1917: La guerra convertida en arte

1917 es un monumento. Partamos de esa base. No uno tallado en mármol y expuesto en un museo o modelado en barro para disfrute de todos, sino uno filmado que se proyecta en salas de cine. Puro arte a 24 fotogramas por segundo que se hacen, cada uno de ellos, más y más estresantes a medida que avanzan.

Porque en 1917 no solo el metraje, también el reloj que manejan los personajes corre en su contra. Ya lo dice la frase promocional de la cinta, ‘El tiempo es el enemigo’, y realmente es así, porque los dos soldados a los que se les encomienda la misión de avisar a sus compañeros del 2º Batallón del Regimiento de Devonshire para que no ataquen a las fuerzas alemanas que, solo aparentemente, se han retirado a la Línea de Hindenburg, únicamente cuentan con lo que les queda de día y con la noche para llegar a su destino lo antes posible en la mañana.

Porque los alemanes lo que en realidad están es preparados para masacrarlos cuando salgan a por ellos, y no lo saben. Así que tanto el soldado Schofield (George McKay), como el soldado Blake (Dean-Charles Chapman), quien además tiene un hermano en dicho batallón al que podría perder si no entregan la advertencia a tiempo, han de correr lo más deprisa que puedan para alcanzar al Batallón señalado.

Y claro que no va a ser fácil. No solo el recorrido es largo, sino que está sembrado de trampas, de horrores que nadie en su vida debería ver y de peligros que ponen a prueba sus propias vidas.

Los dos soldados a los que se les encomienda la misión

1917 está contada por medio de un plano secuencia. Falso, claro, es imposible rodar una película entera en un plano secuencia real y aún más cuando tenemos en cuenta la complejidad técnica que implica todo lo que vemos en la pantalla.

No se trata de un plano secuencia como lo fue el que de verdad compone el cortometraje Madre dirigido por Rodrigo Sorogoyen, nominado al Oscar y raíz de su decepcionante largometraje posterior, pero aquel consistió en un día de arduo rodaje, una jornada en una casa en la que la cámara se movía básicamente por un pasillo que daba a las habitaciones y que dio como resultado una maravilla de 19 minutos tan asfixiante como este film que tardó más en rodarse pero que aparenta haberse hecho de igual tirón.

Pero no, es falso, como lo fue el primer plano secuencia de la historia, el de La soga, que en su día, Alfred Hitchcock, su director, camufló de manera inteligente con las espaldas de los actores a cada cambio de rollo, cuando faltaban décadas para la digitalización del cine, como falso fue también  el de Victoria, la película que protagonizó Laia Costa o el de Birdman, la maravilla sobre el mundo del teatro que firmó Alejandro González Iñárritu.

Una puntualización: de Birdman se habló como de un plano secuencia pero tenía dos cortes evidentes. El primero de ellos pasada la hora y media de proyección. Lo mismo ocurre también con 1917, pero es perfectamente discutible. No voy a entrar en el momento en el que sucede, no debo, pero narrativamente hablando, y teniendo en cuenta que el film se centra en uno de los dos soldados, la cámara equivale a sus ojos y por lo tanto a cuanto atañe al personaje. Así que, incluso en esa circunstancia, sigue siendo un plano secuencia. Pero sobre esto habrá polémica, y será lícita.

El camino para llegar al destino no será fácil

Lo que no admite polémica alguna es el hecho de afirmar que 1917 es una obra maestra. Desde el comienzo, Sam Mendes, su director, nos introduce en las trincheras de la I Guerra Mundial, y más adelante en los horrores de una contienda con enemigos que no dudan en luchar por sobrevivir, igual que tú. Los alemanes, aparentemente fuera de la escena, no dejan de entrar en ella para hacer el recorrido más arduo de lo que ya de por sí es.

Y la cámara de Mendes, un maestro que desde su ópera prima, American beauty, ya demostró que no tenía rival, algo que confirmó con Camino a la Perdición o rodando la mejor película de James Bond, Skyfall, nos vuelve a estremecer con su dominio de la imagen, la narrativa y el tempo fílmico.

Basándose en la historia real que su abuelo tardó en contarle de lo que vivió en la I Guerra Mundial, el cineasta comienza la travesía de los soldados en trincheras abandonadas del frente alemán y solo con esa secuencia ya valdría para justificar estar sentado viendo esta historia, pero si ese tramo es duro, por lo que implica, la comprensión de hasta qué punto los británicos están en desventaja, lo que venga a continuación será la confirmación de que sus circunstancias nunca serán las mejores.

George McKay hace un trabajo sensacional en la película

Pero hay que resistir. Hay un mensaje que trasladar, una advertencia que hacer, y más vale que le crean si logra llegar al batallón, cosa que no se hará sencilla de lograr. Su protagonista, George McKay, el hijo mayor del Capitán Fantastic al que interpretó Viggo Mortensen, pasa por todos los impedimentos posibles. A falta del aire, que ese será el elemento clave en la II Guerra Mundial, en esta Primera el soldado Schofield al que da vida tendrá que sortear peligros por la tierra y a través del agua. Ante todo lo que encuentre en ambas.

McKay, se nota, ha trabajado muy duro para que su personaje sea creíble, y como espectadores se lo agradecemos. Él es la película en cuanto a interpretaciones se refiere, aunque tengamos en ella momentos en los que nos encontramos con actores invitados de la talla de Colin Firth, el General que les encomienda la misión, Mark Strong, que es el Capitán Smith que le ayuda en uno de los tramos de la historia o a Benedict Cumberbatch, otro importante personaje que no por obvio desvelaremos aquí para salvaguardar a quienes no les gusta leer más de lo necesario.

La fotografía y la parte técnica de 1917 son sobresalientes

Eso sí, McKay es básico en cuanto a los intérpretes, pero 1917 cuenta con un equipo técnico asombroso realizando la labor precisa para que acabemos viendo esta maravilla en las salas. Y entre esos profesionales no se puede dejar de alabar al compositor de su banda sonora, Thomas Newman, que firma una partitura legendaria, a su montador, Lee Smith, que consigue que la ilusión del plano secuencia sea continuamente posible, o a su director de fotografía, Roger Deakins, que obtiene momentos impresionantes dentro de las trincheras o con bengalas por la noche que deberían dejar a todos los espectadores sobrecogidos.

1917 es una película que no se olvida. Entra en la lista de lo mejor del cine bélico. Se la ha comparado con Salvar al soldado Ryan pero es que Sam Mendes la ha superado. El estrés que provocaba Steven Spielberg con el Desembarco de Normandía luego bajaba para convertirse en una búsqueda convencional en un marco de guerra que era inevitable porque en ella transcurría pero el resto del metraje se veía con la tranquilidad con la que se ve otro film de esas características.

1917 te agarra y no te suelta. Estás en tensión continua, que en lugar de suavizarse lo que hará será acentuarse en la media hora final, en la que el reloj se sitúa más en contra que nunca y el cerco de la guerra acosa sin tregua a nuestro héroe.

1917 es tan única como Dunkerque. Ambas son obras geniales que recrean acontecimientos reales dentro de dos guerras a las que separaron veinte años. Mendes es tan genial como Christopher Nolan. Uno cuenta la película en un plano secuencia y el otro en tres líneas temporales. Dos maravillas que merecen aplausos, taquilla y reconocimiento dentro del género.

Porque uno sale de ver 1917 con la sensación de haber presenciado algo sensacional, aunque es verdad que ya la va teniendo a lo largo de la proyección. Vamos siendo testigos de cómo la cámara va tallando este monumento, de cómo a cada secuencia 1917 se va haciendo más y más grande. Cuando las películas se proyecten en museos, tal y como algún experto cineasta piensa que sucederá gracias al auge de ese cine que no consideran cine, 1917 será de las que se encuentren entre los títulos disponibles.

Silvia García Jerez

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