EL JUICIO DE LOS 7 DE CHICAGO: Exquisitez en el infortunio
El juicio de los 7 de Chicago parece el título de un telefilme, a lo mejor de buena factura, pero alejado del resultado mastodóntico que en realidad se esconde tras él.
Porque la segunda cinta que dirige Aaron Sorkin, tras la espléndida Molly´s Game que protagonizó Jessica Chastain hace tres años, es una de esas películas que se pondrán como ejemplo, pasado el tiempo, pasadas las décadas, de lo que hay que hacer para contar con garra, pasión y entretenimiento, la historia a desarrollar en la pantalla. La que sea, no es necesario que sea de tema judicial, lo que hay que contarla con esta intensidad sin olvidarse de entretener y de fascinar.
El juicio de los 7 de Chicago, pese, como digo, a su título tan poco alentador, es exactamente lo que éste anuncia: los momentos más destacados de las jornadas en las que tuvo lugar el linchamiento jurídico, porque básicamente fue eso, a 7 activistas que instigaron el viaje de muchos demócratas que en 1968 se desplazaron a la Convención de dicho partido a la citada ciudad para protestar por la guerra de Vietnam.
El juicio, contado simultáneamente en presente y en pasado, con flashback de todo a lo que se alude en las declaraciones, es un fragmento histórico de lo ocurrido en América en un tiempo convulso en que los principales nombres de la lucha social habían sido asesinados, caso de Marthin Luther King o de Bobby Kennedy. Ahora, para los 7 de Chicago, y para el mundo entero, que los estaba observando, era el turno de los que no tenían el respaldo mediático de ser figuras que arrastraban a las masas.
Aaron Sorkin dirige la película pero también es su guionista. Es su especialidad es uno de los mejores, de los más prestigiosos de la industria desde que su primer libreto, el de Algunos hombres buenos, lo revelara como una sobresaliente promesa.
Su consagración llegó de la mano del guion de la serie de televisión El ala oeste de la Casa Blanca, y el Oscar lo ganó con otra joya indiscutible, la trepidante e inmensamente amarga La red social, una obra más grande que el propio Facebook del que narraba su controvertido nacimiento.
Molly´s Game, su ópera prima, llevó a la gran pantalla el caso real de las timbas ilegales que se organizaban en las altas esferas de Estados Unidos, con nombres de estrellas de Hollywood incluidos pero cambiados para la ocasión. Una película estupenda que podría haber sido redonda solo puliendo un poco más el proyecto.
Pero a El juicio de los 7 de Chicago no se le puede poner pega alguna. Desde el primer plano hasta su desbordante final está todo tan medido que queda claro que Sorkin sabía lo que quería hacer y cómo quería hacerlo. En una película tan complicada de montar no se pueden tomar decisiones al azar.
Mezclar los diferentes acontecimientos que les pasan a los 7 hasta llegar al juicio, cortando las intervenciones para que las frases las vayan terminando los otros compañeros, por citar solo un ejemplo de la filigrana narrativa que supone esta película, ha de nacer en el guion con la precisión que uno imagina. Sorkin conoce su oficio, pero nunca hay que subestimar un trabajo tan exquisito pensando que ha salido gracias a un momento de inspiración. Para que ésta aparezca hay mucho trabajo detrás y se nota el esfuerzo de cada página, de cada diálogo y de cada decisión de dirección.
Hablando de diálogos, que suelen ser el aspecto de los guiones en los que Sorkin más destaca, aquí son apoteósicos. Réplicas que valen sus letras en oro, frases que son sentencias, discursos que bien podríamos aplaudir aunque quienes los pronuncien no nos escuchen. Todo suena bien cuando lo escribe Sorkin, ya lo afirmaba Jessica Chastain en su visita a Madrid para promocionar su ópera prima como director, y más cuando lo reproduce un reparto tan colosal como con el que aquí cuenta.
Mark Rylance, el espía ruso de El puente de los espías, es aquí el abogado de 6 de ellos, y no equivoco la cifra pero no desvelo más, Eddie Redmayne, uno de los personajes más políticos del grupo, Joseph Gordon-Levitt, el fiscal del caso, Frank Langella, el discutible juez al mando del mismo y Sacha Baron Cohen, el cómico de monólogos en esta recreación de lo sucedido, héroe para muchos, que llena los locales en los que hace gala de su humor más corrosivo son algunos de sus protagonistas.
Y me gustaría detenerme en Sacha Baron Cohen porque se lo merece. Como actor es un cómico excelente, ya lo ha demostrado en múltiples ocasiones, llevando al extremo la fina línea que separa el humor descarado de la falta de respeto sin traspasarla nunca, aunque siendo siempre polémico por ello.
En El juicio de los 7 de Chicago, Sacha interpreta a Abbie Hoffman, un activista en contra de la guerra de Vietnam, como los demás, pero que cuenta sus desgracias, y las de quienes le acompañen, frente a los micrófonos del local. Hoy sería un YouTuber y arrasaría en las redes sociales pero entonces, a finales de los años 60, Abbie era un cómico de mucho prestigio.
Y Sacha lo lleva a la pantalla de una manera escandalosamente brillante. Su personaje es todo un derroche de humor cuando la situación lo requiere, y a veces cuando menos falta hace que sea gracioso, también hay que decirlo, aunque a él no le importe hacer gala de ello, o precisamente la hace porque, entre comillas, no le importa ser juzgado, nunca mejor dicho, en este contexto. Pero también posee una serena sensatez cuando hay que alejarse del chascarrillo y la situación requiere seriedad.
Suyos son algunos de los grandes momentos de la película, suyas algunas de las reflexiones más encomiables (esa que le hace al ataque del personaje de Eddie Redmayne en una de sus reuniones), y suyas también las mejores críticas que está recibiendo la película en el apartado de interpretación. Y lo cierto es que nos deja sin palabras. Brilla por encima de sus compañeros y se merece lo mejor que le pase por este trabajo.
Pero Sacha no es lo único que sobresale de la película. Técnicamente también es un prodigio. El montaje de Alan Baumgarten, la banda sonora de Daniel Pemberton, compositor también de la de Enola Holmes, el diseño de producción de Shane Valentino, la fotografía de Phedon Papamichael, todo en esta película se confabula para crear una de las obras políticas del nuevo siglo.
Junto a The Irishman, que también es muy política, forman un dúo de cine descomunal producido por la misma plataforma, Netflix, que como la cinta de Martin Scorsese, se va poder ver en cines por tiempo limitado.
Es la decisión de Netflix cuando sus títulos tienen opciones de cara a la temporada de premios, porque entre las normas de la Academia se incluye que los estrenos pasen por las salas, pero en este año tan complejo se han abierto, parece que del todo, no solo a nominarlos al Oscar a la mejor película sino también a premiarlos aunque no se vean en pantalla grande. Netflix, aún así, va a tratar de estrenarlas no solo en su plataforma.
Y se le agradece, porque aunque a partir del día 16 de octubre de podrá ver también en los dispositivos, merece ser proyectada en una pantalla grande. Para que las emociones que provoca se disfruten en colectividad o que, por qué no, que algunos diálogos se aplaudan, porque no solo son espectaculares, es que van a pasar, enérgicamente, a la historia del cine.
Silvia García Jerez