La Virgen de la Paloma

Sonando: Tú que vienes a rondarme, de María Arnal y Marcel Bagés

Un día escribí: «Hoy sí sé quién soy yo, pero no quién eres tú» en un alarde de identidad férrea. Han pasado cuatro años desde entonces y el paso del tiempo me hace sentir huidiza. Ahora no sé para qué he venido al mundo. Lo que sí sé es que no voy a tumbarme en cualquier rincón esperando a la muerte, y que la palabra (¡ay, la palabra!) es frágil y la mía no conoce prudencia. Intento mirar Madrid en agosto con el mismo deseo nuevo que Eva (Itsaso Arana en La virgen de agosto), sólo que de mi vientre se apodera un vértigo incalculable. 

La oportunidad me hace temblar. La melancolía adolescente del verano que se torna en soledad, el amor que nunca fingimos, nuestras raíces. Pero hablo de la soledad acompañada donde la luz, la brisa y la ciudad te regalan aprendizaje y hasta sorpresa. La misma de la que habla Jonás Trueba en La virgen de agosto, aunque sin ese destello de feminidad y milagro, aunque sin esa ruptura con la profesión que amo y con la persona a la que nunca quise. 

Los veranos se escapan entre mis dedos. A veces siento que rozo la treintena y sigo sin hilvanar aciertos, pero ahora lo que importa es el futuro. Y todo es incertidumbre, una encrucijada. El pasado en calma, el presente, mudo. Una realidad ardiente de vida, la construcción de una verdad estructurada y la timidez del desconocimiento tardío.  ¿Qué ha pasado todo este tiempo? ¿Qué pasará mañana? Dame la navaja para cortar la memoria o dame una pistola para poner fin a los vestigios de ayer. Aprieto el gatillo. El recuerdo es inmutable.

El ruido de las flores retumba en todos los rincones de la calma. Su maldito rastro rasga mis cenizas y chapoteo en el barro hasta ponerme perdida. La suciedad impoluta de quien ama el odio y se flagela. De quien odia el amanecer pausado, tiembla, teme al naufragio y se aferra al último hilito de vida. La identidad obtusa se pierde en el bosque y se celebra antibélica. En seguida rectifica. Se alza la demencia, dispara la fuerza. Ahora sí hay verdad.

«A veces me canso de mí y quisiera cambiarme por cualquiera de aquí. Todavía tengo tiempo, todavía», canta Soleá Morente sobre un escenario de la trilogía de fiestas del mes de la libertad. Así es como lo llamo yo, aunque Eva está convencida de que es el momento en el que uno es libre de dar la mejor versión de uno mismo. La pereza puede con todo. También en agosto.

Yo sigo viviéndolo desde la inocencia virgen, como una consecuencia lógica a la hartura de Matías, como el rastro que deja tu cuerpo y la voz de J. que sólo puede significar una cosa: tormenta. Creo que el uso de iniciales en la vida cotidiana, en el ruido de mi lengua, adquiere cierto romanticismo. Tiene un aire místico que compensa la modernidad oblicua de un código que sólo yo hablo

así

como si cada línea fuera una parte de mí que se expande. Para después bordar mi carne sobre ella y calibrar el salto.

He llegado al otro lado del tiempo y sigo sin saber quién soy.

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