MUY LEJOS: Renacer fuera de casa
Muy lejos fue una de las sorpresas del reciente festival de Málaga, donde ganó incluso la Biznaga de Plata al mejor actor, que Mario Casas compartió ex aequo con su amigo Álvaro Cervantes por Sorda. Una película, la que ahora se estrena, Muy lejos, basada en la historia real de su director, Gerard Oms, quien ha contado su experiencia a través del famoso actor, del que ya fue coach en No matarás, la cinta que le dio a Casas el Goya al mejor intérprete protagonista en 2020. Desde entonces, Oms y Casas son muy amigos y éste último se ha entregado al proyecto por completo para trasladar al cine, de la mejor manera posible, un hecho muy íntimo que para Gerard fue especialmente delicado.

que se marchan a Utrecht a ver un partido de fútbol
Porque Muy lejos cuenta el viaje, físico y emocional, de Sergio, un adolescente tardío, de 35 años, que viaja desde Barcelona con su hermano Miguel (Raúl Prieto) y otros aficionados del Espanyol a ver un partido de su equipo en Utrecht y que cuando llega la hora de volver a España decide que no quiere irse, que su lugar, de momento, está en Holanda. Se deshace de su documentación para que no pueda nadie encontrarla en el aeropuerto y se queda allí. Corta con su pasado, sale de su zona de confort, para empezar de cero en un lugar que no conoce y en el que ni siquiera entiende el idioma.
Sergio comienza a buscarse trabajos de subsistencia, de esos en que pagan al día, hasta que la situación le obliga a buscarse algo más estable, incluyendo una estancia en una buhardilla que le alquila su dueña a regañadientes. En ese tiempo por su vida pasan Yusuf (Ilyass El Ouahdani), un marroquí del que se hace amigo y con el que acaba trabajando y Manel (David Verdaguer), su compañero de clase de idioma holandés, un catalán con el que Sergio trata de conectar y a duras penas lo consigue.
La vida de Sergio es muy dura. Muy gris. Muy triste. Y eso lo refleja Gerard Oms con una naturalidad, o mejor, con un naturalismo digno del cine de Ken Loach, de ese cine de autor que si se hace bien resulta desgarrador. Pero Muy lejos no cuenta con ella. No tiene la garra del cineasta irlandés. Lo cierto es que donde Loach suele conseguir pasión, Oms logra tedio, y vemos el día a día de Sergio, con sus pocas luces y sus muchas sombras, retratado de forma anodina sin que nada de su aprendizaje vital llegue a interesar de verdad. Cinematográficamente hablando no es apasionante, contiene elipsis que impiden un relato fluido que en ocasiones se siente contado a trompicones y no nos sumerge en la nueva realidad de un chico que está intentado aceptarse tal cual es. Lo vemos dudar, lo vemos dolido, pero no nos conmueve como debería.
Y no es culpa de Mario Casas, actor espléndido que suele estar siempre impecable. Aquí cumple con su cometido, pero el guión lo encorseta tanto que no le deja respirar y no sentimos empatía hacia lo que le está ocurriendo. Que es tremendo, por otro lado: una persona que tiene que aceptarse tal cual es y que ha crecido en un ambiente -por eso comienza la película con los personajes yendo a un partido de fútbol y su leit motiv es el juego con el nuevo grupo del barrio-, no sólo machista, sino machirulo incluso, en el que la testosterona es la reina de la fiesta y las mujeres son su colofón. Ahora toca darle la vuelta a eso y para conseguirlo tiene que apartarse de ese grupo que ni te lo permite ni te va a respetar si lo haces.
Por eso Sergio decide darle la espalda a todo y a todos, y empezar a conocerse tal cual es. Pero eso lleva tiempo y Muy lejos trata de concienciar acerca de lo complicado que es convertirse en la persona que eres fuera del círculo que te conoce como te has mostrado. Como ellos esperan que seas.
La idea es apasionante. En realidad, no puede ser mejor, pero además de serlo tiene que plasmarse correctamente en la pantalla. Y, cierto, lo más complicado, es conseguir que el público empatice con personajes, casi todos ellos, que resultan profundamente antipáticos. Es como tener que empatizar con el malo. A veces el cine lo consigue, otras no, y éste es el caso. Resulta muy complicado estar del lado de seres que a pesar de lo difícil de su subsistencia ni siquiera intentan hacerse querer. Y eso para el cine no es bueno.
Muy lejos es una película que, dada su tristeza intrínseca, también es gris en su fotografía y en su atmósfera. Nada nos da un respiro, resulta agotadora. El cine de Ken Loach, recordemos, se movía en esos parámetros, pero su alma tenía una fuerza de la que ésta película carece. Loach conseguía el prodigio de que lo gris fuera parte de la virtud de su cine y hay que ser un maestro para lograr eso.
Otra característica que observamos en Muy lejos es lo sutil de su relato. Está contado a base de diálogos cortos pero precisos en los que se dice lo justo para trasladar el mensaje; a base de miradas que exponen la herida de sus personajes; a base de detalles que nos dibujan el panorama en el que vivían en Barcelona y el barro en el que están metidos en una ciudad tan bella como Holanda. Incluso en el país de la libertad se sienten oprimidos, incluso en una buhardilla con ventana al tejado se hace imposible volar. Cómo cuesta cambiar tu interior: aunque ahora puedas sigues estando atrapado.
Todo eso lo cuenta Muy lejos pero de una forma mucho más oscura de lo que nos gustaría para poder disfrutarla. Incluso para darle facilidad a la denuncia que la película lleva a cabo sobre el machismo dentro del fútbol. Si no transmites bien el mensaje, éste no llega. Si se usan cauces sutiles, en sutileza se queda. No es un grito, acaba siendo un susurro. Y personas que siguen sufriendo por liberar su verdadera identidad dentro de un grupo que no les permite expresarla públicamente, continuarán en el infierno de su buhardilla, viendo el modo de asomar la cabeza pero sin poder expandir sus alas.
Silvia García Jerez