AS BESTAS: Oscuridad en el paraíso
Desde el mes de mayo As Bestas viene siendo una conmoción en el cine español. Conmoción como sinónimo de terremoto, de apisonadora que va pasando por encima de títulos gloriosos vistos en el 2022, distanciándose de ellos gracias a una contundencia en su narrativa a años luz de logros evidentes que, a pesar de que lo son, no pueden hacerle sombra.
Desde mayo, cuando As Bestas se presentó al mundo en el festival de Cannes, en una proyección especial fuera de toda competición, para respiro del resto de películas que allí se proyectaron, ha caminado por otros como San Sebastián o Sitges, hasta su estreno comercial en las salas, con la seguridad de los faraones, que, como el último film de Rodrigo Sorogoyen, hacían contener la respiración a cada paso, a cada movimiento, en cada fotograma.
Cosechó incluso la admiración de académicos que constataron sus virtudes cuando se vieron en la encrucijada de votarla o no como ganadora de la terna resultante de precandidatas a enviar a Hollywood a luchar por el Oscar a la mejor película internacional en 2023. Aunque se decantaron por la que, como mayor carta de presentación, ostentaba el Oso de Oro en el festival de Berlín, dejando de lado a ésta que, sin premio en certámenes internacionales, y hablando en el fondo del mismo tema, las rencillas personales por la inevitable llegada del progreso, la supera de tal forma que, una vez vista As Bestas no se entiende que otra elección haya sido posible.
Pero As Bestas tiene más temas en sus absorbentes capas. La España vaciada, que solo parece importarle a quienes viven en ella, el racismo a los extranjeros que vienen a desbaratar los planes de los lugareños, el silencio cómplice de quienes no pueden luchar contra la tensión del que la genera o la familia que ha de partirse porque el trabajo está en las grandes ciudades y los jóvenes se quedan en ellas.
Centrándonos en su argumento principal, As Bestas nos cuenta la historia de Antoine Denis (inmenso Denis Ménochet) y Olga Denis (espectacular Marina Foïs), un matrimonio francés que decide dejar su país para instalarse en una aldea de Galicia y vivir, así, en contacto con la naturaleza. Pero la oscuridad llega al paraíso y lo que iba a ser una estancia plácida, dedicada a los frutos de su huerto, se convierte en un infierno cuando dos de sus habitantes, Xan (Luis Zahera) y su hermano Lorenzo (Diego Anido) acosan sin tregua al recién llegado hasta un punto en que la existencia de la pareja cambiará para siempre.
As Bestas supone, aunque no lo parezca porque la trayectoria de Rodrigo Sorogoyen ya estaba cercana a lo sublime, un punto de inflexión en su filmografía. La perfección de su relato, escrito por él mismo junto a su inseparable coguionista Isabel Peña, la calidad de sus interpretaciones, los detalles cuidados al máximo, como esa banda sonora compuesta por Olivier Arson, colaborador habitual del director, que aporta un suspense atronador a la ya de por sí cortante tensión, hacen de su último trabajo algo estratosférico. Llegar a ese grado de maestría está al alcance de muy pocos.
Ya había demostrado Sorogoyen su talento para manejar atmósferas malsanas previamente. De hecho, lo lleva haciendo desde que nos dejó helados con Stockholm, uno de sus primeros trabajos. Lo consiguió de nuevo con Que Dios nos perdone, a pesar de su fallido epílogo, o con El Reino, un formidable retrato de la actualidad política nacional moviéndose en sus cloacas con tanto acierto como Antidisturbios, la serie de Movistar+ con la que también conmocionó a la opinión pública.
Patinó con el largometraje Madre tras ser nominado al Oscar por su primera versión, la corta. Se convirtió en película en el mismo proceso que Cerdita, y en su caso Sorogoyen nos regaló, en el corto, otro ejercicio de tensión apabullante rodado en plano secuencia que la Academia de Hollywood no quiso premiar como se merecía. Pero volvió a lo más alto con el capítulo piloto de Apagón, titulado Negación, en el que lo que parece una simple exposición de lo que puede llegar a pasar si realmente nos afecta una lluvia solar nos va a ir sumergiendo en el miedo más sobrecogedor. Porque quedarse sin luz tiene más consecuencias de las que pensábamos y Sorogoyen nos plantea, sin mostrarlo aún, el apocalipsis al que estaríamos abocados. Y al que nos van a enfrentar los siguientes capítulos de la serie.
Y después de Apagón, en Movistar+, llega a los cines con As Bestas. El mismo año y yendo a más, rompiendo esquemas, deslumbrando con una manera apoteósica de tratar el thriller: sin estridencias, sin disparos, sin gota de sangre, solo con miradas, con actores que saben estar, cuya sola presencia transmiten, a través del hilo de una conversación aparentemente intrascendente, la incomodidad de la oscuridad del alma. Un rencor que tiñe de angustia el aire, que oprime, que maltrata el día a día. Un racismo que, disfrazado de juego, de falsa permisividad indulgente, va horadando el abismo.
El fabuloso actor francés Denis Ménochet, padre maltratador y fuente del terror más puro en Custodia compartida, pasa a ser la víctima de Luis Zahera y de Diego Anido, su hermano en esta ficción. Ambos lo persiguen como lobos que no tienen, aunque lo pretendan, ninguna piel de cordero.
Todo en Xan, personaje de Zahera en As Bestas, es amenazador. Su aura inquieta, sus ojos imponen, su postura, sentado en el bar, no invita a la tranquilidad. Sus partidas al dominó son un juego de estrategia del que, más allá de que ganes o pierdas, no saldrás bien parado. Porque cada movimiento de las fichas es una radiografía que va condenando tu futuro.
Todo en Xan es chungo, tal vez por eso lo interpreta Luis Zahera. Y se merece cada uno de los premios que puedan llegarle por este trabajo. Y eso que ya estaba superlativo en El Reino, en esa escena del balcón que le dio el Goya al mejor actor revelación. Pero lo que consigue aquí Zahera es diferente: a las cloacas del Estado es complicado acceder pero un lugareño que te enfila y va a por ti está más al alcance de cualquiera. El miedo que infringe se vuelve cotidiano. Por eso será una de las interpretaciones que marquen su carrera. Para bien, para muy bien.
Otra cuestión principal de As Bestas es la diferencia entre su concepto y su estructura. En este punto radica su fortaleza como cine mayúsculo, en que lo que cuenta es fruto de la misma historia aunque parezca que la película está dividida en dos partes.
Cuando el pasado año Pedro Almodóvar estrenaba esa joya que es Madres paralelas muchos le achacaron que hubiera hecho dos películas en una, y no era así. Su tema era la Memoria Histórica pero la trataba a través de una fotógrafa –con su cámara y su punto de vista comienza todo y con ella va a permanecer hasta la conclusión del relato- que no puede dedicarse personalmente a buscar a su familiar y tiene que delegar en quien sí tiene las competencias para ello. Su día a día, aún estando en su casa, pasa también por estar pendiente de la llamada del burócrata que tiene las puertas abiertas allí donde ella las encuentra cerradas.
En As Bestas, Rodrigo Sorogoyen sigue al matrimonio francés al que hace protagonista, y no se despega de él en toda la historia, ya sea estando junto a él o junto a ella. Quien le importa es la pareja del matrimonio, no la de hermanos, aunque ellos sean el detonante del mal que les aqueje. Por eso es una sola historia, sin división alguna, aunque cambie el tono. Dejamos el thriller para adentrarnos en el drama, pero éste será también tenso, con el miedo asomando entre los gritos, entre los reproches de la hija (fabulosa Marie Colomb), en el tiempo, que continúa pasando con angustia, en la impotencia de querer seguir cuando todo se ha detenido.
Aunque parezca que hay dos películas en una se trata de un concepto único y una estructura dividida en personajes en la que no hay un rótulo que los identifique, solo unos fundidos que nos funden también a nosotros, llevándonos a la Galicia más profunda, hundiéndonos en sus bosques, en un bar donde beber no es un placer y jugar al dominó es una tortura. Donde las personas también pueden comportarse como bestias
Silvia García Jerez