SALTBURN: Las vacaciones del vampiro
Saltburn está siendo la película evento de las redes sociales estas Navidades. Todo el mundo está hablando de ella, y eso que no se ha estrenado en cines sino directamente en la plataforma Prime. Amazon Prime Vídeo. Pero era una una película ya esperada por el aura de cinta juguetona tirando a transgresora con la que venía después de que se hubiera visto por primera vez en el festival de Telluride, el 31 de agosto de este mismo año.
Saltburn no dejaba a nadie indiferente. Fue pasando por festivales y los rumores de que se trataba de una película subversiva la iban acompañando. Los de Londres y de Zurich en octubre, premiere en Los Ángeles en noviembre. Las críticas seguían estando de su lado.
Emerald Fennell, la directora que en el año 2021 también revolucionó las pantallas con Una joven prometedora, y llega en esta ocasión con un relato oscuro, incluso más que aquel que le dio el Oscar al mejor guión original. Quienes la veían, en pases especiales previos a su estreno, cantaban sus virtudes elogiando una historia que ya ha contado El talento de Mr. Ripley pero que en 2023 se retuerce hasta llegar a ser malsana y viciosa. A España llegó, comercialmente hablando, el 22 de diciembre, para que nuestros ojos sean los siguientes en admirarla: es tan preciosista como enfermiza, una pasada con la que si no entras quedarás asqueado, pero en la que si consigues sentirte fascinado no podrás sino rendirte a sus encantos, que aunque macabros, es evidente que los tiene.
En Saltburn, Emerald Fennell cuenta el verano que pasa Oliver Quick (Barry Keoghan luciendo un apellido para su personaje que significa ‘rápido’. Muy elocuente para la historia), un chico que llega a la Universidad de Oxford, tan elitista ella, tan llena de ricos y de pijos, becado como los chicos pobres. Enseguida conoce a Félix Catton (Jacob Elordi), un estudiante guapo, aristocrático y rico, tanto que es un poco la estrella del lugar, y dándole pena consigue que Félix lo invite a pasar el verano en su casa, con su familia. Claro, no es una casa cualquiera, se trata de una mansión en la campiña inglesa con todo lo que una persona puede desear. Y Oliver se dispone a disfrutar la estancia. A tope. Será un verano inolvidable. Para Oliver y para los demás.
Parece una película más, pero Saltburn no tiene nada de habitual. Supone un salto al vacío por parte de quienes en ella intervienen. No sólo puede presumir de una fotografía espectacular de Linus Sandgren que le da a la localización el nivel de ensueño que el relato requiere, también de unas interpretaciones prodigiosas que han sido nominadas al Globo de Oro: Rosamund Pike como mejor actriz secundaria por interpretar a la madre de Félix, y el propio Keoghan como mejor actor dramático, ya que los Globos de Oro dividen en comedia o musical y drama a los protagonistas de cine.
Rosamund Pike es una actriz maravillosa que siempre está bien y suele merecerse las candidaturas a los premios. Las pocas que le llegan. Pero lo de Barry Keoghan es de otra galaxia. Lo vimos en el reparto de Dunquerke, en julio de 2017, pero en realidad lo conocimos en diciembre de ese mismo año, cuando se estrenó El sacrificio de un ciervo sagrado, como el chico perjudicado por los acontecimientos que ponía a prueba a Nicole Kidman y a Colin Farrell a lo largo del metraje pero específicamente en una escena terrorífica en la que comía espaguetis con total tranquilidad mientras sumergía a los personajes de Kidman y Farrell en una pesadilla. Dos estrellas a las que Keoghan fue capaz de hacer sombra, quedándose en la memoria de todos los que vieron la película de Yorgos Lanthimos. Más adelante, Keoghan fue nominado al Oscar como mejor actor secundario por Almas en pena de Inisherin, en la que volvía a coincidir con Farrell en el reparto, pero cuando Emerald Fennell se fijó en él fue en El sacrificio de un ciervo sagrado. Imposible no hacerlo. Pero ella se dio cuenta entonces de que Keoghan era capaz de transmitir ese lado oscuro que necesitaba para su Oliver y quiso ofrecerle el papel, que Keoghan aceptó con respeto y con miedo, pero lanzándose incluso a dimensiones más perturbadoras que las que el guión ya definía.
Barry Keoghan borda a Oliver. Emerald Fennell estuvo muy acertada al darle el personaje, es innegable, y más después de ver en qué se convierte Saltburn con su presencia. Porque da la impresión de que el gancho es Jacob Elordi: un hombre extremadamente guapo, de anuncio de colonia -la estética de la película a veces roza la de esos comerciales- que llama tanto la atención que incita al erotismo en su máxima expresión. Verano, torsos desnudos y atractivos… Jacob Elordi personifica el deseo, unido a la sofisticación de la riqueza. Un personaje perfecto para adentrarse en una película en la que su familia no tiene previsto que será Oliver el que les quite el protagonismo. Un chico pobre y feo… no, nosotros somos el centro de todas las miradas. Pero Oliver quiere sus momentos de gloria y Barry va a ayudarlo a que los consiga.
En efecto, con lo que no contaba Fennell era con que Barry fuera a improvisar las escenas que ya están grabadas a fuego entre quienes están comentando la película en redes. Porque dos de las más llamativas las quiso hacer por su cuenta, sobre todo la del cementerio, para la que pidió expresamente privacidad en ese escenario, para probar lo que tenía en mente. Él solo. A ver qué pasa. A ver cómo queda. También la de la bañera, que sí estaba en el guión, la llevó al límite. Dos de las escenas más brutales que se habrán visto en este año en pantalla alguna, grande o pequeña. La escena es la que es se vea donde se vea. Y lo que Barry hace en ellas, y cómo lo hace… Qué valentía la suya, y la de Emerald al aprobarlas. Posiblemente por ellos, aunque no sean los únicos momentos estremecedores e impactantes de la cinta, se haya decidido que mejor no estrenarla en salas.
También su final, su broche final, es una pasada. Ya no escucharás Murder on the dance floor, de Sophie Ellis-Bextor, de la misma manera. Y de nuevo, la exposición más total por parte de Barry Keoghan, que desde que leyó el guión trató de dilucidar cómo encarar ese momento. No debió ser fácil, pero una vez que aceptas, hay que llegar hasta la meta. Y el actor nos ofrece otra interpretación prodigiosa, terrorífica. Da auténtico miedo. No es la primera vez que lo consigue, como ya ha quedado dicho, pero el reto aquí es mayúsculo y lo supera con una maestría que, aunque no gane premios esta temporada, se merece el Oscar. Pero Saltburn es demasiado oscura y malsana como para que se lo den. La nominación, incluso, la tendrá complicada. Ya le pasó a Aaron Taylor-Johnson por Animales nocturnos. En su caso ganó el Globo de Oro como mejor actor secundario -lo que hacía era impresionante- y los Oscar le dieron de lado. Normal, los Oscar son premios más comerciales y Animales nocturnos, hoy película de culto, era demasiado oscura y perturbadora para darle la visibilidad que la dorada estatuilla concede. Con Barry este año probablemente pase lo mismo, pero nadie le quita el mérito de haber revolucionado las redes con su trabajo. Para bien. Y las mentes de quienes se han acercado a él, a ver si eso que dicen, que es tan escandalosa, es cierto.
Lo es. Y qué gozada. A veces hay que escandalizar para hacer reflexionar. Saltburn es una película sobre ricos. Sobre pobres y ricos, pero más sobre ricos y el deseo que provocan en la población, casi siempre pobre. Y el sexo es una manera especialmente contundente de conquista. Si hay que conquistar el sexo es una de las armas más poderosas. Y Oliver es un auténtico vampiro del sexo. Un vampiro del sexo… de vacaciones. Tiempo libre. A desatarse. Quién le va a decir que no, imposible resistirse.
Saltburn es oscura, malsana y perversa. Pero también un ejercicio de cine delicioso que va más allá de lo que Una joven prometedora proponía. Más allá y mucho mejor. Saltburn es más redonda, más compacta, de una perfección milimétrica a la que Una joven prometedora aspiraba sin conseguir acercarse. Es una gozada que se disfruta a cada plano, a cada giro de guión. Hay que rendirse ante la evidencia de que Saltburn está conmocionando porque ha tocado teclas que el cine no se atreve ni a mirar, y lo ha hecho con las ganas de quien no se arruga ante nada, de quien sabe que la modernidad del siglo XXI no sólo lo permite, además lo aplaude. Pero hay que tener la cabeza muy bien amueblada para reaccionar así ante un film tan provocativo en su forma y tan crítico, en el fondo, con una clase social a la que saca los colores, destrozando su ego a base de sexo, lo único, junto con el dinero, a lo que los ricos no se resisten. Lo único, junto con el dinero, de lo que no parecen tener nunca suficiente.
Silvia García Jerez