LA SEDUCCIÓN: en el amor y en la guerra
La seducción, de Sofía Coppola, ya está hecha. La rodó Don Siegel en 1971 con Clint Eastwood en el papel que ahora retoma Colin Farrell de un soldado de la unión herido en la Guerra de Secesión norteamericana que revoluciona una escuela de señoritas a la que llega cuando una de sus alumnas lo lleva allí para curarlo. Basadas ambas en la novela de Thomas Cullinan y titulada la anterior El seductor, Sofía Coppola nos da en La seducción su propia lectura del texto con Nicole Kidman al frente del reparto.
Sin ser la cinta original una obra mayor para quien esto firma, sí contenía trazos de grandeza que el remake en ningún momento reproduce. Los fundidos simbólicos, la atmósfera opresiva o la contundencia de la Martha interpretada por Gelandine Page desaparecen cuando hablamos de esta nueva versión, que en cambio gana en escenas irrisorias, momentos poco creíbles e interpretaciones muy alejadas de la perfección que se le supone a un reparto que completan Kirsten Dunst y Elle Fanning.
Solo Colin Farrell, como el hombre objeto perdido entre el dolor y la confusión de lo que supone para él permanecer en esa escuela, está a la altura del relato.
Posiblemente más que Clint Eastwood en el mismo personaje, ya que el primero en lo que a físico se refiere, aspecto fundamental en el devenir de su curación, se antoja un enorme acierto.
Contando la misma historia que rodó Siegel con el nombre completo de Donald, y pareciéndose a ella por motivos evidentes, no puede Sofía, hija del gran Francis Ford Coppola, estar más alejada de un resultado digno. Y es que la directora de Las vírgenes suicidas, Lost In Translation o Somewhere cuenta con un prestigio que debería volver a ser analizado con detenimiento para concluir que el talento no siempre se hereda, pero es que en su caso ni la ha rozado.
Una fotografía inmaculada construida a base de velas en candelabros no es sinónimo de la oscuridad interna que ahoga la convivencia, ni observar las caras compungidas de quienes sufren contrariedades tampoco implica que nos vayamos a identificar con aquello por lo que los personajes están pasando. El director tiene que darle a estos y otros elementos una entidad que Sofía es incapaz de incorporar. De este modo, asistimos al desarrollo de una historia como el que ve pasar ante sus ojos una circunstancia cualquiera, sin que nos afecte como espectadores.
La seducción es un relato de buenas intenciones que se van oscureciendo por los celos, un drama que deriva en el más absorbente cine negro, y un viraje de esta naturaleza, tan apasionante cinematográficamente hablando, requiere de un soporte firme que le dé la entidad que necesita. Imaginar esta película en manos de Kathryn Bigelow, por citar a otra mujer reconocida tras las cámaras, le hace un favor tan flaco a la de Sofía que por un momento tendría sentido soñar con un nuevo remake de la cinta. Esta vez bien hecho.
Silvia García Jerez