más agradecido, de acuerdo, pero es que el nivel al que el argentino lo lleva no está al alcance de cualquiera. En manos de otro actor con menos talento ese Edouard queda como un loco, un ser extravagante y cuando es necesario que reconozcamos sus sentimientos tras la máscara, inexpresivo.
Pero es Nahuel el que lo hace grande, interpretándolo también con el cuerpo, no solo con los ojos, que es lo único que prácticamente podemos verle. Parece fácil pero eso es porque lo hace Nahuel. En realidad es muy difícil que Edouard pase a la historia por su sutilidad, su dolor contenido, su habla sin voz, sus palabras a modo de sonidos roncos… pero lo de Nahuel es perfección. Logra lo dicho y mucho más. Es para quitarse el sombrero ante él. O la máscara, en su caso.

Albert Dupontel, el mismo que interpreta a Albert, dirige la película. Y lo hace con la precisión de quien conoce bien su trabajo, de quien sabe manejar a los actores ante la cámara y de quien tiene claro cómo llevar a cabo una puesta en escena impecable.
Desde el comienzo, Nos vemos allá arriba es visualmente fascinante. Un plano secuencia sigue a un perro por las trincheras de la guerra y ya nos tiene atrapados. Lo que pase después nos interesará seguro.
Un mosaico de personajes a los que la historia y las tramas unen para darle la cohesión de un relato sobresaliente son el hilo con el que se construye una película en la que todo nos hipnotiza. El vestuario, la dirección artística, la banda sonora, la fotografía y el montaje… no hay un solo aspecto descuidado. Y es un auténtico placer seguir los avatares de los personajes con un envoltorio semejante, en los que se mezcla el humor y la tragedia con un equilibrio tan llamativo cono necesario.
Porque todo lo que ocurre en la película en realidad es devastador. El drama corre por las venas de cada fotograma y el tono irónico del film es un alivio para los espectadores, que lejos de creerse que están viendo una comedia entienden que el drama está maquillado con una suerte de aire fresco que nos acerca, sin trauma, a lo que en realidad es una huida hacia el infierno, porque al acabar la guerra no hay otro sitio para ellos por más que se corra para huir.
Y un detalle muy curioso es que Dupontel, a lo largo de la película, parece Jean-Pierre Jeunet. Si no supiéramos que la dirige el actor al que hemos visto en Irreversible o Las confesiones del Doctor Sachs, podríamos deducir que uno de los dos responsables de la dirección de Delicatessen se ha hecho cargo de ella. De hecho, Jeunet, ya en solitario, trabajó con Dupontel en la maravillosa Largo domingo de noviazgo. Y de los grandes se aprende. O se debe aprender.
El ritmo, la estética, las posiciones de cámara… incluso la amargura de Jeunet están presentes en Nos vemos allá arriba. Ese poso que no deja tranquilos a los personajes también está, pero no fastidiando con su pesar sino dando carácter a un fondo que es lo que determinará el conjunto de la obra.
Nos vemos allá arriba es, por lo tanto, una película imprescindible, un título que no se debe dejar pasar, y que, si es posible, se debe disfrutar en pantalla grande, que es como mejor luce el trabajo de dirección artística, el vestuario, las máscaras, como mejor se ve una obra que ha nacido para perdurar y para resistir en nuestra memoria.
Silvia García Jerez