RIFKIN’S FESTIVAL
Algo para consolar, poco para recordar
De sobra es sabido que Woody Allen va a película por año, aunque sus últimos títulos no perduran en pantalla, ni en taquilla, por mucho tiempo.
Quizás, el director y guionista lleva demasiado en esto del cine y parece que ya cumplió con filmes como Annie Hall, Manhattan, o La rosa púrpura de El Cairo, prefiriendo ser ahora un padre de familia dedicado a recordar más que narrar, ya sea desde el confort de unas memorias recién publicadas (A propósito de nada), como a través de la estrenada Rifkin’s Festival, un pretendido homenaje al séptimo arte que resulta toda una colección de los tópicos y sueños de un cineasta de antaño.
Tomando una sesión de terapia como excusa para la narración y amparándose en la comedia romántica, Rifkin’s Festival recrea el viaje a Donostia de un matrimonio en plena crisis de edad y pareja, durante la celebración de un festival cinematográfico.
Rodada en San Sebastián y con Zinemaldia como inspiración -cameo del actual director, inclusive-, Allen recurre, de nuevo, a un álter ego hipocondriaco y cinéfilo (Wallace Shawn) para reflejar la trastienda de la industria del cine y su amor por el oficio.
Con ese orgullo de judío de clase media que siempre ha confesado en su filmografía, y sus gustos por lo europeo, el director y guionista realiza un corta-pega de sus obsesiones y señas de identidad entre metáforas y manidos clichés, junto a las neurosis y ganas de affair de unos protagonistas que deambulan por el Peine del Viento, la playa de La Concha, o el hotel María Cristina; donde la pantalla vuelve al blanco y negro para unas paródicas ensoñaciones de clásicos como Jules y Jim, Al final de la escapada, Ciudadano Kane, El ángel exterminador, o Persona (con guiño de subtítulos en sueco), que es de lo mejorcito del filme.
Ya sólo por recuperar a Welles, Truffaut, Buñuel y Bergman habría que verla, dejándose sorprender por la intervención de Christoph Waltz y alucinar con Nathalie Poza en un papel minúsculo, pero atrapando foco -y es que la actriz sigue en un momento de plenitud tras La Unidad, La boda de Rosa y Prostitución, que comienza gira este mismo fin de semana-.
Sin embargo, Elena Anaya y Sergi López parecen tan desorientados como sus personajes, estirando el gag y el histrionismo llevándonos al continuo desconcierto, algo que no es habitual en este par de buenos intérpretes.
No falta la mención hacia las bondades del vino español, el garito con música en directo -del gusto de Allen -quien pasa de los premios Óscar por tocar su clarinete en un club- y por supuesto, la magia de esa ciudad que se entrega al cine -y a la que se llega en Iberia-.
Convirtiéndose así y nuevamente, en el mejor guía turístico de Europa. Gracias a la financiación que últimamente suele buscarse fuera de Hollywood, Allen puede rodar películas como Medianoche en París, o Vicky, Cristina, Barcelona, colándose dichas ciudades hasta en los títulos.
Pero en Rifkin’s festival, San Sebastián es más que un nombre, más que cualquier título… Es todo un disfrute para quienes conozcan Donostia y una gozada para quienes la descubran. Además de un oportuno regalo, a modo de consolación, para quienes no hemos asistido al SSIFF de este particular año…
Va a ser que al final, tendremos que agradecerle más, mucho más, al Sr. Allen.
Mariló C. Calvo