UNO DE NOSOTROS: El ocaso del héroe
Uno de nosotros vuelve a reunir en la gran pantalla a dos estrellas del cine de los 80 y 90 que fueron pareja en El hombre de acero, la película de Zack Snyder que regresa al origen de Superman y en la que ambos son los padres terrenales del superhéroe.
Siete años después de que Snyder estrenara aquella fallida visión de la conocida historia, Thomas Bezucha, director de la curiosa comedia La joya de la familia, los junta de nuevo, ahora para ser los protagonistas de Uno de nosotros, y convertirlos, en esta ocasión, en abuelos.
Y es precisamente esta faceta de sus personajes la que va a centrar la película, porque siendo ya un matrimonio mayor, en el que él es un sheriff jubilado tras 30 años llevando la placa, y ella una domadora de caballos a la que no se le resiste ni uno, tienen un hijo bastante joven que fallece en un accidente equino por los alrededores del rancho en el que viven.
Su viuda, Lorna (Kayli Carter), se casa con Donnie Weboy (William Britain), y desaparecen de la vida de George y Margaret, quienes sabiendo que tienen a su nieto, no vacilan a la hora de hacer lo que consideran que es su deber: rescatarlo. Y es que saben que Lorna no es una madre hábil con la que el niño pueda contar, y Margaret, además, comprueba que Donnie no es el padre ideal para nadie y menos para un pequeño que aún es un bebé.
George y Margaret dejan su rancho en Montana y se marchan a Dakota, en busca de la familia en la que vive ahora su nieto. Desde su llegada, el ambiente es especialmente tenso y se dan cuenta de que ni el nuevo padre del niño, ni sus nuevos tíos, ni mucho menos la matriarca de la familia, Blanche Weboy (Lesley Manville) se lo van a poner fácil para que consigan su propósito. Nada fácil.
Uno de nosotros es un western casero. No existe esta terminología específica, éste género en concreto, pero es aplicable a la película, porque contiene todos los elementos de cine del oeste pese a que nunca vemos a sus personajes en un bar, sino que están en sus casas, o en su defecto en un motel hasta el momento de regresar. De resto, cuenta con buenos, malos, un sheriff y todo lo que uno espera del género clásico por excelencia en Hollywood.
Hace tiempo que los western se extinguieron de la programación de los cines. Ya no se ruedan. Ni siquiera Clint Eastwood se acerca a él. Solo Kevin Costner, amante absoluto de cuanto lo acerque a ese lejano oeste, regresa a su atmósfera cada vez que tiene ocasión. De hecho, Open Range, que dirigió y protagonizó, está considerada como una de sus últimas joyas. Del género, no del actor, que desde entonces ha sumado unas cuantas más.
Y aquí nos encontramos con un film que recoge lo mejor de la tradición que representa. La película comienza con un caballo y un jinete en el calentamiento del ejercicio que van a practicar por los alrededores del rancho. A partir de ahí ya estamos inmersos en su universo.
La familia, la rivalidad, la violencia. Uno de nosotros es todo eso contado a fuego lento, sin estridencias. Todo sucede con suavidad, pero con una tensión interna que va acrecentándose a medida que la historia avanza.
Y lo cierto es que el drama inunda la pantalla, acompañado por la partitura asombrosa de Michael Giacchino, de una belleza atronadora que envuelve en su melodía el ocaso de un héroe. El western crepuscular de lo que llevamos de siglo XXI. Con permiso de Logan.
Kevin Costner y Diane Lane, antaño dos sex symbol de Hollywood, hoy entrados en años pero evidentemente maquillados y retocados para simular muchos más, siguen llenando la pantalla con su presencia. Y su magnetismo es evidente. Y su talento también. Dos mitos siendo pareja y luchando por un fin común, aunque en este caso va a ser la mujer la que tome las decisiones. El patriarcado ha llegado a su fin en el far west.
Sí, en este caso tanto Diane Lane como Leslie Manville son los motores de sus familias. Un punto a favor del relato, firmado por Larry Watson en la novela Let him go, título original del film.
Y a ese se suma otro punto más: resulta un acierto asistir al tipo de relación que George y Margaret tienen. El cine no suele retratar esta complicidad creada a lo largo de un matrimonio al que los años han modelado y que aunque tengan sus discusiones siempre acaban de nuevo siendo uno. Se ayudan, se apoyan, y a pesar de no estar de acuerdo en algunas cosas, la decisión acaba siendo unánime.
Hay amor en esa relación. Un amor ya consolidado, de esos que el tiempo fermenta para hacerlos invencibles. De esos en los que por mucho que se discuta no se concibe no seguir al lado de quien te lleva haciendo feliz décadas. Una mirada sella la evidencia. Una sonrisa, un beso. El amor de verdad lo remata todo de la manera más bonita.
Amor y violencia. Amor en la pareja, a la familia, al niño que empieza a hablar y quiere estar contigo. Y violencia de la que destruye, de la que no tiene miramientos en defender con ardor lo que considera suyo, lo sea o no.
En Uno de nosotros se unen ambas y dan como resultado una película apasionante, de las que cuanto ocurre lo hace sin prisa pero sin pausa, de las que te dejan saborear la atmósfera creada. Qué bien dirigida está la secuencia del motel. Qué miedo pasas y qué bien dibuja a los personajes en ella. Todo está ahí. Sentimientos, emociones, decisiones. Las personalidades de todos están presentes en ese momento de inflexión para la historia.
Uno de nosotros forma parte de nosotros. Y de un género que ya no es habitual encontrar en las salas. Adentrémonos en esta historia tan preciosa como cruda, en este relato de supervivencia y dignidad, de amor y valentía. Una película hecha para disfrutar del buen cine.
Silvia García Jerez