SÁBADO, DOMINGO: La vida en la sombra
Me encantan las novelas en las que no sabes con qué te vas a enfrentar, y Sábado, domingo, de Ray Loriga, es una de ellas. Por no saber a qué te vas a enfrentar no me refiero a no haber leído la contraportada y lanzarse al vacío de lo que esconde la novela así, sin más. Me refiero a desconocer por completo qué ocurrirá en la página siguiente. A que no sea previsible.
Porque Sábado, domingo, tiene un punto de partida claro: un recuerdo del pasado, de un día, una noche determinada en la vida de su protagonista y narrador, que acaba de la forma que ni él ni su mejor amigo se esperan, y que veinticinco años más tarde regresa para rendir cuentas de aquello.
Pero Ray Loriga, autor ya curtido en obras literarias, en premios y en éxitos que corroboran que su saber hacer es un hecho, compone este núcleo de manera que suponga una nube en la existencia de su protagonista, quien solo cita su nombre cuando no le queda más remedio porque lo detesta, pero teje la narración alrededor de otros asuntos de tanto o igual calado.
Por eso ese hecho da la impresión de que se difumine en la historia global que forma la novela, detallando con verdadera minuciosidad otros que nos van a servir para comprender la personalidad de este desdichado al que su pasado persigue sin pausa ni tregua.
Hasta llegar a la noche que el argumento refiere, vamos a conocer a dos personajes fundamentales en la infancia de este chico, a su prima Gini, la reina de cualquier baile de instituto americano y dueña del corazón de cualquiera que pose sus ojos en ella, y a su mejor amigo, Chino, un tipo que cualquier chica querría tener a su lado, por su belleza y su arrolladora personalidad, pero que ninguna madre desearía como yerno, porque también es un caradura, que conviene tener lo más lejos posible.
Este triángulo de personajes fascinantes, representantes en su inocencia, en su desvergonzado paso a la madurez, su seguridad adquirida a base de un alcohol que todavía no saben consumir pero cuya destreza aparentan dominar, estos adolescentes con los que muchos se identificarán echando la vista atrás, son perfectamente reconocibles.
Como muestra de ello, la novela nace, en palabras del propio autor, de una anécdota real, un hecho ocurrido en un VIPS como en esta ficción, en el que dos chicos flirteaban en su mesa con una camarera como la que el libro describe. Y que posteriormente quedaron con ella, igual que en las páginas de Sábado, domingo. El final Loriga lo desconoce pero sobre él fantaseó para construir esta historia.
Cuando digo que Sábado, domingo, es una novela que no te esperas me refiero a que aunque tengas presentes ciertas pautas previas, esta nota acerca de cómo surgió la misma, o el argumento que toda contraportada o página web que haga referencia al título también contará, Loriga tiene la habilidad de llevarte por vericuetos que no imaginas, de aportar una frescura a su relato que no existiría en uno más previsible.
No es fácil encontrarse obras, ya sean cinematográficas, teatrales, literarias o de cualquier otra índole artística, que no recorran un camino por el que como espectadores y lectores hayamos pasado muchas veces.
Todo se ha contado ya, y de tantas formas posibles, que es complicado deslumbrar con un detalle inesperado, una situación imprevista detrás de otra que ya nos sabemos… pero Sábado, domingo logra que estemos atentos porque nos lleva a vivir, con los tres protagonistas, y en distintos escenarios, instantes llamativos e inolvidables.
Lo único que uno echa de menos en este magnífico ejercicio narrativo, es una prosa algo más depurada. En su primera parte se comprende, porque ese Sábado, que transcurre en la infancia tardía, en esa adolescencia que va a marcar a nuestro héroe, se cuenta con el estilo de quien lo vive, con una evidente falta de precisión literaria que se agradece en la medida en la que los autores suelen olvidar, y por olvidar quiero decir dar de lado, la verdadera personalidad de sus protagonistas.
Lo normal es que nos encontremos una narración, a cualquiera edad y en cualquier circunstancia, de lo que le sucede al protagonista sin acercarse a su mentalidad, sino exponiéndola desde fuera, desde la posición del escritor, maduro en sus formas, que domina los elementos de su trabajo, sin detenerse en la psicología de aquel al que describe.
El decir, el Sábado está contado por ese niño que se sabe humillado por su mejor amigo y por la vida en general, que a su modo de ver es terrible aunque él intente cambiar el rumbo de su suerte para sentirse solo un poco mejor de lo que el día a día le deja.
Pero al pasar al domingo, la prosa se vuelve adulta, ya el chico es un hombre, aunque al igual que nos pasa a todos, las inseguridades no desparecen, solo importan menos a los que nos rodean y dejan de ser objeto de burla para pasar a formar parte de una personalidad que debemos dominar, porque los demás también lo hacen.
Prosa adulta pero no demasiado refinada. El elemento intrigante de por dónde nos conducirá la historia sigue presente, y eso le da al libro un valor enorme, pero si debemos juzgarlo literariamente, no es la mejor obra a la que darle máxima puntuación.
Sábado, domingo cuenta, y puede presumir de ello, con varias capas de lectura en los distintos temas que toca. Habla de amores prohibidos, pero los diferencia, para que nos demos cuenta de que no todos son iguales pero todos hay que tomarlos con cautela.
Nadie puede controlar lo que siente, pero en Sábado, domingo los amores están envenenados, y ninguno de ellos, por muy loco o meditado que se parezca, es realmente válido. En la novela es enfermizo pero si lo extrapolamos a la vida real, en la que estos ejemplos son posibles, resultan desasosegante. Y malsanos. Pero también románticos. La vida es así de caprichosa.
Otro de los temas que lanza es el de quiénes somos y quiénes aparentamos ser. Con máscaras o sin ellas, con disfraces o con nuestras propias caras, que por mucho que estén a la vista también pueden, y de hecho suelen, presentarse al mundo con un velo que se dispone para una sociedad que no estamos preparados para afrontar con nuestra realidad.
No porque no queramos, sino porque nuestro auténtico yo no suele sostener lo que los demás esperan de nosotros. Y lo cambiamos según creemos que tendremos mayor o menor aceptación. Es algo tan común que ya tenemos asumido que nadie a quien nos presenten en una fiesta será realmente quien dice ser. Y esto, Sábado, domingo, lo refleja a la perfección.
Por eso, a pesar de su prosa errática, a pesar de un epílogo insatisfactorio, Sábado, domingo resulta apasionante. Se trata de una novela que no se puede dejar de leer para descubrir los misterios que oculta, para llegar hasta las últimas consecuencias de una historia que iremos descubriendo a medida que su narrador nos la desvele, nunca antes, como otras tantas previsibles veces.
Silvia García Jerez