LA CASA TORCIDA: En busca del asesino
Titular, por mi parte, En busca del asesino a una película basada en una novela de Agatha Christie, en cuyo universo la finalidad de cada una de sus obras es precisamente esa, encontrar al culpable de la muerte nada accidental de la víctima, da una idea de a qué nos enfrentamos: a una cinta rutinaria en la que casi todo es previsible.
Después de que, de la escritora, se estrenara el pasado año una nueva adaptación de Asesinato en el Orient Express, dirigida esta vez por Kenneth Brannagh, que tanto dividió a crítica y público y de la que ya hablamos en La Cronosfera, ahora el cine se acerca a La casa torcida, un texto nunca antes llevado a la pantalla y que por tal motivo, y por el enorme y brillante reparto que lo adorna, resulta especialmente atrayente.
Insisto en estos datos, que son mejoran susceptiblemente la historia, un ejercicio casi esquemático que sigue el manual de este tipo de narraciones: un millonario es asesinado en la casa que construyó (más bien mansión, aunque por una vez se haya traducido correctamente al español del original inglés) y en la que vive con su extensa prole y el hijo de un detective de Scotland Yard se hace cargo del caso, que siempre parece más fácil de lo que luego resulta a ojos del investigador, pero no al del avizado espectador, al que poco costará intuir por dónde irá la resolución del caso.
Con un ritmo no excesivamente convincente, más bien pausado y por momentos monótono, Gilles Paquet-Brenner, responsable de las también decepcionantes La llave de Sarah y En un lugar oscuro, protagonizada por Charlize Theron y estrenada en nuestro país únicamente en formatos domésticos, incluyendo VOD, firma una cinta olvidable de la que uno lamenta que ese reparto tan brillante forme parte.
Glenn Close es la dueña y señora de la función. Últimamente la hemos visto en películas dignas de que se les diera la oportunidad que les negó la escasa atención que obtuvieron, caso de Melanie, the girl with all the gifts, una curiosa revisión del género zombie, y de Siete hermanas, que pasó desapercibida en la semana que estuvo en la cartelera española y que tuvo el placer de cerrar por todo lo alto la edición número 15 de la Muestra Syfy de cine fantástico.
En La casa torcida, como cada vez que aparece en película alguna, es la actriz a la que se dirigen todos los ojos cinéfilos. A Terence Stamp le sucede lo propio si del reparto masculino hablamos, y juntos eclipsan de manera natural, porque su prestigio los ha llevado a ello, a un estupendo Max Irons que hace lo que puede para salir airoso del proyecto. Y, todo sea dicho a su favor, su presencia y su trabajo no salen mal parados de un conjunto mediocre en el que destacar no es difícil, pero hay que conseguirlo.
No les ocurre lo mismo ni a Guillian Anderson ni a Julian Sands, dos rostros conocidos, el de él por haber estado hace décadas, sí, décadas, en Una habitación con vistas, que quien ha visto no olvida, pero sobre todo el de ella, por haber interpretado a la agente Scully en Expediente X durante tantos años, el último el pasado, pero cuyo encorsetamiento en personajes estereotipados y sin sangre en las venas no logran nada más que un reconocimiento de que sean ellos y de que igual mejor que no lo hubieran sido.
La revelación de La casa torcida es la joven Honor Kneafsey, una adolescente de 14 años en la actualidad, más pequeña aún durante el tiempo del rodaje, que ejerce como anfitriona del film, estando en buena parte de su metraje y haciéndose odiar como buena sabelotodo que a tan temprana edad irrita y de qué manera.
Su papel de Josephine Leonides la hace destacar con fuerza y a pesar de no ser este su primer acercamiento a la gran pantalla, deja claro que posee un talento que Hollywood no debería desperdiciar, como le ha sucedido antaño con otros chicos a los que no ha sabido manejar y a los que ha perdido en el camino a la madurez.
Pese a sus aciertos, La casa torcida es perfectamente olvidable. Es una lástima que con un material a priori interesante se realice un ejercicio rutinario que nada tiene que aportar al género del crimen. No sirve como ejemplo de nada, ni de realización de la que aprender, ni de guión solvente ni de interpretaciones por encima de la media de la que sus afamados actores han ofrecido en sus mejores momentos.
Es todo tan anodino que ni el vestuario o la dirección artística, tan destacables en otras producciones del mismo corte, merecen aquí mención alguna. Podrían haber situado la adaptación en África y nos habría dado lo mismo. Y es que, confiar en que Agatha Christie va a servir de colchón para amortiguar una película no es suficiente, más que una meta es solo el principio.
Silvia García Jerez