LA CUMBRE ESCARLATA
Del Toro, enamora
por Mariló
Guillermo del Toro madura en este cuento gótico, volviendo la vista atrás con un delicioso clasicismo, lleno de guiños y elegantes sustos.
La Cumbre Escarlata es una película terroríficamente romántica, simbólica y bellamente rodada.
Si en El laberinto del Fauno (su otro gran film), el director mexicano miraba al pasado en un universo único con una fantasía histórica, mostrándonos el horror de una guerra; en la que ahora estrena, se torna más literario y recupera lo mejor de su imaginativa autoría.
Dividida en dos partes, la historia gira en torno a Edith (Mía Wasikowskka), una joven aspirante a Mary Shelly, huérfana de madre, que vive acomodadamente con su padre (Jim Beaver) -un magnate en la América de los primeros negocios e inventos-, escribiendo relatos fantasmagóricos con seudónimo masculino para que la tomen en serio; mientras ella no lo hace lo propio con las proposiciones matrimoniales de su amigo de la infancia, el Dr. Alan (Charlie Hunnam)
Una pareja de hermanos británicos, Tom y Lucille (Thomas Sharpe y Jessica Chastain), llegan a la ciudad; seductores, inquietantes y con un pasado turbio.
Todo cambia.
Y Edith, escapando de los fantasmas del pasado, se muda a una mansión en Inglaterra.
Los fantasmas existen -desde la primera secuencia, en una advertencia maternal que quizá, es la mas esperada en una peli de miedo-, pero es que los fantasmas son una metáfora -mas allá del trauma infantil-
La crueldad humana es el mayor horror. La pena y la pérdida, el verdadero terror.
Por miedo al pasado… el amor nos hace monstruos.
Y algunos fantasmas tan solo son angelitos negros.
Eso es La cumbre escarlata. Del color carmesí; de la sangre, la pasión y la muerte.
En La cumbre escarlata hay más drama y amor que sustos, pero no renuncia a su puntito gore ni al sexo (que lo hay; físico y carnal, y de trasfondo con intercambio de roles y lucha de géneros)
Con un grandioso alarde visual, al maestro de los oscuros cuentos contemporáneos -con permiso del Burton- le ha salido una peli algo melancólica y nostálgica.
A destacar, la emocionante escena del deposito de cadáveres y la espeluznante del lavabo en el club. Para recordar, la salida de Edith en camisón y el golpe de nieve…
No digo más.
Solo deseo una buena bienvenida, dice la dulce Edith cuando llega a su nuevo hogar aislado y perdido, pero ahí tiene la silla de ruedas, la pelota que vuelve (sola), el ascensor antiguo, un anillo heredado, las tuberías chirriantes, los pomos y las mirillas de las puertas… y también las escaleras.Toda la imaginería colectiva de las películas de miedo clásicas; las de los ’50 (y alguna ochentera), de trama sencilla y algo predecible.
Pero donde algunos verán tópicos, otros disfrutarán de un refinado homenaje y acertada revisión de las casas encantadas y todo lo que ellas albergan. Ésta en concreto, sin techo y con un sótano de mejor no bajar, respira hielo y sangre; y con paredes como tapices repletos de desconchones y cargados de mariposas, que emanan deseo y locura.
Con un cuidado ambiente de época, con momentos brillantes como el baile de Edith y Tom sujetando una vela -que remite a La edad de la inocencia- y un despliegue de efectos -marca de la casa- en la decadente casa inglesa, todo el film resulta fascinante.
E igual te enamora la atmósfera que el vestuario, que el diseño de los inventos, que los fantasmas (famélicos y sangrantes arrastrándose, translúcidos a lo espinazo del diablo o flotantes a lo Mamá)
Jugando a la caricatura de personajes estereotipados, ni roza una ni resultan cómicos los otros.
La Chastain está estupenda -como en Marte, también en lacronosfera– y es un autentico gustazo verla de hermanísima.
Y la Wasikowska -que repite cuento pero escapa de Alicia-, encandila con su Edith Cushing.
La película engancha en lo visual y en los diálogos.
Del Toro -singular por sus filias, fobias y referencias que se retroalimentan- consigue con este delicado filme, un barroco homenaje con aires de Poe, Brontë y hasta C. Doyle.
Con reflejos del Dracula de Bram Stoker -y Coppola-, y saturado de colores -y con algún apellido- a lo Hammer, con La cumbre escarlata pasas un rato de miedo.