MANTÍCORA
En la cabeza de la bestia
Carlos Vermut ha madurado.Y es una gozada verlo. Aún cuando crecer implique dolor y sea a través de películas demoledoras, donde el amor trágico y los íntimos secretos están siempre presentes. Con Mantícora da de sí un cine tan único, como pertubador e hipnótico, que reflejando rarezas, traumas o tabúes, resulta casi pornográfico de compartir.
Con tal experiencia y lo aprendido en sus anteriores cintas, el director y guionista llega a la sublimación de su propia filmografía, llegando a mostrar y ocultar a su preciso tiempo, sabiendo ya hacernos cómplices o voyeurs, casi sin querer, de la disección y construcción de una pesadilla, una obsesión, o un monstruo.
En Mantícora se atreve con uno de de los más atroces, enfrentándolo a ambos lados de la pantalla, mientras va formando la verdad, poco a poco y a nuestro pesar, aunque apenas se vea o solo se imagine, pudiendo convertirse en realidad.
Este Vermut maduro y de narrativa más pausada no es para todo el público, como tampoco lo es La pianista de Haneke, Tras el cristal de Villaronga, y Happiness de Todd Solondz. Pero es que Vermut nunca lo ha sido. Ni partiendo de su alucinante Diamond Flash, ni cuando fascinó con Magical Girl y sus múltiples premios, ni mucho menos con Quién te cantará, llegando a desconcertar a propios y extraños de su cine rarito.
Retroalimentándose filme a filme, Vermut es un maestro cruzando personajes entre tramas cual puzzles, con una estética muy cuidada que combina costumbrismo de barrio y modernidad retro, o manga, junto a un laberinto de apariencias, arrebatadores deseos, manipulación, ajustes de cuentas con el pasado, enfermedad, física o mental, y a quienes consideramos causa o síntoma.
Ahora con Mantícora depura su estilo y se centra en solo dos personajes, metiéndose y metiéndonos en la cabeza y hasta el corazón de la bestia.
Con todo planeado y bien pensado, Vermut diseña sutilmente aquello que se va intuyendo; como ocurre en esos cuadros impresionistas, de puntillismo, o en esos otros con una imagen3D, que según te acercas logras ver lo que realmente son. Y parte del deleite de Mantícora es su magistral desarrollo en tres actos, como buena tragedia, hasta desvelar el dibujo final que confiere todo el sentido y conmoción.
Por su breve sinopsis sabemos que Julián es un exitoso creador de videojuegos que guarda un oscuro secreto. Con la aparición de una chica en su vida, la posibilidad de ser feliz puede estar cerca.
Desde el mismísimo inicio, Vermut coloca los puntos que todavía él solo ve. Una fantasía como una masa multiforme, casi orgánica, se torna estética y plástica. Recién empieza el primer acto. Hipnóticamente.
Julián (arrebatador, Nacho Sánchez) moldea una criatura para un nuevo videojuego, dibujando en el aire con unas gafas de realidad aumentada. Desde el salón de su casa, compone una nueva bestia para dar miedo en el Metaverso. Quizás una alegoría, quizás una Mantícora, esa figura mitológica, mitad animal y con cabeza humana, que en los bestiarios representaba el mal, devorando personas, o envenenándolas.
El talentoso tipo, quien de pequeño no quería ser astronauta o policía, sino tigre, emana soledad, vulnerabilidad y pasión por su trabajo, Pero un suceso repentino con el vecino, desencadenará una intimidad que creía controlada y oculta.
Por un fuego, del que suelen huir las fieras, y cual Fénix, se convierte en héroe por un día. Sin embargo, desde entonces, padece ataques de pánico, desea dormir acompañado y se obsesiona con el boceto del retrato a un muchacho. Terminando así el primer acto con un bello y angustioso escalofrío, abriéndose además el debate de lo legal y moral en lo virtual, en ese otro mundo, cuestionando si el pensamiento es igual que el acto, sea cual sea el hecho. Bestial.
Para el segundo, Vermut nos deja respirar. Un poco. Ubicando más exteriores y ampliando el horizonte de Julián, desde el balcón de un nuevo hogar. Mientras el chico conoce a chica y el mundo parece más feliz. Incluso cuando la chavala, con el significativo nombre de Diana, también tiene sus secretos, más confesos, como un novio que no la entiende y un padre al que cuidar.
Estupenda la debutante Zoe Stein, entre ese limbo de adolescente y mujer atormentada, de víctima y verdugo, que recuerda a la andrógina niña de Magical Girl con el misterio de La niña de fuego, con esa puerta, a medias, por abrir, o por ver que hay detrás.
Y es aquí cuando Vermut se supera a sí mismo, aguantando la secuencia, esperando a que surja el silencio, las miradas, la conversación o el gesto, con lo sórdido fuera de plano y provocando que nos acerquemos a lo difuminado, entre el avance de tal romanticismo con par de menús del chino y una visita a las Pinturas negras de Goya, cuando el sueño de la razón produce monstruos.

Digiriendo lo visto o no visto, con todo lo que creemos privado tornándose público y compartido, llega el desasosiego y terror, junto a la necesidad vital de poder salvarse por el amado, o amada, olvidando casi lo censurable y condenable, dejándonos inquietos al ir uniendo los puntos, planteándonos la búsqueda de un dolor mayor para aplacar el primero, el origen.
Y casi asfixiándonos, abre un tercer acto, cerrando un asombroso thriller psicológico con un fabuloso melodrama, también muy del gusto de Vermut, terminando así la disección y construcción del monstruo, consciente ya de su imagen por un simple dibujo infantil, que es su mejor reflejo.
Es entonces cuando aparece el único espejo en todo el filme, forzando la postura para llegar a poder mirar al destino, la esencia de cada cual y el sentido de cada vida.
Vermut arriesga con una temática poco tratada, dura y desagradable, consiguiendo una obra maestra difícil de recomendar. Sin ningún exceso, elegantemente, y tan solo con un par de dibujos y un cola–cao final, juntando los limites de imaginar, realizar, sentir, ser o padecer.
No es que se fundamental conocer al director, ni sus cintas anteriores, pero sabiendo de él, Mantícora es una excelencia aún con todo el sufrimiento que conlleva. Quizás, me lo tengo que hacer mirar. Claro que solo exponerlo, supone buena salud mental.
Y mientras sigo con el poso, tremendo, de Mantícora, me pregunto que será lo próximo de Vermut.
El reto es enorme y las ganas infinitas, pues sabiendo que nunca se madura por completo, todavía queda por descubrir. Y eso es una gozada.
Mariló C. Calvo