EL BLUES DE BEALE STREET
El blues de Beale Street es la tercera película de Barry Jenkins, el cineasta que hace un par de años pasó a la Historia de los Oscar por ganar, con Moonlight, el Oscar a la mejor película después de que Faye Dunaway leyera, porque fue ella y no Warren Beatty quien lo hizo como luego quedó en el imaginario colectivo, que la ganadora era La La Land.
Ahora estrena El blues de Beale Street, cuyo título original es If Beale Street could talk, o sea, Si Beale Street pudiera hablar…, porque la película cuenta una historia, una más, de cuantas en Harlem ocurrían en los 70, un lugar marginal y marginado en el que ser de color es normal pero en el que te traten mal por ello, también lo es.
En El blues de Beale Street la protagonista es Tish Rivers, una chica muy jovencita que se enamora de un buen hombre, Alonzo, «Fonny» (pronunciado Fanny en su versión original) Hunt, que es acusado de una violación que no ha cometido, pero que lo lleva a la cárcel a la espera de un juicio que no tiene posibilidades de realizarse, y este hecho lo separa de su chica, una mujer que, tras vivir una bonita historia de amor con él, se queda embarazada.
La película nos va mostrando el presente y el pasado de forma continua, un presente terrible con él en la cárcel y ella yendo a visitarlo, con los meses corriendo y la barriga creciendo, y un pasado en el que todo era tanta felicidad como la sociedad se lo permitía, incluyendo la nula aceptación de la madre de él a la relación de su hijo, que no ve con buenos ojos nada de lo que en ella sucede por considerar a Tish poca cosa.
Debido a la polémica de los Oscar, porque admitamos que Moonlight ni siquiera tuvo el tirón en taquilla que el considerado como máximo galardón del mundo del cine otorga, la nueva película de Barry Jenkins es una tentación. Aunque solo para los más cinéfilos, que quieren confirmar el talento de Jenkins o constatar que las películas que rueda no merecen tanto reconocimiento.
El blues de Beale Street confirma que Moonlight no era la ganadora del Oscar idónea, que Jenkins no es un buen director y que su cine podría ser espléndido, porque abraza temas interesantes y necesarios, denunciando en una la intolerancia de la sociedad a la homosexualidad y en otra al racismo, pero no lo hace con los elementos adecuados y no consigue justificar con buenos trabajos la fama adquirida en una academia que, incomprensiblemente, lo tiene de su lado.
Y por elementos adecuados me refiero a la manera de utilizarlos, porque las cámaras y el tempo están ahí para todos los directores, pero los hay que hacen magia con ellos y no es el caso de Barry.
La máxima prisa que se da Jenkins a la hora de contar la historia es la que suele tener Terrence Malick en todas sus películas, y prácticamente adopta también la estética del director de La delgada línea roja, porque El blues de Beale Street cuenta con una de las mejores fotografías del año. En el buen sentido, el de un aspecto muy trabajado de la cinta, y en el peor de todos, el que nos lleva a compararla con un anuncio de colonia en lugar de que la fotografía esté al servicio de lo que se narra y no por encima.
Y es que El blues de Beale Street cuenta algo terrible, durísimo, y sí, la fotografía bonita está ahí a modo de contraste, en la parte buena del metraje, como algo idílico que se ha roto y qué pena da porque era precioso. Pero si eres un buen director no necesitas esa fotografía para mostrar lo que pudo ser y no fue, uno puede llegar a esa conclusión con una fotografía acorde a lo que se cuenta. Parece un aspecto positivo pero en realidad lastra la película.
El blues de Beale Street tiene a su favor un inicio interesante en el que ya se intuye que no va a contar las cosas rápido pero en el que cuanto desgrana para ponerte en situación te atrapa con facilidad. Aunque luego te suelte con la misma.
Y es en ese inicio en el que vemos al mejor personaje del relato, la madre de Fonny, interpretada por Aunjaune Ellis. La escena en la que Tish revela su embarazo es portentosa, la más llamativa y la mejor de El blues de Beale Street, sobre todo por la intervención de Ellis, que con su radical oposición a que la familia aumente gracias a Tish, Aunjaune Ellis recuerda a la gran Oprah Winfrey de El color púrpura, evocando el mismo terror y el mismo rechazo.
Pero quien está brillando en la carrera de premios es la otra madre, la de de Tish, precisamente. Regina King es la ganadora del Globo de Oro como mejor actriz secundaria, premio que tal vez no hubiera ido a sus manos si por La favorita solo hubiera una actriz secundaria compitiendo. Porque lo que hacen Rachel Weisz y Emma Stones es muy superior a lo que muestra Regina King, que además de hacerse con el Globo opta también al Oscar.
Su participación es tan poco notoria que aunque su personaje sea necesario ella no lo hace memorable. Sería más comprensible que Kiki Layne, su hija en la ficción, estuviera cosechando esos mismos éxitos como mejor actriz, porque ella es la verdadera joya de la película.
Se trata de su primer trabajo en cine y lo cierto es que logra posar sobre ella todas las miradas. Su personaje, dulce y luchador, es un oasis en medio de la propuesta. El blues de Beale Street suena gracias a Kiki Layne, una principiante con un futuro esplendoroso en el horizonte. Por descubrimientos así vale la pena ver una película, por poco satisfactoria que esta sea.
Silvia García Jerez