VASIL, Bienvenido este debut inspirador y vitalista


Vasil es de esas películas donde parece que no pasa nada, pasando la vida de verdad.
Sin estridencias ni grandilocuencia y desde una aparente sencillez, Vasil despliega la rutina de sus protagonistas ante la aparición de un recién llegado que alterará su vida por completo.
Junto a unos encuadres clásicos, calmados y cercanos, un logrado reparto y unos diálogos tan naturales como realistas, el filme acoge una mirada hacia lo bueno de cualquier circunstancia, hacia lo mejor de las relaciones humanas, resultando una cinta inspiradora y reconfortante a la que dar la bienvenida. Todo un aprendizaje que hay que aplaudir, en este buen debut de cine de autora.

Basada en la experiencia personal de la directora, Avelina Prat, este primer largometraje después de varios cortos y un pasado como guionista, cuenta la inesperada y sorprendente relación de un jubilado, amante de la puntualidad y de las partidas de ajedrez por correo, con un migrante búlgaro, sin hogar, que ha sido campeón del jaque mate y gran jugador de bridge, además de ser un manitas y buen cocinero.
Generando curiosidad y recelo, a partes iguales, el peculiar tipo que se ocupa de la vida, más que preocuparse, va transformando la existencia de aquellos o aquellas con quien se cruza, sin proponérselo, cambiando esa vida que está siempre dispuesta a sorprendernos si la dejamos, aceptamos y compartimos.
Como ocurre en la de Alfredo, un arquitecto retirado y algo gruñón (entrañable, Karra Elejalde) que recibe en su casa al extranjero Vasil (perfecto, Ivan Barnev), ante el desconcierto de su hija, Luisa, una estudiosa de la lingüística, con la que come semanalmente por el barrio (encantadora, Alexandra Jiménez, a la que veremos también estupenda en Historias para no contar, la nueva película de Cesc Gay).

Con esa naturalidad que la caracteriza, Jiménez está soberbia con una simple mirada o gesto, demostrando un ejercicio de matices que en ella parece fácil, ya sea cuando observa extrañada a su padre, o cuando descubre un libro en búlgaro con ese alfabeto extraño, transmitiéndonos la misma fascinación que refleja su personaje al ojearlo (y es tal, que dan ganas de apuntarse a la Escuela Oficial de Idiomas).
Un trío protagonista perfecto -de hecho, los actores acaban de ganar el Premio al Mejor Actor, ex aequo, en la reciente Seminci-, acompañándose de unos secundarios brillantes, resaltando a Sue Flack, esa británica de alta sociedad con un alma cándida que ayuda en lo burocrático al búlgaro, y a Susi Sánchez, magnífica, en ese club de bridge donde miran con desdén al nuevo miembro, a ese extranjero que se ha colado en sus vidas.
El filme tan sencillo como satisfactorio, nos lleva con ternura y humor hasta la humanidad de cada charla o silencio, mostrando la vida en esas otras vidas que despiertan los prejuicios, la incomprensión y el miedo, así como como el magnetismo y la empatía que surge ante lo distinto, lo desconocido.

A través de unos planos enmarcados que recuerdan a las películas de Bardem, Vasil nos enseña lo relevante en detalles pequeños, tomándose su tiempo para que aparezca la veracidad y todo sea creíble; ya desde esa primera conversación de Alfredo hablando bajito para no despertar al invitado, a esas otras de Luisa cotilleando con su amiga sobre el nuevo amigo de su padre, mientras vemos a Vasil frente a su situación actual cual una aventura más, escribiéndola en postales que envía a su propia hija para que no se olvide de él, ni del buen hábito de la lectura.

Vasil se mueve entre interiores, los físicos y los intangibles, entre situaciones cotidianas y reconocibles, dejando huella sin apenas darse cuenta. Hay personas así. Y lo mágico es encontrase con ellas, dejándose llevar por su serenidad, coherencia y bondad, siempre y hasta el final; como Vasil, tomando entonces el rumbo hacia otro lugar con un movimiento más en el tablero y la partida de su vida, que esta vez compartirá bajo la ilusión de una leyenda y al encuentro con su hija.


Mariló C. Calvo

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