RON DA ERROR: El robot imperfecto
Ron da error. Esa es la conclusión a la que llega el pequeño Barney, un joven estudiante de instituto cuya familia no puede permitirse comprarle un B-Bot, pero al que su padre le regala el que encuentra tirado en los alrededores de las oficinas de la central donde se vende el robot y al desempaquetarlo Barney se da cuenta de que solo alcanza el 5% de su funcionamiento. Ron da error, no está bien, no carga como debería y no es el B-Bot que quería tener.
El B-Bot es el nuevo dispositivo de moda, un robot con forma de cápsula que funciona digitalmente y que está diseñado para ser el mejor amigo de su dueño, compartiendo gustos, amistades, fotos, ‘Me Gusta’ de quienes las ven y todas las posibilidades que ofrecen actualmente los dispositivos electrónicos de los adultos.
Cuando Barney se da cuenta de que su robot no funciona bien se dispone a devolverlo, pero al saber que van a destruirlo trata de salvarlo: no tiene otro, ni lo va a tener, y estaban empezando a conocerse, así que Barney se lo lleva a su casa pero lo esconde. En el cobertizo le dará clases sobre quién es él, para que el robot lo interiorice, para que aprenda a ser su amigo y no quedar mal en el recreo.
Poco a poco, y sin ser realmente consciente de lo que está haciendo, desarrolla con Ron lo que tradicionalmente se ha considerado la amistad. Pero nada permanece oculto para siempre y llega un momento en el que se hace público que Ron no se destruyó. A partir de entonces comienza la aventura para salvar al B-Bot de quienes quieren atraparlo.
Ron da error sigue a rajatabla el manual de las películas de Disney. No se salta ni un paso. Personaje protagonista diferente al resto, un elemento entra en escena para subirle el ánimo, todo cambia para él hasta que algo interfiere entre ellos (la realidad), para que al acabar la película hayamos tenido la correspondiente moraleja.
Sí, es una lección lo que nos da Disney, una lección de vida que viene muy bien tanto para los niños como para los padres. Porque Ron da error es para todos los públicos y en este caso todos van a obtener una enseñanza. El mundo de las nuevas tecnologías no es algo exclusivo de los adultos. Los adolescentes, los chicos cada vez más jóvenes también acceden a estos dispositivos con naturalidad. Esa frase tan recurrente de que los niños ya nacen sabiendo cómo manejar estos aparatos no es tan lejana a una realidad que debería ser más preocupante de lo que es.
Los jóvenes tienen móviles y acceden a las redes sociales, y a canales de streaming a los que se enganchan o a los que suben sus propios vídeos, algunos de ellos con contenidos en los que ejercen eso que hoy se prefiere llamar con el anglicismo bullying y que siempre ha sido el acoso escolar, riéndose de chicos que no saben cómo defenderse y que tampoco encuentran quién los defienda. Eso, que tan asumido tenemos, es un problema. Un problema social gordo que no se quiere afrontar. Preferimos mirar hacia otro lado, y si en ese otro lado encontramos una pantalla de móvil, mejor. Así seguirnos viendo vídeos.
Ron es el robot protagonista y aunque recuerde en buena medida a la Eva de Wall-E, ese detalle no le resta encanto, porque tiene de sobra. La película nos ofrece, envuelto en una aventura infantil, una bofetada descomunal a nuestro vicio por lo electrónico en general y por nuestra adicción a las redes sociales en particular.
Ron da error nos demuestra, de la manera más bonita, emotiva y divertida posible, que somos esclavos de algo tan falso como lo virtual, que ya no sabemos estar en el mundo sin un aparato electrónico al lado, que ya no queremos pasar un segundo sin recibir cientos de Me Gusta en la última foto que subimos para que todos nos alaben. Sí, los adultos también, no os pongáis los cascos para evadiros. Y lo hace a varios niveles, desde demostrarnos que todo se nos puede volver en contra, y entonces ya no es tan divertido, hasta ridiculizando esa necesidad compulsiva de aceptación virtual cuando Ron, al no funcionar correctamente, va pidiendo amistad de forma analógica poniendo Post-It a todo aquel al que le pide ser su amigo. De Barney, claro.
Nos damos cuenta entonces de lo que hemos perdido, de que ya nada es igual y nos parece bien. De que recordamos que antaño se iba a ligar a los bares, a las discotecas, y ahora ese paso es a través de una máquina. De que las relaciones personales han cambiado tanto que, si lo pensamos bien, ya tienen poco de personales. Y de que los niños ya no conocen ese mundo y todo lo que no sea virtual lo consideran un retroceso.
Ron da error se convierte, por lo tanto, en una bofetada monumental a las redes sociales, a nuestro estilo de vida, más egoísta que nunca, a nuestra incapacidad de apreciar lo más sencillo y lo más bonito, que es la relación con quienes tenemos alrededor. No es que sea incompatible una amistad digital con el uso de los aparatos electrónicos, que teniendo gente viviendo lejos es un invento, pero la película lleva al límite nuestra cotidianeidad para que nos demos cuenta de que aún estamos a tiempo de no deshumanizarnos del todo. Nos da una colleja para que apreciemos como se debe un baile con nuestra abuela.
Ron da error es una maravilla. Su mensaje llega con la facilidad con la que se unta mermelada en la tostada, pero es que la película no es solo fondo, en su forma es otro prodigio. Los niños van a quedar encantados con Ron, tanto que no sería de extrañar que en su versión peluche interactivo o en figura Light & Sound, que ya se venden en las tiendas, sea uno de los juguetes más deseados por ellos.
Porque es una monada. Y sus fallos lo hacen aún más entrañable. Es tan gracioso que, efectivamente, se merecía una película. Como estrella central de la historia también es un acierto que el personaje no naciera en un cortometraje para que podamos disfrutar de él directamente en una extensión mayor. De todos es sabido que cuando a un personaje que gusta, en cualquier formato, se le aísla para darle el protagonismo que el público pide, el resultado no suele ser lo satisfactorio que se deseó. De este modo, Ron ya se nos presenta en la película que habríamos querido ver.
Pero hay otro personaje que es digno de admirar: Donka, la abuela. La familia en la que vive Barney es de las llamadas monoparentales, donde no hay una madre, solo un padre y una abuela. Disney también se moderniza, no solo introduciendo robots en sus películas. Y esa abuela marchosa rebosa simpatía y desparpajo. Lo que no sea capaz de inventar ni existe ni puede hacerse. Tiene recursos para todo. Es una secundaria tan brillante que cuando aparece en la pantalla no puedes mirar a nadie más.
Ron da error es una de esas películas que, aunque tengan el sello de Disney, llegan sin hacer mucho ruido, sin demasiada publicidad. Su estreno en Estados Unidos es simultáneo al de España, así que aún no tenemos ni cifras de taquilla con las que hacernos una idea de cómo está siendo su recepción. Ambos países van a descubrirla a la vez, y seguro que se van a enamorar de ella porque se trata de cine de animación de primer orden, ese que siempre suponemos que su factoría nos va a ofrecer, dirigido de verdad a todos los públicos, no solo al adulto, como ocurre cada vez más a menudo con Pixar, el otro sello del gran Estudio.
Ron da error es una joya que no debe pasar desapercibida. Bajo su tierna capa, sus buenas intenciones y su apariencia de película menor se esconde un título mayúsculo lleno de ingenio y de pasión por la vida, rebosante de amor al cine, que cuida cada detalle de la historia y que transmite ganas de cambiar el mundo. No lo haremos, seguiremos pegados a nuestros B-Bots, nuestros móviles y tablets, que son, a falta del robot personalizado, Nuestros Mejores Amigos Fuera De La Caja. No aprenderemos nada, pero no será porque Ron da error no haya intentado advertirnos de que la amistad no es lo que hoy tenemos instaurado en el botón de Aceptar, es otra cosa.
Silvia García Jerez