LA VUELTA DE NORA: El feminismo incipiente
Hay regresos que revolucionan la vida de las personas porque antes, quienes se fueron, provocaron la hecatombe de la que a su vuelta tienen noticias. Es el caso del de Nora, cuyo regreso es un torbellino para su familia: un marido, unos hijos y una niñera a los que abandonó hace 15 años para buscar su propio camino y encontrar a su verdadero yo.
Nora fue la protagonista femenina de Casa de muñecas, de Henrik Ibsen, a finales del s. XIX y en el mismo contexto histórico, porque poco más de una década después no es nada, Nora es ahora dueña de su vida, tal y como soñó al salir de su casa dando un merecido portazo.
En La vuelta de Nora, Nora vuelve con un propósito, una petición a Tolvald, su marido, que más que petición es exigencia. Para sobrevivir, para no ser considerada una delincuente, porque su presente es, legalmente, uno que ella no pensó que fuera a ser antes de comprobar que efectivamente lo era.
Y su vuelta produce escalofríos. Primero a su niñera, Anne Marie, que no puede concebir la figura feminista de esa mujer con la que ha convivido, a la que no reconoce porque sus ideas, las de Anne Marie, respecto a la libertad de las mujeres están situadas en el momento social que corresponde a su época, no a la que Nora reivindica y que en ese momento están simplemente floreciendo.
Luego escandalizará a su marido, que no está dispuesto a concederle a Nora lo que le pide, y cómo no, pondrá patas arriba las convicciones de su hija, que está a punto de casarse y que tampoco ve bien lo que su madre va pregonando sobre el matrimonio. Pero es que ella lo ha sufrido, y sabe de lo que habla. Nadie escarmienta en cabeza ajena pero siempre quien ha vivido algo podrá explicarlo mejor que quien solo lo imagina. Si es que se lo plantea.
La vuelta de Nora es teatro vivo desde el mismísimo momento en el que se levanta el telón del teatro Bellas Artes de Madrid, literalmente, y vemos una puesta en escena sencilla pero asombrosa en los recursos utilizados para que esa casa en la que van a tener lugar los fantásticos diálogos, sea tan atrayente como consigue serlo el conjunto de la obra.
Efectivamente, todo en esa casa está vivo, el fuego de la chimenea, que nos deja atónitos en ese comienzo tan sugerente, las enormes ventanas, que se abrirán en el momento adecuado para hacerlo y albergarán a los personajes que las utilicen para observar lo que dentro sucede, porque todos ellos, los habitantes de la casa, están presentes en la historia por derecho propio.
También las sillas están vivas. Servirán para sentar a los personajes que exponen en ellas sus ideas, o como arma arrojadiza, como símbolo de que nada, por mucho que algunos se empeñen, puede darse por sentado.
Lucas Hnath escribe La vuelta de Nora y Andrés Lima la dirige, con una solvencia y una precisión que se agradecen, porque a cada escena la acción, más interna que externa aunque los personajes se muevan constantemente por el escenario, pero en el que lo que cuentan es más importante que sus movimientos, o más bien, sus movimientos corroboran sus mensajes, a cada escena, como decía, ésta se supera y la calidad de la obra aumenta.
Y cómo no, La vuelta de Nora demuestra una vez más que Aitana Sánchez-Gijón es un titán en el escenario, que domina con más entereza y frescura que la pantalla. Es en el teatro donde Aitana suele dar lo mejor de sí y ofrecerlo con la naturalidad que requiere el personaje.
Como Nora está sublime, siendo ese ejemplo de feminismo que está llegando y que en ella se personifica como en pocas mujeres entonces. Adelantada a un tiempo que sabe que está ahí, que puede ver y hasta tocar pero que no quiere que se vaya por el miedo de los que no aceptan que las cosas cambien, que los hombres no sigan decidiendo por ellas, Nora es un torbellino de libertad en una sociedad aún dominada por lo que el hombre decida.
También Elena Rivera, su hija Emmy, es un puntal en la obra. Su retrato de una chica capaz de asumir lo que su madre defiende pero incrédula por lo que una revolución de la mujer supone en una sociedad que no la espera como dueña de su vida es estremecedor.
Porque no es lo mismo tener una edad y ver esa situación como una locura imposible, caso de Anne Marie, una espléndida Ana Isabel Díaz Lago, niñera fiel que también lo es a unas ideas que es difícil que cambien a esas alturas, que ser una tardo adolescente enamorada, como lo es su hija Emmy, que en ese momento no concibe dejar de estarlo pero sí entiende, porque su madre se lo está contando, que el matrimonio puede revertir sentimientos.
Y uno, como espectador, asiste a La vuelta de Nora con la fascinación de quien se sienta ante un espectáculo brillante, sin tacha, carente de peros y lleno de aciertos.
Una obra de un feminismo contundente, aunque incipiente, que espera mucho de una sociedad que tal vez no esté preparada para que las mujeres sean igual de importantes que los hombres porque incluso un siglo después sigue siendo complicado afirmar que se ha conseguido, pero como Nora demuestra, hay que seguir luchando para que todos podamos ver que se cumple.
Silvia García Jerez