MIDSOMMAR: Festividades bañadas en sangre
Midsommar es una película admirable. Partamos de esa base antes de analizarla y encontrarle los matices.
Pongámonos en situación: Midsommar la dirige Ari Aster, un nombre ya imprescindible dentro del cine del género de terror, o cuanto menos en el de lo inquietante. Porque con solo dos películas en su haber se ha convertido en un referente, y la anterior la estrenó el año pasado. Se titulaba Hereditary y aunque tenga al mundo dividido entre quienes la aman y aquellos que la odian, no deja de ser un film de referencia.
Dicha película, protagonizada por Toni Collette, contaba la historia de una familia maldita en la que cada cosa que ocurría era más oscura que la anterior. Y más allá de que funcionara o no en todas sus tramas lo importante era la manera de Ari Aster de dirigirla, los movimientos de cámara tan sobrecogedores con los que nos obsequiaba y la atmósfera tan densa que era capaz de crear.
Por lo tanto, con estos antecedentes, su nueva película, anunciado ya su estreno desde hace meses, el tráiler y las fotografías de promoción disponibles, dicho material no hacía sino aumentar las expectativas en torno a ella: Midsommar.
Aquí, claramente se adentra en el mundo que Hereditary solo insinuaba. Al aire libre porque toda ella transcurre en los días en que tienen lugar las festividades a las que un grupo de chicos han ido a investigar, ya que uno de ellos, el instigador del viaje, está haciendo una tesis sobre el solsticio de verano, que es lo que Midsommar significa en nuestro idioma.
Y allá que van, a la idílica isla sueca, los incautos amigos, un poco por acompañarse, un poco por curiosidad y otro tanto por las ganas de llenar su tiempo libre con un plan que parece hasta divertido si lo coges con las ganas con las que se toma algo desconocido en un época de tu vida en la que no tienes nada que hacer y además pretendes salvar la relación con tu novio. A veces es mejor quedarse en casa, también es verdad. Pero entonces no habría película.
Lo importante de Midsommar vuelve a ser el cómo. El qué, en el fondo, es lo mismo que en Hereditary. Pero la forma es tan distinta que resulta apasionante acercarse a descubrirla.
Ari Aster aquí no hace gala de movimientos de cámara especialmente terroríficos. Deja que la realidad que un encuadre tradicional enfoca sea lo que transmita el espanto. De lo que vemos y de lo que no, porque mucho de lo que ocurre en Midsommar lo imaginamos, sin tener la seguridad de que haya pasado, lo cual también nos introduce en un mundo en el que agradeces no estar físicamente. Siempre se ha dicho que es más práctico sugerir que mostrar, y Ari Aster lleva esta teoría a la práctica en su película.
Aunque no todo lo vamos a intuir. Hay cosas que vamos a ver, y nos vamos a espantar igual que los chicos en los que la curiosidad fue más grande que el tedio. Porque no estarán exentas de sangre. Al público que no le guste la violencia muy explícita puede llegar a salir conmocionado, advertido queda.
Y es que las festividades, contadas con ceremoniosidad y pompa, con la imagen, que proyecta la comunidad en la tiene lugar, de que no pasa nada fuera de lo normal, tienen un componente que cualquiera desde fuera vería como sádico pero que no son sino partes de los rituales paganos de que se componen.
Para la comunidad todo debe llevarse a cabo paso a paso, sin que ni placer ni dolor signifiquen gozo o tortura sino ingredientes de unos planes que tienen que ejecutarse. La maldad tampoco se contempla, solo existe la entrega a un fin mayor y la ruta para llegar a él.
Midsommar demuestra una entereza extraordinaria a la hora de no precipitarse, de no ser una más en retratar la atmósfera en la que tiene lugar un rito. La oscuridad en la que Suspiria se desenvuelve, en cualquiera de sus dos versiones, la de Darío Argento y la de Luca Guadagnino, nada tiene que ver con esta cinta.
Sí podríamos encontrar un referente más cercano en The endless, de Justin Benson y Aaron Moorhead, aunque su desarrollo fuera de una comprensión excesivamente compleja, o en The Sacrament, del estupendo director Ti West, películas que transcurren también, aunque tengan partes nocturnas, sobre todo a la luz del día.
Midsommar, en cambio, presume de aterrorizar, durante todo su metraje, al aire libre. No es del todo correcto porque entre presentación de personajes y sus situaciones la película comienza a los 45 minutos, y tampoco es necesario tanto preámbulo, con elementos que después ni siquiera va a utilizar.
Eso sí, una vez que llegamos al festival prometido, el cambio es tan radical, el escenario tan distinto, que nos olvidamos de todo y nos dejamos llevar por el terror que está por venir. Y es cierto que la película tiene secuencias pavorosas, pero están colocadas a lo largo de un viaje que resulta más apasionante por lo que promete que por lo que da.
El exceso de realismo pierde la efectividad del estremecimiento. No siempre está pasando algo, aunque se fragüe, y las ansiadas elipsis a lo que importa no aparecen tan a menudo. Posiblemente para horrorizarnos más y mejor cuando llegan, pero igual, cuando descubrimos el siguiente paso del ritual ya no estamos tan metidos en la película como cuando llegamos a ella.
Tampoco la contención ayuda a que el estrés de no entender del todo lo que estamos viendo nos mantenga en el vilo pretendido. Y por no entenderlo no quiero decir que la película no lo explique sino que cuando está ocurriendo no sabemos a dónde va a ir a parar. Aunque lo descubramos a su debido tiempo.
Lo que sí sabemos es que tal vez lo que vemos en la pantalla sea el fiel reflejo de lo que ocurriría en la vida real en un lugar así, pero a veces es preferible la verdad cinematográfica de un tempo y una atmósfera más agobiantes al experimento de retratar pormenorizadamente lo que un espectador allí sentiría.
Pese a todo, Midsommar es una experiencia por la que hay que pasar. Es uno de los estrenos más importantes de este verano en el que no hay muchos blockbusters y por lo tanto en el que el cine pequeño se hace grande, porque no le hace sombra nada.
A ello contribuye, a hacer grande Midsommar, la protagonista de la película, una Florence Pugh, actriz inglesa que deslumbró al mundo cuando interpretó a la Lady Macbeth del director William Oldroyd, basada en la Lady Macbeth de Mtsensk, que aquí demuestra que su talento no tiene límites. Puede ser quien quiera, transformarse en el personaje que le den, por muy complicado que sea.
En el film de Aster es Dani, una chica que tras una tragedia familiar decide ir con su novio a las festividades del título para arreglar su relación. Y allí va comprobando hasta qué punto ha sido un error hacerlo. Seguimos todo lo que ella ve y comprobamos cómo se va a haciendo más y más protagonista del Midsommar. Para su estupor primero y su espanto después.
Una de las escenas más espeluznantes del film corre a su cargo y ya se ha convertido en una de las imágenes icónicas de la película, porque retrata con precisión el horror de lo que vive. El horror del lugar al que ha ido por no tener otra cosa que hacer.
Florence Pugh es parte fundamental del éxito de Midsommar. No solo lo tendrá por ser una apuesta distinta y muy arriesgada, que a quien le funcione va a acoger el film como un referente, sino porque en el atrevimiento está parte de la magia, ya que quienes rechacen la propuesta no podrán dejar de admitir que ha valido la pena acercarse a una película diferente, que no se desvía de su intrincado trayecto para llevarte a una meta inesperada.
Silvia García Jerez