MIENTRAS DURE LA GUERRA: La evolución del genio
Mientras dure la guerra, nuevo trabajo de Alejandro Amenábar, es un triunfo. Y lo es en varios sentidos. Primero, como pieza cinematográfica a defender por su nivel, por su absoluta capacidad para desbordar la pantalla de talento, y por su precisión a la hora de no desviarse jamás del virtuosismo.
También es un triunfo porque nos trae de vuelta a personajes históricos que en realidad nunca se fueron porque son inmortales, y a los que el público ya ha hecho triunfar en la taquilla. Parecía imposible que a estas alturas de las quejas alrededor de un tema recurrente en el cine, como es la guerra, ésta siga llevando espectadores a las salas.
Pero lo cierto es que no importa la nacionalidad de la cinta que se acerque a las contiendas, como ocurrió con las incontestables El hijo de Saúl o La vida de los otros, ganadoras ambas del Oscar a la mejor película extranjera, o Ida, la cinta polaca, también ganadora de la estatuilla, que situándose en los años inmediatamente posteriores, repasa lo ocurrido en la batalla para aportar luz a la historia.
Ahora, Amenábar también pone el foco de su nuevo título en la guerra, en la nuestra, la civil, pero no lo hace para contarnos cómo se enfrentaron los bandos, sino que se acerca a la contienda desde un punto de vista que por mucho que más de uno afirme que ya se ha contado todo sobre ella, en este caso se trata de un episodio al que el cine nunca se había acercado.
Porque Mientras dure la guerra habla de aquel día en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca en el que Miguel de Unamuno y Millán-Astray se enfrentaron, suceso que derivó en el arresto domiciliario del escritor en su casa, pero sobre todo, Mientras dure la guerra nos acerca, antes de que ese momento tenga lugar en sus vidas, tanto a los militares que se establecen en Salamanca como a un Unamuno que trata de esclarecer sus ideas, porque creyéndolas ya asentadas, la realidad del conflicto le va enseñando que tal vez no ha terminado de posicionarse.
Resulta precioso ver cómo Mientras dure la guerra se asienta en la cartelera en el tiempo de su estreno. Más adelante ya vernos qué ocurre con ella, pero su trayectoria ha comenzado por encima de títulos como Ad Astra o Rambo: Last blood, siendo esta última, la película de Sylvester Stallone, seria competencia para su reinado por los motivos lógicos de que el entretenimiento suele ganarle la partida al cine destinado a perdurar.
Sí, Mientras dure la guerra es como esas pinturas expuestas en museos que vamos a admirar porque son arte. La fotografía de Álex Catalá es un prodigio digno de verse en pantalla grande. Esa bandera desdibujada con la que comienza el film o ese candil que ilumina lo que puede de una biblioteca en la que se ha ido la luz son muestras de que Alejandro sabe bien lo que hace.
Y no es de extrañar. Siempre ha sido un cineasta con una claridad de ideas asombrosa. Desde ese plano subjetivo con el que se abría Tesis, su fantástica ópera prima, en el que una curiosa Ana Torrent caminaba por el andén intentando ver el accidente por el que desalojan el metro y en el segundo clave se produce el empujón que demuestra que efectivamente el personal de seguridad no permite ver nada, desde esos primeros minutos de la película, podemos darnos cuenta de que estamos ante el gran director que ha ido evolucionando sin desviarse del camino de los genios.
Abre los ojos, Los otros, Mar adentro, Ágora, Regresión. Podrán gustar más o menos, pero han sido hitos casi todas ellas, Oscar a la mejor película extranjera para la tercera de las citadas incluido, de hecho el último al que España ha tenido acceso, nunca ha vuelto nuestro país a estar nominado después, y una trayectoria semejante está al alcance de muy pocos.
Con Mientras dure la guerra se sigue consagrando como un director de referencia, como un profesional capaz de no dejar a nadie indiferente y de, en contra de lo que muchos pensaban que pasaría, de hacer efectivo que una película tan compleja y tan conflictiva esté gustando más que decepcionando.
Mientras dure la guerra, sin ser redonda, porque tiene sus grietas, es una interesantísima y magnífica película que merece por lo menos un visionado de curiosidad. La misma que se satisface con tantas otras obras a las que sí se les otorga ese beneficio.
Mientras dure la guerra es una película íntima, que sigue los pensamientos de Unamuno con la palabra y con la imagen. Con la propia cámara, que casi nos habla por boca del escritor.
No solo descubrimos lo que piensa y lo que pensó por sus conversaciones con sus amigos y su familia, es que también en el silencio parece que lo escuchemos razonar. Sus miradas tienen vida propia, sus ojos comunican la incredulidad que siente, que se va a apoderando de él y vamos comprobando hasta qué punto es un hombre aturdido y desubicado.
Karra Elejalde se mete en la piel de Miguel de Unamuno con una veracidad encomiable. Horas de maquillaje, sí, pero también un trabajo de movimientos, de expresiones que el actor ha sabido hacer suyas. Al igual que Eduard Fernández, un actor extraordinario que alcanza la perfección con una interpretación sobrecogedora de Millán-Astray.
Pero es que en realidad hasta la más pequeña de las intervenciones es digna de alabanza. Carlos Serrano-Clark, uno de los amigos de Unamuno, supone una auténtica revelación en la cinta, e imposible olvidarse de Luis Zahera, ganador del Goya en esa misma categoría por El Reino, en la deslumbró sobre todo gracias a la escena del balcón, que aquí vuelve a brillar incluso con un tiempo menor de intervención.
Y sí, Mientras dure la guerra tiene grietas. Se le va a achacar una frialdad y esa acusación le corresponde. Alejandro nunca ha sido muy cálido a la hora de rodar las emociones. En su cine se contienen, al contrario de lo que le ocurre a otro cineasta igual de internacional que él y tan exitoso o más si cabe, J. A. Bayona, cuyos títulos vienen servidos directamente en la bandeja de las lágrimas. Amenábar se aleja de sentimentalismos y se centra en los hechos, componiendo, porque la banda sonora es suya, una música ante la que es imposible no aplaudir mentalmente.
Además de la contención emocional, otra grieta que si se le quiere sacar fallos al film se puede exponer sin que a uno se le quite la razón es la del tempo en los diálogos. Algunos, caso de los que Unamuno mantiene con la mujer del alcalde, interpretada por una magnífica Nathalie Poza, deberían estar más picados. Por sentido común y sentido de realismo. Es imposible mantener tanto silencio entre una frase y su respuesta cuando la situación pide que apenas los escuchemos por lo mucho que se pisan.
Pero estos son pequeños borrones en un lienzo lleno de grandeza en la lucidez de su exposición narrativa. El tiempo pasa volando viendo a Unamuno preguntarse cómo es posible que suceda todo lo que lo rodea. Y como espectadores debemos estar agradecidos porque Alejandro Amenábar sea capaz, de nuevo, de regalarnos una película fascinante, a la altura del genio que siempre ha sido y que como tal, evoluciona para no dejar de serlo.
Silvia García Jerez