LA TIERRA PROMETIDA: Sembrar frente al huracán
La tierra prometida, la representante danesa al Oscar a la mejor película internacional, que pasó el corte a la short list de 15 títulos preseleccionados antes de la lectura de las 5 finalistas el pasado 23 de enero, pero se ha quedado sin nominación, llega por fin a los cines tras pasar por los festivales de Venecia y San Sebastián. Y es una lástima que la Academia de Hollywood no la haya seleccionado entre las cinco finalistas porque es mejor que algunas que sí son candidatas a la dorada estatuilla.
La tierra prometida nos cuenta la historia real del soldado Ludvig Kahlen (Mads Mikkelsen), que en 1755 llega al páramo danés de Jutland con la intención de conseguir que esa tierra seca e imposible de labrar pueda ser sembrada con unas cosechas que le den riqueza y reconocimiento. Está dispuesto a trabajar duro y a contratar a la gente del pueblo que desee ayudar, pero rápidamente un hombre muy poderoso se pone en su contra: el terrateniente Frederik De Schinkel (Simon Bennebjerg), quien está empeñado en que esas tierras le pertenecen a él, cuando en realidad son propiedad del Rey. Y la batalla entre ambos da comienzo porque ninguno de los dos está dispuesto a ceder y harán lo imposible uno sembrando frente al huracán, trabajando esa tierra para que el Rey se lo recompense, el otro para que Kahlen cese en su intención de permanecer en ella.
La tierra prometida es el relato apasionante, y muy entretenido, de una rivalidad que se alargó a través de los años. Una lucha sin descanso por unas tierras que ambos defendieron, en el caso de Schinkel con una violencia inusitada que lo fue apartando de su pueblo hasta el punto de que éste comenzó a demostrarle un evidente rechazo. Sus métodos extremos contrastaron con la dulzura y las buenas formas de Kahlen, un hombre entregado a su causa y al bienestar de aquellos de los que se rodeó, caso de Ann Barbara (Amanda Collin), la sirvienta que todo hombre requería en su casa, y más en aquellos tiempos, o de Anmai Mus (Hagberg Melina), una niña a la que su familia renuncia y acude a él en busca de refugio, ya que su casa es el único sitio que conoce.
Personajes entrañables frente un villano de altura, un hombre que disfruta siendo malvado y llegando hasta las últimas consecuencias de sus actos. Hacía mucho tiempo que el cine no nos mostraba a un tipo tan vil en un contexto real, no fantasioso como pueda ser el de James Bond o el del superhéroe de turno. Alguien creíble, alguien capaz de resultar despreciable y concentrar el odio del espectador de una forma muy acusada. De este modo, La tierra prometida engrandece su condición de cine espléndido y consolida su propuesta haciendo de ella una película memorable en la que, por comparación entre ambos, recordaremos a su protagonista y a su antagonista como dos personajes que mantuvieron un duelo legendario.
Una película histórica que en realidad funciona como una de aventuras tradicional, por eso resulta tan amena y tan sencilla a la vez. Pero debajo de esa capa de entretenimiento realiza una disección de cómo era aquella época, de cómo era el hombre entonces, y podemos establecer paralelismos con nuestros días, en los que también las ansias de los poderosos por controlar las tierras y a quienes las trabajan son extrapolables, porque las tierras de las ciudades son las empresas. Así es posible identificarse con este emprendedor en durísimas circunstancias frente a un sistema que no le permite llevar a cabo sus iniciativas. Las ideas y las trabas no cambian tanto a lo largo de los siglos, por eso La tierra prometida nos llega tan hondo. Y gracias también a que Mads Mikkelsen y los actores que lo acompañan rebosan credibilidad y consiguen hacer de la película una cinta muy humana, muy cercana a los espectadores, éstos saldrán encantados con la experiencia vivida en la sala.
Silvia García Jerez