Onward: En Busca De La Magia Perdida
Onward, aún reflejándose en un buen montón de espejos reconocibles, consigue tener no pocos reseñables aciertos propios, pero sobre todo destaca por la gran capacidad que ostenta, con cero vanidad, para traer de vuelta a la sala oscura toda la magia que impregnaba ese tipo de aventura palomitera de función sábado, cuatro de la tarde, que nunca debió salir del lugar donde tanto disfrutamos los que ya pasamos de los cuarenta, y de los treinta. Y para ello construye una opción de leyenda en el, denominémoslo así, multiverso del vivir, que hará felices a los que pensaban que todo estaba perdido en cuestiones de cine familiar con emoción efectiva, en el que se incluyeran además toques de atención para navegantes del siglo XXI sobre esos valores que habrían de ser inherentes al ser humano. No se me asusten los modernos, sin moralina ejemplarizante. Sociedad moderna sí, aperturista e inclusiva también, y con orejas puntiagudas y trasera hucha azul por supuesto.
En una distopía en la que las mascotas son pequeños y curiosos dragones a lo Mulán, los centauros velan por que el orden de la urbe se mantenga, tener un ojo en mitad de la frente es pura cotidianidad corporal, o los unicornios son solo animalillos con encanto sí, pero sin aura de fantasía, Onward, lo más reciente del responsable de la cinta menor Monstruos University (es que la primera sigue siendo mucha primera), Dan Scanlon, se marca una peripecia tremendamente entretenida con acción y perfiles emotivos made in Chris Columbus, John Hughes, Richard Donner o el propio Steven Spielberg, todo ello bien rematadito con una factura técnica no ya para quitarse el sombrero, sino para desnudarse por completo y rendir pleitesía, en sentido figurado claro, que Onward es claramente una cinta para toda la familia.
Y toda la familia al completo la disfrutará, quizá teniendo claro minutos antes del apagado de luces que antes de Jon Nieve estuvo El Rey Arturo y su mítica Excálibur, o que antes de que Zac Efron hiciera las pruebas de acceso al High School Musical, a Zach Galligan ya le había pasado de todo por culpa de un encantador regalo navideño, de ojos grandes y juguetona naricilla, que se fue de las manos.
Si tenemos todo lo anterior más o menos claro, mejor, si nos olvidamos de todo, incluido lo anterior, y nos dejamos llevar, Onward nos hará viajar en busca de esa oportunidad de decir adiós, también igual de conocer, reconocer que nuestra realidad, según se mire, está llena de inconmensurables gestas que pasan inadvertidas entre tanto ruido, heroínas a pie de calle con entereza y fuerza en rivalidad exitosa frente a la más macarra de las diosas de cualquier Olimpo, pequeños tesoros que no vemos al empeñarnos en ver sin mirar, sin observar, y grandes compañeros de batallas en los que no reparamos pero que son dignos de haber surgido de la estilográfica, la máquina de escribir, o el ordenador de Tolkien, Ende o Pratchett. La leyenda siempre estuvo ahí para ser escrita, solo había que atreverse.
Luis Cruz