MOONLIGHT
Impactante sacudida de identidad
El pasado año casi hubo un boicot en la alfombra roja de los premios Oscar por la escasa presencia afroamericana de aquella edición. En la venidera y como pidiendo perdón -ahora que Obama ya ha abandonado La Casa Blanca-, las doradas estatuillas retoman el cine de negros más desde la mirada heredada de la segregación que del black power.
Loving y Figuras ocultas recuerdan que no hace mucho había hasta baños separados y amores prohibidos, por lo absurdo del tono de la piel. Pero esta pertinente vuelta al pasado para entender este presente tan racista, estalla en Moonlight y en la actualidad, con la vida de un chico de color y homosexual de un gueto en Miami.
La cinta que ya ha ganado el Globo de Oro en drama, mantiene sus 8 merecidas nominaciones, convirtiéndose en la segunda favorita; porque Moonlight no es sólo una película de negros, es además una gran película. Una profunda y dura búsqueda de identidad que embriaga y deja poso, tocando el tabú sin histrionismo ni idealizándolo.
Lo del barrio marginal con la doble opción de reformarse o terminar muerto en una esquina, ya ha sido tratado por el cine; pero abarcando la reivindicación desde la perspectiva racial, comenzó a ser cuestionado por Spike Lee en los ’90, marcando el cambio con Haz lo que debas. Y mientras llegaríamos al primer presidente negro, el reflejo de familia de color de aquel entonces, lo ostentaba El príncipe de Bel Air y El show de Bill Cosby -más amable y de risas, pero igualmente necesario-; hasta que hace un par de años Steve McQueen y a lo Raíces, recuperó el oscuro tema con sus 12 años de esclavitud -Oscar a mejor película incluido-.
Para cuando irrumpió el mejor cine en la pequeña pantalla, conocimos a Omar (curiosamente también apodado little y el personaje favorito de Barack); todo un malo singular y gay, creado por David Simon e interpretado con genialidad por Michael K. Williams en The Wire, esa obra maestra de las series de ficción.
Así que si el cliché de pobre y negro, ya vale, mostrar en pantalla grande a un negro sin alardes de machoman y marica es tan infrecuente como desconcertante. Pocas películas entienden el tema -fuera del circuito LGBT o el cine de adultos- y Moonlight además, arriesga explorando los sentimientos más allá de la condición sexual y por encima de los conflictos de bandas.
Durante toda la narración y bajo la luz de la luna, no hay ni una escena subida de tono. Y es ese otro tono, esa cadencia en cómo nos lo cuenta, lo que realmente deslumbra de este filme con soberbio ritmo narrativo y cuidada fotografía.
Duro y delicado tríptico en negro y azul
De niño, cuando llega la adolescencia y ya de adulto, acompañamos a Little, Chiron y Black. Tres nombres para una misma persona, encarnada por un magnifico trío de actores bajo la influencia de Barry Jenkins; quien con una personalísima sensibilidad y control del tempo, coloca la cámara próxima y respetuosa, ofreciéndonos imágenes de(l) retrato que se mantienen en la retina y en la pantalla, envolviéndonos con sus planos cortos y encuadres cercanos a la publicidad, íntimos y bellos, que atrapan en tres actos el proceso de autoconocimiento del prota.
En origen Moonlight es una obra teatral escrita por Tarell McCraney, pero roza lo autobiográfico del director, que alcanza la precisión de los sentimientos en las tres partes que funcionan perfectamente para llegar al todo, a la esencia del film; la historia de un primer y único amor.
Sutiles detalles e inteligentes elipsis con delicada sobriedad, para el triple protagonista fragmentado que ocupa casi siempre el centro de la pantalla; como si no hubiera nadie más en el mundo mientras intenta encontrar su lugar, huyendo de casi tod@s. Y según va creciendo, aparecen los otros personajes -bien representad@s- que completan su arquitectura emocional sin apenas voluntad -el dealer salvador que le enseña a creer en si mismo y a nadar en el mar; la madre drogadicta que termina pidiéndole perdón y la cuasiadoptiva que le habla del orgullo-, aunque es el amante con una simple llamada y un naif bolero, quien termina en medio de su vida y del plano. No es necesario enseñar más. Está todo ahí y sin apenas decir.
Sólo hay que saber que a la luz de la luna, los negros parecen azules por su piel y la tristeza del alma.
Por eso en Moonlight hay silencios que acentúan el tratamiento de la música (clásica junto al par de canciones latinas, determinantes en el relato), acorde a los estados de animo de Little-Chiron-Black; quien con unas fundas de oro que lucen la única sonrisa que revela a su amigo, nos tiende un guiño hasta su yo verdadero.
Destino y suerte entre lo innato y lo aprendido en un impactante tríptico de madurez.
Se estrena este fin de semana previo a San Valentín y mi corazón está dividido entre el musical del año -del que sigo enamorada- y esta atípica historia de negros -donde nunca antes una cabeza en el hombro de un amigo ha sugerido tal ternura-.
Moonlight puede enmudecer a La La Land y bien podría ahogar a Manchester frente al mar, que pretendiendo ser peculiar, pierde sus bondades al abusar del lirismo con la música y excederse en la duración del metraje.
En fin, vayan a ver esta Luz de luna y decidan. En cuanto a mí, me quedo con el gustazo de la duda y tan difícil elección.
Mariló C. Calvo