VIVIR DOS VECES: Alzheimer en la carretera
Vivir dos veces tendría que responder al esquema de película necesaria, el tan manido y odiado mantra de película necesaria que parece que siempre está de más utilizar, porque todas las películas son necesarias, ya que unas entretienen, otras son didácticas, otras muestran partes del mundo o de la naturaleza humana que de otra forma no veríamos, otras el cosmos, que si no es por el cine apenas podríamos ver…
Pero no todas las películas son necesarias, sobre todo las que no nos gustan, por eso podemos prescindir de ellas. En ese casillero entra también todo, desde los superhéroes que tanto nos cansan a muchos ya y que preferimos que la industria prescinda de ellos, hasta el documental, género que parece defenderse como pocos por su utilidad pero que en la realidad se defenestran porque ni se sintonizan cuando un canal de televisión los emite. Sobre todo la 2.
Se habla de películas necesarias en el caso de la fabulosa Cafarnaúm, que muestra la crudeza de la pobreza en su máxima expresión, pero también ella puede ser calificada de innecesaria porque el público prefiera mantenerse al margen, que pobreza ya ven mucha… no sabemos bien dónde. Quienes pueden ir al cine esa pobreza que retrata Cafarnaúm ni se la imaginan. Por eso duele tanto ver ese título, no por otra cosa. Y por eso, en efecto, sí era una película necesaria.
Necesario también es hacer visible una enfermedad. No todo, como ya ha quedado dicho, es alegría en la vida. La existencia tiene su lado amargo y el celuloide la muestra a veces con acierto y otras con desatino.
Enfermedades hay muchas pero Vivir dos veces nos habla del Alzheimer, como ya lo hicieron con enorme acierto Lejos de ella, de Sarah Polley, película que le dio una nominación al Oscar a mejor actriz a Julie Christie o Arrugas, el film de animación de Ignacio Ferreras basado en el cómic de Paco Roca. Por el contrario, fue un patinazo de gran calibre ¿Y tú quién eres?, el último trabajo del maestro Antonio Mercero, que con ese film hay que admitir queno estuvo acertado.
Vivir dos veces se sitúa entre ambas, ni es una joya ni supone un error tremendo, pero está más cerca de lo segundo que de lo primero.
Vivir dos veces cuenta la historia de un padre y un abuelo. Y un viudo y un hombre enamorado. Todo ello en el mismo personaje, encarnado por Óscar Martínez, al que acabamos de ver en la espléndida El cuento de las comadrejas.
El actor argentino, protagonista de El ciudadano ilustre y fundamental en el reparto de Toc Toc, es aquí Emilio, un profesor universitario de matemáticas al que se le diagnostica Alzheimer y cuya hija, Julia (Inma Cuesta), una visitadora médica, una comercial como dice su padre que es para desesperación de ella, pretende cuidar pero no sabe cómo hacerlo.
Julia, por su parte, también tiene en su casa un panorama algo desolador, con un marido que ejerce el coaching pero que está en el paro y una hija casi adolescente que entre lo contestona que es y que no deja el móvil ni pidiéndoselo de rodillas, su vida no es precisamente fascinante.
Un día descubre, por azares que los móviles no pueden ocultar, que su hija se ha marchado de viaje con Emilio, y cuando lo localiza éste le revela algo que volverá del revés todo en lo que Julia creía: su padre quiere encontrar al amor de vida antes de que el Alzheimer le haga olvidarlo.
Ante todo hay que avisar de algo importante. Vivir dos veces no es una comedia. No lo es, a pesar de su apariencia de cine familiar, como lo ha sido este verano el exitazo de Santiago Segura, que el film de Quentin Tarantino se ha encargado de eclipsar. Pero ahí están los números, casi dos millones de espectadores han reído con Padre no hay más que uno y por lo tanto ha funcionado mejor que bien.
Vivir dos veces, a pesar de su cartel, que tanto invita a pasar un rato desenfadado, o pese a su carácter de road movie, con la que ya triunfó El mejor verano de mi vida, con Leo Harlem, el pasado año, no es sino un drama acerca de una familia mal avenida, a la que las cosas, debido a la enfermedad del mayor miembro de ella, no se le van a poner nada fáciles.
Por eso es una película necesaria, porque el cine también ha de mostrar que no siempre las familias son ideales, que a veces no todo es tan idílico como la sociedad nos lo vende y que cuando la enfermedad te arrasa, debido a ella puedes perder incluso tu identidad, a partir del momento en que ya no te acuerdes de quién eras.
Lo malo es que Vivir dos veces no muestra nada de esto de una forma amable. No es que el cine tenga que hacerlo, ni mucho menos. Lejos de ti no era amable, pero era apasionante aunque doliera ver cada minuto de esa película. Aquí los personajes no se hacen querer, hasta el punto de que llegamos a distanciarnos de ellos como espectadores. Sus problemas, cada vez más tremendos, no nos provocan la lástima que, en caso de ser más empáticos, sí lograrían.
Y no me refiero a la lástima de dar pena, esa que ningún enfermo quiere provocar, sino a la de que sintamos el cariño que su situación provoca. Cuando los personajes caen mal la antipatía forma una barrera por la cual los miramos con la frialdad de entender lo que les pasa sin sentir otra cosa que indiferencia. Como personas que somos lamentamos lo que vemos pero no vamos a llorar por ello. Y eso ninguno de los personajes de esta película lo merecería en otra.
Óscar Martínez es un actor maravilloso que dota a Emilio de momentos reveladores, con la mirada perdida y sin un habla eficaz que fluya con la normalidad con la que él se expresaba, pero la película no está a la altura de su talento, como tampoco lo está a la del de Inma Cuesta, una gran actriz tanto de comedia como de drama, que aquí no realiza su mejor trabajo.
Y es una pena que una historia con tanto potencial no tenga fuerza. Que una enfermedad tan desoladora no encuentre el reflejo cinematográfico que sus víctimas requieren. Que unos actores tan fabulosos no brillen en esta ocasión como en otras en las que nos han estremecido. Que Vivir dos veces, de tanto que prometía ser, se haya quedado en tan poco.
Silvia García Jerez