La culpa: Víctimas y verdugos
En La culpa, un reconocido psiquiatra es requerido a declarar en favor de un paciente que ha cometido una masacre, pero él no quiere y eso le repercute hasta niveles de escarnio público por parte de la prensa, que según él busca una víctima y ha recaído en su persona, con consecuencias terribles en su vida personal, en concreto en su mujer, que incluso se plantea poner fin a su matrimonio.
La culpa es una obra escrita por David Mamet, adaptado por Bernabé Rico y dirigido por Juan Carlos Rubio, en la que es la tercera obra, tras Razas y Muñeca de porcelana, en la que Rubio se hace cargo de un texto del dramaturgo norteamericano.
Su duración, extremadamente corta, no le quita intensidad a la trama, en la que capas de ética y moral, de religión, de manipulación mediática y de conflictos personales se conjugan para ofrecerle al espectador una obra que lo deje no solo satisfecho a nivel de espectáculo teatral sino conmocionado en cuanto a todo lo que plantea.
Porque la vida es más retorcida que lo que esperamos en nuestro confort diario, y vivir en primera persona los conflictos que ésta desata frente a los convencionalismos que tenemos asumidos, es un baño de realidad aplastante para el que no estamos preparados.
Cuatro actores en escena, a cual más impactantes en sus roles, un psiquiatra a punto de perderlo todo, su vida y su prestigio, su mujer, más rota de lo de que aparenta en un principio, que no es poco, y dos abogados, un amigo que se postula para defenderlo y la abogada del asesino, una mujer que defenderá a un hombre homosexual, dos colectivos oprimidos desde que el mundo es mundo.
Respectivamente los interpretan Pepón Nieto, el protagonista alrededor del que todo gira y que demuestra, una vez más, ser un actor capaz de enfrentarse con éxito a cualquier personaje, Ana Fernández, Miguel Hermoso y Magüi Mira, la abogada que en el texto original es también un hombre, como el abogado amigo del psiquiatra, y que tanto Bernabé Rico como Juan Carlos Rubio decidieron cambar y darle el papel a ella.
Cuatro actores en estado de gracia, cada uno interpretando a un personaje con sus razones para actuar de esa manera que, mientras las exponen, van logrando que el espectador sea consciente de que no hay verdades absolutas, de que todo es susceptible de dar un vuelco a lo que creías asentado y que la otra cara de tu verdad es otra verdad más que también puede abrazarse.
Digno de mención también es el tratamiento de los medios de comunicación y de su necesidad constante de chivos expiatorios y de víctimas a las que culpar independientemente del daño que les hagan, solo con el fin de vender y de conseguir más lectores, algo que vemos de manera constante en el tratamiento de las noticias y que por más que critiquemos no vamos a conseguir que el negocio se detenga.
Con una escenografía ejemplar, que firma Curt Allen Wilmer, y un manejo brillante de las luces, diseño de José Manuel Guerra, nos introduce admirablemente en dos decorados muy distintos y nos hace partícipes de la tragedia a la que se enfrenta Charles, el psiquiatra al que da vida Pepón Nieto, un hombre que acaba de abrazar el judaísmo, cuya Torá condena la homosexualidad, y que se ve atrapado por su telaraña ética y moral.
David Mamet, autor estadounidense que sabe bien que en su país la homosexualidad está considerada una lacra social, expone actos y argumentos de una manera sólida bajo la cual podemos entender el gran dilema al que Charles se enfrenta.
E insisto, pone también el foco en los medios de comunicación, que no ayudan en nada a la disyuntiva que es ahora la existencia del psiquiatra protagonista.
La culpa es una obra que mezcla con acierto lo personal con lo social. El único pero a todo es que lo hace con una intensidad demasiado desatada que tal vez pueda agotar más de lo inicialmente previsto. Está bien que el teatro plantee dilemas, pero sería bueno también que lo hiciera con una medida del drama que no sobrepasara niveles abrumadores.
Y probablemente parte del detonante de que el texto sea así es que está concebido alrededor de un hecho que solo vamos a conocer en el desenlace. Hasta entonces estamos especulando con los datos que se nos ofrecen, que son las consecuencias, pero no contamos con los hechos que conciernen directamente al psiquiatra, desencadenante de un todo alrededor del cual se está hablando en el transcurso del espectáculo.
Ese mazazo que nos espera a modo de revelación da un sentido prodigioso a un conjunto del que hasta entonces solo teníamos pinceladas y es ahí, y solo ahí, cuando el puzzle encaja y vemos hasta qué punto los medios de comunicación son una presencia en nuestra vida. Buena o mala, eso ha de responderlo el espectador, como tantas otras cuestiones que La culpa deja en el aire para que seamos nosotros quienes recapacitemos sobre ellas.
Porque las buenas obras teatrales, como muchas buenas películas, además de ofrecer textos interesantes consiguen que no dejemos de pensar en ellas una vez el telón ha bajado.
Silvia García Jerez