PERFECTOS DESCONOCIDOS: las sombras de los amigos
Perfectos desconocidos es la segunda película que el prolífico director Álex de la Iglesia estrena en 2017. La primera fue El bar, que se pudo ver en nuestras pantallas a partir del 24 de marzo, un relato bastante más oscuro de lo que el aspecto de una comedia suele dar a entender que será cuando empezamos a verla.
Con Perfectos desconocidos tampoco nos ofrece Álex un trabajo festivo en lo que a mostrar las miserias humanas se refiere, aunque logra con este film una de las películas más completas de su filmografía, tan criticada por los excesos de los que se nutre el carácter de su cine pero que, si analizamos las acciones que suceden en la mayoría de ellas, tiene todo el sentido que los tramos finales se vuelvan tan locos como el desarrollo que ha seguido a un punto de partida de por sí disparatado.
Pongamos, sin ir más lejos, la premisa de Perfectos desconocidos como el más cercano ejemplo: una cena en casa de un matrimonio amigo de todos los invitados en la que alguien tiene la idea de jugar a dejar los móviles encima de la mesa y a cada WhatsApp que llegue o llamada que entre, leerlo en voz alta o disponer el altavoz para contestarla, de modo que en el momento los demás se enteren de si el destinatario tiene o no algo que esconder.
Todo ello en una velada con un eclipse cuyos efectos pueden ser catastróficos. La oscuridad va a desatarse más allá de que la historia tenga lugar por la noche.
Perfectos desconocidos es el remake de la cinta italiana del mismo título, producción de 2016 dirigida por Paolo Genovese y no estrenada en las salas españolas, por lo que a no ser que se utilicen cauces ilegales para acceder a ella no se puede establecer comparaciones con la original. Pero a tenor del resultado, Álex de la Iglesia ha construido un relato al que le ha dado la personalidad que lo caracteriza como director, haciéndolo suyo y evidenciando que hubiera sido igual de admirable que si el guion, co-escrito, como siempre, junto a Jorge Guerricaechevarría, lo hubieran imaginado partiendo de cero.

Desde el inicio, Perfectos desconocidos va dejando pistas acerca de los elementos que cobrarán importancia cuando la acción se desate y no haya vuelta atrás para ningún personaje. Desde el comienzo vemos señales, complicidades engañosas que más tarde van a ser explicadas en un contexto de ardor poco amigable para los protagonistas pero extremadamente cinematográfico para el público.
El ritmo, la tensión constante va a ir subiendo, creando una atmósfera asfixiante para todos en la que cada mensaje y cada llamada en lugar de ser un alivio como en otras películas, que sacan de los conflictos a los personajes, se convierten en una tortura para ellos.
Pero también van aumentando las risas. El nivel de la comedia en Perfectos desconocidos es un prodigio. No solo el guion es el artífice de que la comedia funcione, porque que las carcajadas fluyan es un trabajo de equipo, de unos actores en estado de gracia, especialmente Pepón Nieto y Eduard Fernández, que destacan por derecho propio entre un elenco magnético.
Y por supuesto, la perfección también se debe a la dirección de Álex de la Iglesia, un profesional que ha demostrado no solo ser un maestro del cine fantástico, sino que además la comicidad se le da como a pocos, Pedro Almodóvar entre ellos.
Detengámonos por un momento en Eduard Fernández porque Perfectos desconocidos gira en torno a él, tanto en lo que puede contarse de su personaje como en lo que no. El eje de la cinta es su Alfonso, que es el cocinero de la cena y es en su casa en la que ésta va a tener lugar.
Más allá de estos datos, que se harán evidentes en los primeros minutos, la destreza de Eduard frente a la cámara es comparable a la de un león en plena jungla, brillando con una fuerza que le nace de dentro y que es imposible negar. Rodeado de compañeros admirables cuyas interpretaciones recordaremos mucho tiempo, de repente Eduard Fernández mantiene una conversación telefónica que nos rompe por completo, nos emociona y nos estremece, consiguiendo gracias a su interpretación una de las escenas más memorables de una película repleta de momentos intachables.

Perfectos desconocidos es una comedia coral en la que diálogos y tempo han de ir a la par para que la unión funcione. Los chistes tienen su lugar en las historias y si no se ofrecen en el instante conveniente corren el riesgo de marchitarse antes de haber generado la risa, lo cual es frustrante para quienes la provocan y para quienes la materializan.
Y aquí, gracias al arte de un genio llamado Álex, el maestro detrás de ¡Acción! y ¡Corten!, el engranaje encaja con una fluidez que podemos pensar que es fácil de lograr pero que sabemos que no. Basta recordar una cinta de similares características, llena de estrellas en su reparto y con escenas igual de complejas e hilarantes, Un cadáver a los postres, para darse cuenta de esta otra con Belén Rueda, Ernesto Alterio, Eduardo Noriega, Dafne Fernández y Juana Acosta no está lejos de aquella obra maestra.
Juntos componen un mosaico de tristezas humanas pero de alegrías artísticas, bordando situaciones que en otros intérpretes y con otro director no serían ni la mitad de eficaces, pero con ellos la acción solo se detiene cuando la película acaba, algo que llega en un desafortunado momento porque quien la está viendo y disfrutando no querría que finalizara nunca.
Así que cuando la memoria acuda a los mejores títulos de Álex de la Iglesia, además de La Comunidad, que es su Mujeres al borde de un ataque de nervios, La habitación del niño, su contribución a las televisivas Historias para no dormir, la cada día más reivindicada Balada triste de trompeta o la fabulosa El bar, Perfectos desconocidos se ha de citar como película imprescindible en una filmografía que es el sueño de cualquiera que ame el cine.
Silvia García Jerez