YO, ADICTO: La cárcel de los estupefacientes

Cuando acabas de ver Yo, adicto, la adaptación a miniserie de 6 episodios de la novela del mismo título escrita por Javier Giner, estás henchido, como un barco navegando a toda vela. Lleno de emociones y con una sonrisa en la cara. Has atravesado el torbellino que supone el infierno que plantea para poder ver la luz que te estaba esperando.

Y es que Yo, adicto, es más que una serie: es una experiencia vital que nos sirve a todos, a los adictos para que sepan que se puede salir -no que lo harán, ojo, puede que no pase; no siempre ocurre lo que esperas, ni siquiera fuera de la adicción- y a los no adictos, para que conozcan un universo ajeno a ellos -de momento, nadie está libre de caer en las drogas- que está maravillosamente representado en el espacio anímico que la miniserie explora con absoluto acierto.

Hay que reconocer que este año las series nos acercado al mundo de las drogas de una manera bastante perturbadora. Ya lo hizo Mi reno de peluche, en la plataforma Netflix, que copó la conversación en las redes sociales la pasada primavera, con razón, porque pocos, por no decir ningún espectador, esperaba un relato semejante en el que las drogas jugaran el papel que tienen en la vida del protagonista. Y ahora le toca el turno a Yo, adicto, una muestra más de sus terroríficos efectos. En este caso, el de que no poder dejar de consumir, que no es nada, pero nada divertido. Todo lo contrario.

Te sitúa en una cárcel de la que eres consciente de que tienes que salir y de la que crees que tienes la llave para abrir la celda, pero por lo que sea nunca acabas usándola. La miras, sabes que está ahí pero ni te acercas. Mañana. No, mañana, mañana lo dejo. Mañana mismo. Y mañana es nunca. Tú solo no puedes, en eso consiste la adicción, como bien le indica a Javier Giner (Oriol Pla) su educadora en el centro de desintoxicación, Anaís (Nora Navas).

A Javier Giner (Oriol Pla) no le será fácil enfrentarse consigo mismo Yo, adicto
A Javier Giner (Oriol Pla) no le será fácil enfrentarse consigo mismo

Yo, adicto, nos presenta a Javier Giner, jefe de prensa de cine en Madrid, persona real con la que los periodistas de cine hemos trabajado cuando el estreno que le correspondía promocionar lo llevaba él. Un tipo con un enorme prestigio en la profesión que sabe al dedillo en qué consiste su trabajo y lo hace con los ojos cerrados. En la oficina es una máquina, pero fuera de ella también.

Una máquina de consumir drogas, alcohol y sexo. Es lo que nos ha revelado en su novela y lo que ahora vemos reflejado en la pequeña pantalla de la plataforma Disney+, en la que está disponible la miniserie. Una obra magna en la que se abre en canal para exorcizar sus demonios.

El primer capítulo ya es pura adrenalina, una pasada de ritmo y elegancia. Porque Giner nos cuenta su historia con una belleza arrolladora. A pesar de lo que lleva dentro, de lo que arrastra. Y es que sabe escribir y sabe dirigir, y nos lleva por caminos que con otras manos habrían hundido a los personajes en el fango, habrían sumergido sus diálogos en una zafiedad dolorosa, imposible de escuchar, pero que en las suyas, sin dejar de retratar la oscuridad en la que viven el protagonista y sus compañeros de terapia, se tornan arenas movedizas en las que luchar sin tregua, encontrando siempre las palabras adecuadas para transmitir el horror sin que éste supere el umbral del espanto.

Momentos tensos se entrelazan con otros más relajados. La vida misma. Una montaña rusa que en pleno mono da todavía más vértigo. Pocas veces hemos visto en una pantalla ese subidón emocional que no te deja ser tú mismo y que puede llegar a dañar a los demás si se vuelve violento. En Yo, adicto está reflejado con una precisión sobrecogedora. Porque estamos acostumbrados a que el mono se refleje con temblores y sudores. También aquí los veremos. Pero Javier Giner nos lleva más allá y nos hacer ser conscientes de la vulnerabilidad a la que puede enfrentarse una persona en ese estado. De la exposición a la que está incluso para sí mismo. Es esa vulnerabilidad la que nos hará verlo como alguien potencialmente destructor aunque él crea que lo controla todo. No es cierto: será cuando más ayuda necesite.

Yo, adicto es una miniserie ejemplar. Lo más parecido a una obra maestra. Te vapulea, te asfixia, te agobia, sí, pero te da esperanzas. Te expone lo peor y lo mejor de las personas. Te hace reflexionar, que es algo precioso. Y te hace disfrutar. Mucho. Muchísimo. Darte cuenta de que capítulo a capítulo Javier Giner te está dando un trocito de su alma envuelta en una historia de superación contada de una manera sublime te convierte a ti también en adicto. En adicto a su serie. No puedes dejarla, ni quieres. Y es una adicción sana, te hace bien. Porque gracias a lo que expone, y a cómo lo expone, aprendes. Y como no se puede contar mejor, te lo pasas pipa.

Nora Navas y Oriol Pla. Yo, adicto
Nora Navas y Oriol Pla

Y ahí está Oriol Pla como medio para que eso ocurra. El mimetismo que Pla logra con Giner es impresionante. No ves a Oriol, ves a Javier. Desde el primer minuto, desde el primer capítulo. En esa oficina, organizando un junkett de prensa, un preestreno. Es así, tal cual. Y es él. No debe quedar nada de Oriol en la pantalla, el actor ha desaparecido en la persona en la que su talento lo ha convertido. Porque Oriol Pla es bueno, muy bueno. Siempre lo fue y este año también lo demuestra en la sensacional Salve María. Un actor colosal. Cómo se mueve, cómo habla, como mira… es la pura perfección. Y en ese episodio 5 en el que lo da todo… Ese Javier Giner que se deshace en esa entrega única de Oriol Pla a su discurso. Es la fiesta de la interpretación. La apoteosis total. Un personaje, porque por mucho que Javier Giner sea persona aquí es personaje, que quedará para la historia de la ficción más real que se pueda imaginar.

Los demás actores también llegan a ese nivel, pero es Oriol el que se nos queda grabado. Con razón. Pero no olvidemos a un reparto sensacional que lo acompaña de forma admirable. Nora Navas, una auténtica madre, dura y compasiva, que sabe manejar muy bien los vaivenes de sus pacientes. O Álex Brendemühl, sin cuya tranquila, incluso cariñosa, escucha el capítulo 5 sería imposible. O Marina Salas, una adicta que va brillando a cada frase, a cada segundo en el que su presencia va cobrando más y más peso. No son los únicos a citar pero, cuando hablamos de Yo, adicto, aparecen en la conversación.

Y ese final. Qué manera de acabar la serie. Qué portento, qué manejo del tiempo y del espacio. Ese travelling hacia atrás inolvidable… Javier Giner, qué regalo nos has hecho a los espectadores de Yo, adicto. Qué pena que todo haya surgido del sufrimiento pero qué maravilla ser testigos del resultado.

Silvia García Jerez

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