ESPÍAS DESDE EL CIELO: la guerra en los despachos
La caza de una célula terrorista en Kenia es la base que sirve como argumento a Espías desde el cielo. El objetivo parece fácil de lograr, sobre todo gracias a los medios tecnológicos con los que cuentan los gobiernos, caso de equipos de vigilancia situados en distintos puestos o las más variadas cámaras para no perder detalle de aquello que se pretende atacar.
El problema surge cuando un ser inocente se interpone en el camino de la destrucción. Entonces entra en conflicto la moral y la ética, el deber, el honor y decenas de conceptos que detienen la orden y la cambian por un momentáneo alto el fuego. La posibilidad de matar a una niña frente a la de que los terroristas escapen y puedan causar un número mucho mayor de víctimas es algo que hay que consultar. A quien haya que hacerlo. A quien corresponda.
Gavin Hood, el director surafricano que consiguió el Oscar para su país con Tsotsi y que convirtió hace tres años El juego de Ender en una exitosa película, estrena ahora esta otra, que vuelve a ponerlo en el lugar que ocupan los grandes cineastas. No es nada fácil, en los tiempos que corren, que un film de espionaje en el que la acción es más interna que externa, en el que las persecuciones no se realizan en coches sino a base de llamadas telefónicas, resulte apasionante.
Helen Mirren contribuye sobremanera a la efectividad de la película. Es asombroso verla dominando la pantalla a sus casi 70 años. La seguridad con que impone su presencia y se hace merecedora de todas las alabanzas inventadas y por inventar es avasalladora. Y casi al mismo nivel podemos situar a Alan Rickman, el intérprete británico que nos dejó en enero y del que podemos disfrutar en esta película por última vez.
En Espías desde el cielo no sobra nada. Bueno, tal vez eso no sea cierto porque los créditos finales pueden ser muy discutibles. Pero aunque nos desbaraten un poco lo logrado por el largometraje, y no podamos negar lo que vemos, son, en el imaginario colectivo, la parte de las películas sistemáticamente rechazada. Apenas se les da tregua, aún sabiendo que puede haber un final adicional cuando el rodillo de créditos termine, caso de El secreto de la pirámide o de las producciones Marvel, pero al estar considerados el momento de luz verde para marcharse del cine, dejemos que en este caso las imágenes finales importen menos que nunca si no queremos enfadarnos con un producto sublime, hecho con la precisión de un reloj suizo, país que, por cierto, a pesar de los muchos que aparecen en la película, curiosamente no tiene cabida en ella.
Silvia García Jerez