ROMAN J. ISRAEL, ESQ: El show de Denzel Washington
Roman J. Israel, Esq. es el título original, mantenido en España, de la última película protagonizada por Denzel Washington, quien afortunadamente se sitúa en el centro del cartel para venderla, porque el título no hace demasiado por ello.
Su traducción sería Roman J. Israel, Letrado. Un nombre más su oficio, tarjeta de presentación que el personaje lleva en la lengua para identificarse cada vez que interactúa con otro al que necesite exponer sus ideas acerca de la profesión que ha de ejercer… ahora al descubierto.
Y es que, se da la desastrosa eventualidad de que su mentor, quien realmente peleaba los casos que llevaba su bufete, ya que él es un hombre de despacho, de papeles, de cartulinas para ordenar en lugar de computadoras que, a su parecer, en vez de ayudar entorpecen, ha sufrido un accidente y su estado parece irreversible.
Lo primero que llama la atención de la cinta es su título. En un país en el que, sorprendentemente se respetan en su idioma original títulos complejos como Eyes Wide Shut, Roman J. Israel, Esq. es otro ejemplo de singular mantenimiento y resulta tan poco comercial que solo se comprende cuando se entra a ver la película, cosa que puede hacerse realidad por parte del público gracias a la llamativa presencia de uno de los mejores actores del mundo, Denzel Washington, y a la circunstancia de que este trabajo le diera una nueva nominación al Oscar, la octava ya de su fantástica carrera, dos de ellas convertidas en estatuillas.
Pero no es éste el único aspecto estrafalario de la película, porque también su protagonista, el Roman que ya hemos citado, parece un extraterrrestre salido de las bibliotecas más oscuras. Su aspecto, con un peinado nada actualizado, un vestuario tres tallas mayor de lo que necesita, unos andares descuidados, deslavazados, sus modales directos, sin filtro, y unos tics capaces de apartar socialmente a quien los exhibe, Roman es la última persona que daría glamour a una fiesta.
Por el contrario, su cerebro privilegiado y su memoria prodigiosa lo convierten en un profesional por el que cualquier bufete sería capaz de pelearse. De no ser porque su idealismo tampoco lo hace compatible con una sociedad capitalista tan centrada en que los derechos humanos no prevalezcan en las sentencias judiciales.
Y a eso precisamente es a lo que se dedica Roman al luchar sin la ayuda de su mentor. George Pierce (Colin Farrell) acude a reclutarlo y su mundo se viene abajo cuando comprueba que a pesar de su valía en la profesión el sistema no le permite poner en práctica lo aprendido en los libros. La vida, los intereses en la sombra que operan en ella, dificultan que pueda llevarse a cabo todo lo que él defiende en base a las leyes que tan concienzudamente domina.
En este ejercicio de Roman contra el mundo, la representación de su adversario será un George Pierce comprensivo pero vigilante. O cambia, tanto su aspecto como su filosofía y su modus operandi, o su futuro será más oscuro que el que ya comienza a ser.
Denzel Washington ha conseguido su octava nominación al Oscar por tres razones. Primero porque es un actor excelente que está considerado algo así como el Meryl Streep masculino y de color para un Hollywood al que en sus inicios le costó premiar a actores que no fueran blancos y al que de vez en cuando le cuesta reconocer que otras razas merecen premios en igualdad de condiciones.
Segundo porque interpreta a un personaje cuyo activismo e idealismo suponen para los votantes un auténtico caramelo a la hora de visibilizar su apoyo a la causa. Y tercero porque la composición de su Roman es tan estrafalaria en la forma, tan adecuada a los cánones de sobreactuación de muchos nominados cuando interpretan personajes extremos, que los votantes no habrán podido resistirlo.
La única pega que todos le pondrían, es de imaignar, es que Roman J. Israel no sea un personaje real, cosa que el Churchill de Gary Oldman cumplía a la perfección para hacerse con el galardón.
Pero lo que Roman J. Israel, Esq. deja claro es que se trata del show de Denzel Washington. Colin Farrell hace lo que puede, y puede en una medida bastante amplia, para no salir perdiendo en el pulso con Denzel. No es su película, él solo es el antagonista, un solo ante el que el Joker de Heath Ledger se reiría a mandíbula batiente, pero como segundo de a bordo en un reparto en el que Denzel es el amo, Colin demuestra que aquel chico que conocimos gracias a Joel Schumacher en Tigerland y que tanto prometía, aunque a veces se desviara del camino del prestigio, es capaz de volver a él en cuanto se centra en proyectos interesantes.
El retraso en el estreno de Roman J. Israel, Esq., que tenía que haberse realizado en la temporada de premios, ya que optaba a uno, y de los importantes, aunque las posibilidades de obtenerlo fueran ínfimas, no dice nada bueno de ella. Y lo cierto es que es una lástima comprobar que en su metraje hay más intenciones que resultados.
No es la primera vez que vemos a un personaje enfrentándose al sistema y convirtiéndose en un héroe para quienes observan la osadía, pero aunque el cine norteamericano es especialista en ofrecernos superhéroes cotidianos y en ablandar gracias a ellos los corazones de los espectadores, también es cierto que hay una fina línea situada entre la apelación a los sentimientos y la resistencia del arte a convertirlos en joyas.
La sombra del telefilme cabalga sobre cada fotograma con la ingratitud que el formato le otorga a películas que aun no queriendo pertenecer a ese grupo, lo habitan con comodidad. Intentos narrativos por parte de Dan Gilroy, director de la sobrevalorada Nightcrawler, de darle una entidad aparte de las cintas rodadas para televisión, como las llamativas elipsis con las que cuenta Roman J. Israel, Esq. contrastan con elementos que aparentemente tendrán importancia en la trama para luego resultar superfluos o mal explicados, como la incipiente sordera que Roman sufre en alguna escena que por cierto, es perfectamente eliminable del montaje.
Lo que parecía un film con entidad menor pero aún así interesante, o que podía dar la sorpresa en la cartelera, caso de Noche de juegos, que está deslumbrando, y con razón, a quienes se acercan a verla, se queda en un ejercicio de lucimiento para Denzel Washington que en su conjunto no hace sino engrosar la lista de las escasas cintas poco recomendables en la carrera del actor. Y por lo tanto, en otro título, olvidable de por sí, más que prescindible entre los estrenos inminentes.
Silvia García Jerez