MI GRAN NOCHE, el espectáculo más desenfrenado de Álex de la Iglesia
Estamos en fin de año. Bueno, no, pero lo parece. Como todo en esta película. Mi gran noche es puro escaparate, en el buen sentido de la palabra, el de criticar lo que pretende, no en salir mal parada de ese propósito. Se trata de una comedia coral en la que todos sus personajes se odian, tienen algo que reprocharse o, como poco, algo que temer del otro. En ella nada es lo que aparenta ser, pero las cámaras lo están grabando todo, así que toca disimular. Sonrisas permanentes, carcajadas cuando el regidor lo pide y buen ambiente ininterrumpido de cara a la galería, es decir, al programa que tradicionalmente despide el año y da la bienvenida al nuevo.
Álex de la Iglesia, tras la locura que fueron Las brujas de Zugarramurdi, aquel exitazo de taquilla que solo tuvo buena recepción en su primera parte, la que, paradojas del caso que nos ocupa, no protagonizaban las brujas, regresa a la dirección con Mi gran noche. Especifico el casillero de la dirección porque como productor ha estrenado, en medio de las dos, Musarañas y Los héroes del mal, aunque ninguna de ellas tuviera un éxito arrollador, sobre todo la segunda, a pesar de las alabanzas recogidas en el festival de Málaga.
Pero ahora estrena Mi gran noche, una película en la que nos ofrece la espectacularidad a la que nos tiene acostumbrados. O incluso mayor que la habitual, porque desde el primer minuto la música suena, los números se suceden y el humor, sobre todo el negro, fluye. Nada queda sin analizar en lo que al mundo televisivo se refiere. Nadie queda fuera de un guion ácido que en ningún momento se muerde la lengua, ya sea para criticar los programas, a las audiencias, a los presentadores o a los técnicos que hacen posible que la pequeña pantalla tenga siempre material que emitir, sea o no de calidad. Es una película gamberra pero con alma de institutriz, una cinta que instala un espejo ante todo para contarnos, por medio del reflejo resultante, la realidad que hay escondida tras la apariencia, y todo ello pasado por el filtro de la comedia, que es, como decía Billy Wilder, el mejor género para contar las verdades.
Y si de ellas hablamos, hay que añadir otra: detenerse demasiado en la mesa de los figurantes no beneficia al conjunto, porque por delante de la cámara pasan infinidad de personajes y ese detalle lastra el ritmo en ciertos momentos. Pero señalar esta grieta es hilar fino en el resultado de una película que se ve y se disfruta con deleite.
Pero sí, decenas de personajes van pasando por la pantalla, casi todos con una importancia destacable en el festín de historias que se van cruzando hasta formar este surrealista mosaico navideño que, aunque en octubre (es lo que tienen las grabaciones, que no son en directo), las cámaras registran como si fuera diciembre.
Carmen Machi, Terele Pávez, Carolina Bang, Blanca Suárez, Ana Polvorosa. Hugo Silva, Carlos Areces… Están descomunales. Álex es un enorme director de actores, pero con algunos, cada uno tendrá sus favoritos, la pantalla brilla sola. Y no, no me olvido de las dos estrellas de la película, que lo han sido desde el comienzo del rodaje. Por un lado, Mario Casas, el Adanne perfecto. Menudo nombre le ha puesto Álex a su personaje, un arrollador cantante, ídolo de jovencitas, con más facilidad para irse detrás de una falda que la batería del móvil en descargarse cuando se tuitea sobre la noche de los Oscar. Mario clava a su estrella musical, con todos los estereotipos de imaginamos que tienen, tanto en el escenario como antes de salir a él.
Aunque quien se lleva los honores de la cinta es, cómo no, AQUEL: Raphael, el cantante, actor y mito. Leyenda viva en España, con su Alphonso logra uno de los villanos más legendarios que haya conocido nuestro cine. Su personaje y cuanto lo rodea es absolutamente fabuloso, y no admite palabra que desvele nada acerca de su concepción. Alphonso es un spoiler en dos pies y a excepción de dejar clara la admiración que provoca el verlo, al comprobar que no traspasa la sutil línea que separa la dimensión de su maldad de la caricatura en la que podía haber caído, el resto de su personaje ha de permanecer en el mismo secretismo que tenía cuando la película empezó a rodarse. Se lo debemos a Álex y al propio Raphael.
No es de extrañar que el cantante haya manifestado la diversión en que se ha visto envuelto durante la producción de la película. Ha tenido que pasárselo tan bien como nosotros al verla. Lo que hace es épico y merece todos los halagos y premios el mundo. También ha dicho que quiere seguir haciendo cine, además del que ya rodó hace décadas, así que es de esperar que este reencuentro con la pantalla grande se consolide para darnos muchas más alegrías.
Silvia García Jerez