EL IRLANDÉS: Arte con mayúsculas
El irlandés comienza con un travelling por una residencia en la que vamos viendo a distintos personajes caminando por los pasillos, personal del lugar que tienen que ir a atender a los residentes, y la cámara viaja hasta llegar a una estancia en la que observamos, de espaldas, a un hombre sentado en una silla de ruedas.
La cámara va a seguir su movimiento para enfocar su anillo, cuya simbología entenderemos más tarde, y posteriormente pasamos a un primer plano de quien está ahí sentado. Todo parte del mismo travelling. Ese botón es una mínima muestra de la grandeza a la que ya estamos asistiendo. Y solo estamos empezando.
Ese hombre al que ahora vemos de frente es nada menos que Frank Sheeran, o lo que es lo mismo en El irlandés, interpretado por Robert De Niro. Mirándonos a los espectadores va dar inicio al relato de su vida. Su vida desde que empezó como camionero, repartiendo carne para Food Fair, además de robándola, hasta que conoció, en una gasolinera camino a Siracusa, donde tuvo que parar, a Russell Bufalino, un hombre que le atiende de maravilla pero que en principio se niega a decirle quién es.
Y se niega a decírselo porque es quien mueve los hilos de todo en la mafia de Pensilvania, todo pasa por él, nada de lo que se hace se hace sin que él lo sepa. Él lo decide todo, él es el alma del hampa y claro, con un sencillo y formal saludo, de momento, tiene más que de sobra.
Pero Bufalino y Sheeran congenian y éste último se convierte en la mano derecha del primero, su hombre de confianza, y sus negocios juntos prosperan de una forma tan positiva para Russell que se lanza a ascenderlo dándole a Sheeran un trabajo muy especial: marcharse de su lado para estar junto al del presidente del sindicato de autobuses, Jimmy Hoffa, amigo personal Bufalino del que corre peligro su vida. El cometido de Sheeran es que a Hoffa no le pase nada.
A partir de este momento, sin dejar de tener contactos con Bufalino, Sheeran pasa a ser la sombra de Hoffa, y por lo tanto testigo de cómo el sindicalista va reuniendo motivos para que ‘le pinten su casa’, porque ‘pintar casas’ en el argot de la mafia es volarle la cabeza al elegido y teñir la pared con su sangre.
Y es que su relación con la Cosa Nostra fue tan importante como la que mantuvo con el poder político de entonces, hasta que éste dejó de apoyarlo y todo su liderazgo pendió de un hilo porque tampoco la Cosa Nostra consideraba que hubiera aprendido la lección de saber dónde había que estar. El líder sindical desapareció en Michigan en 1975, fue dado por muerto, pero no se declaró oficialmente como tal hasta 1982.
Lo ocurrido se lo acabó confesando, poco antes de morir, el propio Sheeran a Charles Brandt, autor del libro ‘I Heard you paint houses’ (He oído que pintas casas) en el que se basa El irlandés, título español de la película, que se refiere directamente a Sheeran. Por eso, gracias a esa confesión, tenemos ahora esta mastodóntica película.

El irlandés recorre la historia de Estados Unidos a medida que Frank Sheeran nos va contando, por medio de diversos y largos flashbacks desde la silla de ruedas en la que la vida lo ha dejado sentado, los acontecimientos que han unido a la mafia, de la que fue miembro activo, con los hechos más importantes ocurridos en América.
Con sus palabras atravesamos la época de los Kennedy, a los que Hoffa deja claro que odiaba profundamente, y vamos a recorrer el asesinato del presidente, el Watergate y todo aquello por lo que Estados Unidos pasó en esas décadas.
Trabajo y amistad, lealtad y traición, engaños y chantajes, todo cuanto forma parte de la mafia lo tenemos en El irlandés, el último film de Martin Scorsese, quien tras la estupenda Silencio, del año 2016, vuelve a un género que conoce bien pero que, lejos de lo que siempre se asegura, no es el único en el que el director ha demostrado ser un maestro.
Toro salvaje, la biografía del boxeador Jake La Motta, con Robert De Niro como protagonista; El rey de la comedia, también con De Niro, acompañado por Jerry Lewis en un film en el que Scorsese empezaba a demostrar que era el rey pero en ella poca comedia había; Jo, qué noche, ésta sí, comedia desternillante de las que Hollywood ha olvidado ya hacer; El cabo del miedo, remake de El cabo del terror, con Robert Mitchum, en la que De Niro asumía el papel que Mitchum tuvo entonces; La edad de la inocencia, película de época con Michelle Pfeiffer y Daniel Day-Lewis o la formidable y olvidadísima Al límite, con Nicolas Cage al frente de la ambulancia que conducía en un film que nos revelaba la precariedad de la sanidad norteamericana.
Todas ellas nos recuerdan que Martin es uno de los grandes, también por los géneros que ha bordado fuera de aquel del que existe la creencia que no ha dejado nunca.
Pero es que es cierto que su fama de director de cuanto rodea al hampa es merecida porque él se ha encargado de representar en el cine a estas organizaciones como nadie. Si acudimos a los clásicos que él tanto ama, podríamos comparar El irlandés con Scarface, el terror del hampa, de Howard Hawks y Richard Rosson, El enemigo público, aquella en la que James Cagney gritaba: Made it, ma! Top of the world! o La ley del silencio, con un descomunal Marlon Brando. El irlandés es tan exquisita como éstas.
Aunque por supuesto, las referencias de El irlandés son inconfundibles con un cine más cercano a nuestro tiempo, al del color en el que casi todas las producciones se ruedan desde hace décadas. Viendo El irlandés nos damos cuenta de que El Padrino, de Francis Ford Coppola, corre por sus fotogramas, o de que por momentos nos recuerda a Érase una vez en América, de Sergio Leone, de nuevo con Robert De Niro como protagonista, con sus enormes secuencias fabulosamente entrelazadas, dando una fluidez a la narrativa que pocos directores se atreven a darle ahora a sus películas. El eco de Leone suena en muchos momentos de esta cinta de Scorsese.
Pero lógicamente, es el cine de Scorsese el que está presente. Su Uno de los nuestros no nos abandona. Robert de Niro y Joe Pesci estuvieron en ella, dándonos una lección de interpretación y ganando Pesci el único Oscar que la película obtuvo en 1991 gracias a un personaje tan desatado como inolvidable. Casino, con De Niro y Pesci de nuevo, cambia de escenario pero ni de género ni de estilo, y con Gángsters de Nueva York nos lleva, sin abandonar a la mafia, al origen de esta en su ciudad natal.
Por lo tanto, volver al tema de mafia no es algo tan habitual en él por mucho que se incida en que Martin no mira hacia otro gremio. Eso no es cierto, como acaba de quedar demostrado. Martin arriesga, y mucho. No todos los directores se habrían adentrado en el rodaje de Silencio tras el éxito de El lobo de Wall Street, y él lo hizo.
Y después quiso volver a la mafia, ahora sí, tras tantos años, y movió el proyecto de El irlandés por distintas productoras. Ninguna de las tradicionales lo admitió porque el coste de la cinta era altísimo, 160 millones de dólares, por lo que la que terminó haciéndose cargo de ella fue Netflix.
La plataforma de cine y series online más famosa del mundo le produciría una película en la que, debido a que su historia recorría varias décadas, sus actores deberían ser rejuvenecidos digitalmente, algo que, visto el resultado, inicialmente rechina pero a lo que luego ni le prestas atención. La tarea era titánica, y carísima, pero tan necesaria como contar con Joe Pesci, intérprete retirado a quien Scorsese tuvo que emplearse a fondo para poder convencerlo. Y una vez convencidos todos, productora y actores, se pusieron en marcha.

Ha tardado en hacerse The Irisman, pero El irlandés ya está aquí. La primera foto que nos informó de su rodaje data del martes 29 de agosto de 2017. Un aviso de un parking cerrado en el que nadie podía entrar porque se iba a rodar. Los amantes del cine de Scorsese nos llenamos de alegría, y solo quedaban dos años para verla.
Pero ha valido la pena la espera. De hecho, mientras la estás viendo te das cuenta de lo poco que en realidad ha tardado en tenerla lista para el monumento de película que contemplas. Creo que no somos conscientes de lo que significa El irlandés para la historia del cine, y lo estamos viviendo en directo.
Reunir de nuevo a Robert De Niro, a Joe Pesci y a Harvey Keitel, con quien Scorsese ya trabajara en Malas calles, protagonizada, cómo no, por el primero, y que a ellos se les uniera el titán que faltaba de los grandiosos años 70, Al Pacino, es un acontecimiento que si te gusta el cine no puedes dejar pasar, y si no, tampoco.
Y lo cierto es que aunque la película dure tres horas y media, se pasan en 15 minutos gracias al talento de todos ellos, al de la montadora habitual del director, Thelma Shoonmaker, a una banda sonora de Robbie Robertson que te acompaña a lo largo de las secuencias a las que antes me refería, uniéndolas no solo con la narrativa y el montaje, también con sus notas de saxofón, a una dirección artística que te introduce por completo en las épocas que recorre, a un conjunto, en definitiva, en el que no sobra ni un solo segundo de metraje.
Scorsese mantiene el ritmo como solo un maestro puede hacerlo. No es su primera película larga, tal vez no recordemos que Casino duraba tres horas o que Uno de los nuestros llegaba a las dos y media, por lo tanto, para él, llegar con un ritmo apabullante a las tres horas y media no tiene ningún misterio. El misterio lo tenemos que desentrañar nosotros, porque nos encantaría saber cómo lo hace, y tal vez sea algo con lo que se nace, no nos engañemos.

Los amantes del cine llevamos años renegando de Robert De Niro, actor de impresionante carrera, los títulos antes citados lo demuestran, pero cuya trayectoria, tanto a nivel de elecciones de trabajos como a la hora de llevarlos a cabo se torció a principios de los 2000, cuando aceptó películas que es mejor olvidar.
Pero este mismo año lo hemos recuperado, y por partida doble. Como secundario está espectacular en Joker, pero nadie lo cita porque Joaquin Phoenix lo ocupó todo en las críticas de la película. Pero, semanas después del estreno de la ganadora del León de Oro en Venecia, no escatimemos halagos hacia Robert: De Niro lo supera.
Ahora, en El irlandés, vuelve a ser quien fue. Su talento parece intacto, su fuerza en la pantalla, su magnetismo, todo lo que había perdido vuelve a estar ahí como si nunca se hubiera marchado. Su protagonismo no podía bajar el nivel de la cinta y lejos de bajarlo lo levanta.
Por su parte, Al Pacino, que es la primera vez que trabaja con Scorsese, no lo es en su dúo con De Niro. Coincidieron en El Padrino: Parte II, en 1974, muy posteriormente en Heat, en 1995, aunque cuenta la leyenda que sus escenas juntos se rodaron por separado, pero luego se ha descartado esa hipótesis con pruebas de que no eran más que habladurías. Por último, antes de la ocasión actual, rodaron Asesinato justo, una de esas películas de De Niro que era mejor no nombrar.
Pacino, el Jimmy Hoffa de El irlandés, está exactamente como se espera que Al Pacino esté cuando está desatado. Es ese mismo registro el que repite, aunque cuando se serena, en conversaciones con el Sheeran de De Niro no puede resultar más portentoso.
Su personaje, un mafioso sindicalista que en su momento, en los años 50 y los 60 era más famoso que Elvis y que Los Beatles, según se nos cuenta en el film, hoy es un desconocido para muchos, pero Pacino lo trae de nuevo a la actualidad.
Aunque si alguien se lleva todos los honores de la película, ese es Joe Pesci. Hay que agradecerle a Martin que lo sacara de su retiro porque ya no se puede concebir El irlandés sin su presencia. Desde que aparece en la gasolinera y no quiere decir su nombre se queda en nuestra memoria, y el resto del metraje en el que aparece deja claro que su interpretación es la mejor del año.
Joe Pesci, en la piel de Russell Bufalino es el terror personificado. En su presencia tiemblas, no puedes hacer otra cosa. Cuando mira no quieres que hable y cuando habla no quieres escucharlo. Ese hombre es un peligro y Pesci lo interpreta con una tranquilidad que asusta. Solo con estar ya consigue su propósito: como personaje, imponer sus deseos, como actor, superar a todo el elenco con creces.

El irlandés es la película más importante del año. Por lo que es y por lo que significa. Porque reúne al cine de varias décadas, que coincide con que es la historia del cine de Scorsese, quien se ha ganado también ser parte de la historia, a secas. El genio pinta, con la cámara, un fresco del siglo XX para componer la gran película del siglo XXI.
Scorsese cierra un ciclo de género de mafia firmando lo que fue Sin perdón para el western, una obra insuperable que servirá como referencia en los libros, que se debe estudiar en las escuelas de cine y en los colegios, antes de que los estudiantes se decidan por carreras que no tengan nada que ver con este arte, porque todos deberíamos, al menos una vez en la vida, ver El irlandés. Una obra de semejante calibre no puede permanecer ajena al ojo humano.
Si la Academia, hasta ahora reacia a premiar el cine producido por Netflix porque está destinado a la plataforma y no a las salas, y de hecho en España solo se estrena en 45 y únicamente en versión original, por una duración no mayor a dos semanas, previas a su desembarco en ella el día 27 para disfrute de todos los que tengan cuenta, si la Academia, decía, no se rinde ante El irlandés dándole los Oscar que merece, que son muchos, estará perdiendo la oportunidad de seguir teniendo el prestigio que la caracterizó antes de irlo perdiendo en favor de premios que solo son puro marketing en lugar de señalar los títulos verdaderamente dignos de resaltar.
Pero no nos engañemos: si en Hollywood no la premian, no pasa nada, porque El irlandés está por encima de cualquiera de ellos. Es lo que le ocurre a las películas inmortales, al cine que nace siendo tan grande como el arte al que pertenece.
Silvia García Jerez