SIETE DESEOS: la caja y su lado oscuro
Siete deseos se refiere al número total que una caja mágica llega a concederle a la persona que la tenga en su poder. Es el caso de Clare (Joey King), una adolescente que encuentra este peculiar objeto entre la basura de su casa y lo mete de nuevo en ella sin conocer su auténtico funcionamiento.
Ante el acoso escolar que sufre la protagonista, usará su primer deseo al respecto, y poco a poco irá descubriendo el lado oscuro de desear todo lo que puede convertir su vida en una existencia mejor.
John R. Leonetti, director de la denostada Annabelle pero responsable de la fotografía de algunos de los títulos más emblemáticos del género de terror como Piraña 3D, las dos cintas de Insidious o Expediente Warren: The Conjuring, así como primer asistente de cámara en la legendaria Poltergeist, aquella que firmara Tobe Hooper, se ha volcado ahora en la dirección y nos trae este curioso ejercicio de terror para jóvenes.
Siete deseos cumple con todos los tópicos del género: una muerte inicial que da paso a un modo de vida que está a punto de cambiar, atmósfera tensa previa a lo que todos sabemos que ocurrirá o personajes que al entrar en contacto con el caso se ven perjudicados por él.
Nada que no podamos adivinar gracias a cientos de películas previas, pero Siete deseos juega con la ventaja de quitarse de encima los complejos que otros films pudieran tener a la hora de mostrar los mismos vicios que ya no asustan y les da la vuelta, convirtiendo la narración de la exposición de un día a día tedioso para la chica menos popular del instituto en una cinta costumbrista en la que el miedo, como género, va entrando de puntillas.
Y es que Siete deseos cuenta con una fórmula inusual para acercarnos a la historia de su maldición. No deja de ser una variante de la saga Destino final, pero ni la música ni el espíritu de la película nos convencen de que se trata de una más de estas características hasta que la entrada en escena de la investigación informática le da a la película la orientación a la que estamos acostumbrados.
En cualquier caso, Siete deseos no se aleja del concepto de divertimento de terror que todos tenemos asumido que provocan las películas cuya categoría no supera la media. Sus resultados no se acercan ni remotamente a los que los maestros Alexandre Aja o James Wan consiguen con su cine.
El miedo que emana de esta es comedido, el justo para agradar a un público que no quiere más estrés que el de taparse los ojos en alguna escena algo más sobresaliente, como pueda ser la de la cocina en la presente. Hasta ahí, Siete deseos es la película perfecta. Si queremos un producto más destacable habrá que decantarse por otra.
Silvia García Jerez