HOMBRE MUERTO NO SABE VIVIR: Negocios sucios
Hombre muerto no sabe vivir, bonito título para la ópera prima de Ezekiel Montes, nos lleva, ya desde éste, a la atmósfera sucia y oscura que la historia plantea.
En ella, Tano (Antonio Dechent) es el protagonista, un hombre bueno entregado a su jefe, Manuel (Manuel de Blas), quien ahora está muy mayor, sin dinero y sin fuerzas para defender el negocio al que siempre se ha dedicado.
Solía controlar la ciudad pero ahora Manuel solo quiere descansar. También quienes trabajan para él están pensando en dejarlo, caso de Eduardo (Paco Tous), que le anuncia a Tano que ya no aguantará más de una semana con ellos.
Pero todo se precipita cuando a Tano y a su gente les roban un cargamento de la droga que esperan y sobre todo cuando una nueva entra en el barrio a corromperlo y a provocar una oleada inaudita de locura y violencia desenfrenada por la hegemonía de la zona, a base de hacerse con el control de este estupefaciente que mueve mucho dinero, todo el que la banda de la careta electrónica parece desear. Y a partir de aquí se desatará una guerra en la que cualquiera puede salir mal parado.
Hombre muerto no sabe vivir es digna del mejor cine negro coreano. Por momentos, su sordidez se aproxima a la que nos suelen ofrecer los thrillers asiáticos, y eso implica una dureza en sus imágenes para las que no todos los espectadores pueden estar preparados. El nivel de su maquillaje, firmado por Víctor Alcalá, es escalofriante.
Y es que Hombre muerto no sabe vivir tiene muchas virtudes. Su ritmo frenético gracias a un montaje sin pausa, obra de José M. G. Moyano, su tensión continua, y esa explosión de violencia que no avisa porque es real, mucho más que en otras películas donde hay una atmósfera que nos indica que algo se acerca. Aquí no se acerca, aquí llega. Sin más. Como si no fuera una película.
El narcotráfico en Málaga, la lealtad, las traiciones, la supervivencia, todo entra en el peligroso cocktail que Ezekiel Montes nos presenta. No es fácil enfrentarse al nuevo negocio y Tano hará lo imposible por resolver una situación llena de problemas.
Montes salpica cada escena de una precisión admirable y quien no espere sangre, y en ocasiones incluso gore, se va a quedar sin aliento cuando asista a momentos especialmente crudos. Nada que el género no pida, pero no todas las películas ofrecen ese nivel de violencia explícita que tiene Hombre muerto no sabe vivir.
La película cuenta con unos actores excepcionales. Tanto los veteranos como los que son una auténtica revelación. De entre los primeros hay que destacar a Antonio Dechent (Operación Camarón, A puerta fría, Smoking Room). De él solo se espera maestría, y es lo que nos da. En cada plano. Su contención es digna de admiración. Siempre ha sido un actor muy estricto con los modos de sus personajes, nunca los ha extralimitado del ámbito de lo creíble, es decir, no sobreactúa, y eso habla muy bien de un profesional de su categoría, que podía desviarse hacia tonos más marcados pero prescinde del ruido para centrarse en el detalle. Y borda a su Tano y hace de él un personaje fascinante.
También hay que citar a Jesús Castro, aquel al que conocimos gracias a El Niño, de Daniel Monzón y a La isla mínima, de Alberto Rodríguez, ambas del mismo año y las dos trampolines para lanzar su carrera. Aquí se luce en su mejor trabajo en el cine hasta la fecha y realiza una interpretación mucho más madura que las precedentes, con un personaje que es justo lo contrario del nivel que su intérprete ha logrado: un niñato asustado y cargante que no sabe lidiar con la situación en la que se ha metido.
Rubén Ochandiano es otro de los rostros a destacar. Lo conocimos en la serie Al salir de clase y desde ese 1997 en el que empezó a ser popular ha trabajado en el cine en títulos fabulosos como La flaqueza del bolchevique, Los abrazos rotos o Biutiful. No ha sido protagonista pero siempre que ha participado en una película ha sido imposible olvidarlo, y ahora demuestra su talento, una vez más, con un personaje secundario de peso en el que vamos a conocer su lado más siniestro como actor.
Pero posiblemente el descubrimiento más sobresaliente de la película sea José Laure. Desconocido, de enorme presencia en la pantalla, Laure brilla desde que irrumpe en ese desierto cuya escena, por localización y por dramatismo, pueda recordar a la de los ancianos de Midsommar. Desde ahí su personaje ya impone cada vez que otro se enfrenta a él. Su Nolasko es impulsivo y directo, no admite fallos y no está jugando. Su seriedad camina acorde a la del tono sórdido de la película, y eso le imprime a ambos, al film y a su personaje, un aura de fiereza que le sienta de maravilla a la precisión con la que aborda el género.
Hombre muerto no sabe vivir es, por lo tanto, todo un acierto. Cine negro de primera categoría que nos atrapa desde el comienzo, con la voz en off de Antonio Dechent contando su pasado y su recorrido hasta aquí, con ese montaje impecable que recuerda al cine de Martin Scorsese en una secuencia a modo de prólogo donde ya nos quedan claras las intenciones de la película.
A partir de ahí ya nos ha ganado y solo resta asistir a la guerra entre quienes quieren mantener lo que tenían y quienes pretenden ser ahora los dueños. El pasado contra el futuro. Y nosotros, en la butaca, disfrutando del resultado.
Silvia García Jerez