OPPENHEIMER: La creación de la bomba atómica
Oppenheimer es una de las películas del verano, pero por varios motivos no lo es en el sentido de la mayor expectación generada al respecto de un estreno. Primero porque su tema es complicado, ya que no se limita a ser el biopic de J. Robert Oppenheimer, el creador, como persona responsable e ideóloga de la bomba atómica en un momento en que la humanidad está pendiente del desarrollo de la II Guerra Mundial, sino que nos cuenta por un lado cómo se enfrenta la comunidad científica a este ‘invento’ que nunca se ha probado y del que se desconoce el daño real que puede causar -el potencial está bastante claro-, por otro, se enfrenta a los movimientos políticos tácticos que dan la aprobación a la creación de cuanto fuere necesario para la obtención y la utilización de la bomba, y por último, aborda el calvario por el que Oppenheimer tuvo que pasar una vez lanzada la bomba, debido a lo que supuso para él, no sólo a nivel personal sino a también al que respecta a quienes quisieron traicionarlo.
Este cóctel de intensidad histórica tal vez sea demasiado exigente para un momento en el que lo que el espectador quiere ver en el cine son películas de pura evasión. Oppenheimer ofrece todo lo contrario. Desde el comienzo hasta el final el espectador se ve apabullado por una enorme cantidad de datos, nombres y acontecimientos que desligarían por completo a la película del concepto de ‘cine veraniego palomitero’. La tercera razón para mirar de reojo este estreno la tenemos en su duración: 3 horas sin pausa conversaciones sobre física al más alto nivel, de reuniones en despachos y un montaje frenético que nos va llevando del presente al pasado y nos cambia de escenario para que vayamos teniendo todas las situaciones cubiertas, ninguna de las cuales es más sencilla de asimilar que las que en ese momento no están en la pantalla.
Oppenheimer es el nuevo trabajo de Christopher Nolan. Eso ya debería dar pistas acerca del tipo de película a la que nos enfrentamos: un blockbuster básicamente complejo. Sus películas siempre lo son. Producciones mastodónticas confeccionadas a base de un mecanismo que las hace más áridas de de lo que aparentemente tenemos en mente que deberían ser. Y es que estamos acostumbrados a que los blockbuster sólo sean divertidos pero es que el cine de Nolan requiere de ese envoltorio para contar lo que el cine de bajo de presupuesto no le permitiría. Por una cosa o por otra. Aquí lo es por el tema y la profusión de datos y de personajes que la pueblan pero en otras es por el manejo del tiempo, o de las líneas temporales mezcladas en la narración lineal… el tiempo en muchas de sus películas es fundamental: Memento, Origen, Interstellar, Dunkerke o Tenet contemplan una base temporal sobre la que contar la historia. Y hay que estar muy atento a cada detalle porque es fácil perderse entre ellos. Muchos de los admiradores de su filmografía admiten la dificultad de seguir sus tramas, pero aún así resultan apasionantes. Cuida cada escena, cada frase, cada acontecimiento que sucede en la pantalla. Si te has perdido, Nolan te dice que es culpa tuya, él no va a hacer cine bajando su nivel. Eso se agradece, porque toma a los espectadores por personas inteligentes, pero ver sus películas puede llegar a ser agotador.
Y en Oppenheimer, una vez más, lo es. Podría dejar su estreno para la temporada de premios, porque sus películas suelen ser de merecedoras del Oscar, pero a él eso le da igual. Si elige el verano para estrenarlas es porque para él es una buena fecha, y si luego tiene nominaciones, estupendo. Pero no es prioritario. Lo que quiere es hacer, cada vez que se pone a rodar, la película por la que se ha decantado, y con su prestigio, la productora se lo facilita aún sabiendo los costes a los que se enfrenta y que puede que la dificultad para seguir con fluidez las tramas que plantea echen a muchos espectadores de las salas. Pero es admirable comprobar cómo directores tan particulares como Ari Aster o Christopher Nolan gozan de una libertad completa a la hora de proponer proyectos a Hollywood. Son pocos los directores con alma de autores que no están encorsetados y, a pesar de que son responsables de películas que en su planteamiento serían poco o nada comerciales, siguen teniendo el respeto de esa industria a la que pertenecen y que aún así los respalda.
Y es que el cine que hace Christopher Nolan es único, y también eso tiene un valor. Atrevido, valiente, no todos los directores son capaces de ofrecernos los retos que él nos lanza. En Oppenheimer nos pone frente a la disyuntiva de una situación histórica, mismo marco que ya tocó en Dunkerke pero desde una óptica muy distinta, y de cómo pudo llegar a resolverse. Todo fue muy extremo en la creación de la bomba atómica y Nolan lo cuenta con una narración llena de tensión, mezclando presente y pasado, blanco y negro y color, forma y fondo a un nivel de máximo rendimiento. Por su parte como director y de cara al espectador.
Y Oppenheimer le sale espléndida. Lo es, objetivamente hablando. Es muy dura de ver, árida, compleja, como ya se ha dicho, pero no por ello se trata de una mala película. Si el espectador es un físico cuántico se lo pasará mejor y entenderá sin agotarse la primera parte de la película, pero la mayoría no lo somos y nos supone una exposición brutal a un mundo que nos es ajeno. El tramo final, con las consecuencias del lanzamiento de la bomba, ya es más asequible. Pero más asequible significa eso, algo más de facilidad para seguir el relato, porque cambiamos de tema pero la madeja sigue teniendo mucho hilo que soltar.
Y es la parte en la que Robert Downey Jr. toma las riendas de este relato coral y su interpretación lo consolida, de nuevo, como uno de los mejores actores del cine contemporáneo. Porque Oppenheimer está repleta de personajes históricos que tuvieron una importancia más o menos señalada en el proceso. Pero de todos ellos tal vez Robert Downey Jr. sea el que más destaque. Su Lewis Strauss es digno de admiración y se queda en la memoria porque el peso que el actor le aporta es apabullante. Menudo trabajo secundario para su filmografía, tras salir del universo Marvel y volver al cine adulto que tantas alegrías le ha dado como intérprete (nominaciones al Oscar por Chaplin y por Tropic Thunder: ¡Una guerra muy perra!), no tanto como la estrella en la que lo convirtió Tony Stark/ Iron Man, aunque ésta le haya granjeado una fama desmedida.
Eso sí, Cillian Murphy es el protagonista de Oppenheimer. Le da vida al científico en un papel muy difícil que lo encorseta en un personaje atormentado pero con las dudas razonables de si lo que está haciendo realmente va a tener efectos tan devastadores. La fabulosa Emily Blunt se convierte en su mujer y vuelve a trabajar con Murphy tras Un lugar tranquilo 2, y a ellos los rodean Matt Damon, Kenneth Branagh, Jason Clarke, Gary Oldman o Florence Pugh. Un elenco sensacional a la altura de la gesta que supone llevar al cine esta historia ética y moralmente tan delicada.
Pero Nolan sortea las dificultades yendo al centro de la historia, contando sin fisuras los hechos y narrando cinematográficamente con una precisión fabulosa. El uso del montaje y del sonido, como nos tiene acostumbrados a lo largo de su carrera, vuelve a ser primordial aquí. Y es un espectáculo disfrutar del resultado. Oppenheimer es una gran película, pero no es para todos los públicos. Una vez sepamos esto, yendo advertidos, es posible que las tres horas se hagan menos cuesta arriba, pero hay que entrar a la sala siendo conscientes de que Nolan va a ponernos ante otro de sus desafíos.
Silvia García Jerez