MEDITERRÁNEO: La tragedia de Lesbos

Hay un momento en Mediterráneo en el que sus protagonistas, Óscar (Eduard Fernández) y Gerard (Dani Rovira), mirando desde las playas de Lesbos hacia las de Turquía, llegan a la conclusión de que alcanzarlas desde la isla griega es todo menos una utopía, porque, en palabras del primero, es que está ahí mismo, se ve desde aquí, no me extraña que lo intenten. A lo que Gerard solo puede asentir.

Y es que Mediterráneo recorre la historia real desde que Óscar ve la noticia del ahogamiento de un bebé sirio que le remueve tanto que decide dejar su trabajo de socorrista profesional en España para ir a ayudar a Lesbos a la inmigración que llega desde Oriente Medio.

Estamos a comienzos de septiembre de 2015 y el pequeño que se ha matado intentando llegar a tierra firme es Aylan, cuya fotografía sin vida en la playa removió miles de conciencias. La de Óscar fue de las más determinantes, porque esa decisión supondrá el inicio de la creación de la ONG Open Arms.

Su compañero Gerard, un hombre menos impulsivo que Óscar, irá con él hasta que se les unan el resto del equipo, que incluye a Esther (Anna Castillo), la hija de Óscar, y concluye con Nico (Sergi López), el jefe de todos ellos en la playa en la que vigilan y ejercen como socorristas.

Lo que empieza como una idea ante la que Óscar es un muro y no piensa cambiar de opinión se convierte en un reto para todos, porque en Lesbos descubren una realidad terrible: cada día llegan más, más personas desprotegidas que huyen de guerras y de una vida horrible para intentar tener otra mejor, cada día mueren decenas en el mar sin que nadie los salve porque las mafias son una amenaza constante y al otro lado, ya en tierra, no son bienvenidos como inmigrantes. Alguien tiene que ayudar a esa gente y Óscar se propone que sean ellos los que ejerzan esa labor humanitaria.

Las operaciones de rescate que dieron lugar a la creación del Open Arms

Mediterráneo es lo que se conoce como una película necesaria. Llevamos años con la inmigración y los refugiados (que no son lo mismo, como bien explican en la película los primeros llegan a tierra por su propio pie y a los segundos hay que rescatarlos en el mar), abriendo informativos, o siendo noticia de sumario en ellos. Tanto su huida de sus países de origen como la continua negativa del primer mundo a acogerlos, que las dos caras de la moneda coexisten en este planeta tan desagradecido con quienes no tienen nada, están recogidas en este relato. Por lo tanto, llevar al cine la historia de solidaridad de quienes crearon el Open Arms es todo un homenaje a su labor y a la gente a la que salvan.

Es imposible no sentirse conmovido por lo que en la película ocurre. Es un tema social de primer nivel y es fácil tomar partido por el lado correcto. Y solo hay uno válido, el otro siempre será más oscuro y nada empático.

Mediterráneo tiene la fuerza necesaria para arrastrarnos hacia las profundidades de una realidad que nunca queremos ver, que no existe fuera de los telediarios, pero que Óscar afrontó a pesar de las trabas y las dificultades, que no fueron pocas.

Los problemas no los tiene como historia poco interesante, todo lo contrario, solo la idea de contar el origen del Open Arms en una película ya es motivo para acercarse a ella. No, sus peros son otros y se encuentran en una duración excesiva, por lo que por momentos resulta reiterativa. La relación entre Óscar y Esther, entre padre e hija, nada suave, en continuo conflicto, llega a hacerse pesada, no hace falta recalcar su incompatibilidad de esa manera.

En general, los momentos en que Óscar está más fuera que dentro de la misión que él mismo se ha encomendado, caso de la escena con los borrachos y la botella, sacan al espectador de la gesta en la que nos ha embarcado también a los demás. Sería bueno que la película se centrara más en su objetivo. Parece que de esta forma quisiera huir de un formato más documental y forzar la ficción para no cansar, pero quienes queremos conocer esta historia asumimos un aura menos frívola. Y no habría pasado nada por ajustarse a ella.

De hecho, la mejor escena de la película, con permiso de aquellas en las que están todos juntos, que funcionan estupendamente, contando lo vivido ese mismo día o en un pasado remoto que venga a colación, es esa en la que Óscar se resigna a dar una entrevista para televisión, dejando su ansiado anonimato y reclamando, a petición de su equipo, el foco mediático que la causa merece.

Es entonces cuando, al verbalizar lo que ocurre delante de la cámara tras la que está la periodista interpretada por la reciente ganadora del Goya a la mejor actriz, Patricia López Arnaiz, la película cobra una dimensión estratosférica. En esa escena aparece el mejor Eduard Fernández posible. No es éste de sus trabajos más brillantes, pero en esa escena está tan sublime como acostumbra, enfrentando al espectador, que también lo será de la entrevista, con la realidad que se vive en Europa, con cómo funcionan los organismos internacionales y con lo poco solidarios que somos si no nos obligan a ello. Y a veces, ni aún así.

También cuenta, en Mediterráneo, el eterno conflicto entre lo real y lo épico, entre el día a día y a lo que nos tiene acostumbrados el cine. Puede que las escenas de rescate no sean todo lo espectaculares que le pedimos a las películas porque estamos hechos a una narrativa menos realista. No es lo mismo verlas en la pantalla que vivirlas allí, donde ocurren de verdad las cosas, fuera de los platós, donde todo está medido, y de los estudios, donde una música lo hace más llevadero, otorgándole al drama la categoría de hazaña. Pero es que un rescate es eso, darse prisa para llegar hasta las personas y salvarlas. Y muchas de las escenas que aquí vemos son más comedidas y menos lustrosas de lo que la fanfarria de la épica nos daría en otro título más grandilocuente, menos humano.

Patricia López Arnaiz interpreta a la periodista que entrevista al personaje de Óscar

A pesar de todo lo dicho, Mediterráneo no es una mala película. Es, simplemente, un film menos espléndido que lo que cabría esperar de su premisa. Su historia, con sus irregularidades de ritmo, resulta interesante, y sus intérpretes, en buena medida, nos conducen muy bien a través de ella.

Cabe destacar, sobre todo, a Dani Rovira, que repite con el director Marcel Barrena después de la estupenda 100 metros, y a Sergi López, uno secundario y otro más aún, los dos fabulosos en sus cometidos. Álex Monner, el fotógrafo del grupo, también encaja de maravilla y su intervención es esencial para que la leyenda llegue a ser un hecho.

La película ha sido preseleccionada para representar a España en los Oscar, y es comprensible que luche en la terna para ir a competir a Hollywood, ya que los temas sociales siempre son bienvenidos en la Academia y además, como ya ha quedado dicho, la inmigración está muy presente en nuestra sociedad, y con una renovación tan asombrosa de miembros europeos entre sus votantes, gracias a los cuales ha llegado a ganar una cinta surcoreana como mejor película, no es descabellado tenerla en cuenta, y por eso ha logrado estar presente en la terna.

El problema que tiene elegirla es, sobre todo, el del idioma. En Mediterráneo, donde la mezcla de culturas hace que el inglés sea imprescindible para la comunicación, puede descalificarla que el porcentaje de español no sea el que la Academia norteamericana exige. No sería la primera vez que se descalifica un título por no cumplir los requisitos por completo. Y Mediterráneo debe estar en un límite un tanto peligroso para no acabar contando para Mejor Película Internacional, la nueva denominación de la categoría.

Inconvenientes técnicos de cara a premios aparte, es una película muy recomendable para sensibilizar muchas conciencias, para recordarnos que no estamos solos en el mundo y que puede haber quien necesita nuestra ayuda. Para quitarnos la venda que sujetamos en nuestros ojos con tanta fuerza.

Silvia García Jerez

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