LILO, MI AMIGO EL COCODRILO: Amistad musical

Lilo, mi amigo el cocodrilo es una de esas películas que realmente corresponden a la etiqueta de ‘cine familiar’. Es divertida para todo tipo de públicos, seas niño o adulto, y es de las que querréis ver todos juntos tanto en el cine como en casa, cuando esté disponible en las distintas ventanas domésticas.

Lilo, mi amigo el cocodrilo, cuenta una historia muy sencilla, basada en los cuentos de Bernard Waber: un empresario del mundo del espectáculo, Héctor Valenti (Javier Bardem) trata de ganarse la vida como mago, cantando y dedicándose a las variedades, pero nadie está interesado en lo que hace. Le van cerrando una puerta tras otra. Lo que ofrece no es nuevo, ya está muy visto, y quieren que renueve su repertorio. Buscando en una tienda de animales localiza a Lilo (voz de Shawn Mendes), un cocodrilo pequeñito que, en la soledad de la tienda, pasa los ratos cantando. Y lo hace muy bien, tanto es así que Héctor no vacila a la hora de comprarlo. Es lo que busca.

Pero Lilo, que canta de maravilla estando con Héctor, tiene miedo escénico. Ante el público se paraliza y no le sale ni una nota. Y Héctor pierde su casa, el único aval que tenía para vender su espectáculo. En lo que se marcha de gira para ganar dinero él solo, una familia entra a vivir en su lugar, sin saber que Lilo, ya un cocodrilo enorme, está en la buhardilla, en su parte de la casa habilitada para él. Allí canta cuando le apetece, y el pequeño Josh (Winslow Fegley), el hijo de los Primm, los nuevos inquilinos, acaba descubriéndolo. Y será entonces, entablando amistad con Lilo, cuando la auténtica aventura de la familia dé comienzo.

Javier Bardem, Héctor en la ficción, abrazado al cocodrilo de la misma

Lilo, mi amigo el cocodrilo, es una película entrañable, un musical adorable en el que nada es lo que parece, porque no esperas que en él todo funcione tan bien, que los personajes, por muy antipáticos que sean, porque el empresario al que interpreta Javier Bardem es un explotador evidente, lleguen a ser tan empáticos con el público, que el musical encaje como lo hace y que el conjunto constituya un auténtico acierto.

Sí, los villanos de la función, no solo el Héctor de Bardem, también un vecino que desde su presentación ya provoca rechazo, están construidos de manera que sean divertidos, y aparecen lo justo para que no caigan tan mal que lleguen a ser incómodos. Son, simplemente, un motivo para que los personajes que los rodean actúen, a modo de respuesta, de la forma más graciosa. Y para muestra, la gata del vecino, una secundaria rechoncha que solo con sus gestos provoca carcajadas. Es brillante.

Javier Bardem, aparente protagonista de la película, es otro secundario en Lilo, mi amigo el cocodrilo. En realidad todo gira en torno al niño y a su madre (Constance Wu), y sus reticencias iniciales para tener a Lilo en casa. La gente no tiene cocodrilos como mascotas, y no puede estar ahí, pero Josh la convence y acaba, como todos, rendida a ese cocodrilo que no habla, canta, pero solo en la intimidad. Como cuando cualquiera de nosotros, el que lo haga, canta en la ducha. Lilo también canta en el baño, porque le encanta bañarse. Y es el mejor si no lo mira nadie.

Y Javier Bardem también. Si no es el mejor, es de los mejores actores del mundo. Está sensacional en la piel de su villano explotador que canta, baila, hace magia y todo ello envuelto en una vestimenta de lo más extravagante. Ya tenía Bardem su entrenamiento en lides de musical gracias a Being the Ricardos, la película por la que este mismo año compitió con Will Smith por el Oscar al mejor actor. Cuatro temas cantaba allí y aquí vuelve a ser dueño del piano y de la escena, porque Bardem es un actor prodigioso y, reconozcámoslo, todo se le da bien. Cabría afirmar, si con la cinta de Aaron Sorkin lo comparamos, que está incluso mejor aquí, porque a ese registro de fanfarrón exagerado, cercano a la caricatura de jefe, también discutible, que interpretó en El buen patrón, le tiene muy bien cogido el perfil.

Actores espléndidos, en realidad todos los del reparto, un guión divertido, canciones pegadizas y un ritmo colosal hacen de Lilo, mi amigo el cocodrilo una película deliciosa gracias a la cual puede entretenerse toda la familia. Y eso es de agradecer, que un gran estudio piense en grandes y pequeños y no solo en los adolescentes para intentar llenar las salas. También esta película cuenta con efectos especiales, si no un cocodrilo no sale del zoo, lógicamente, pero es bueno que no solo se utilicen para crear superhéroes, hay otras historias con las que embelesar al público y aquí el piano y el micrófono son las nuevas capas y escudos. Demos la bienvenida a un superhéroe verde, con escamas y una voz prodigiosa.

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