EMA: El fuego de la liberación
Ema es, como ocurre con tantos títulos, más en el cine que en la literatura, el nombre de la protagonista de la película, en este caso la última de Pablo Larraín. Ema es una mujer dañada por los acontecimientos de su vida, que pretende reconducirlos de la única manera que sabe: a través de la pasión.
Ema comienza la película intentando asumir que ha perdido a su hijo, un niño adoptado porque su marido no puede darle uno natural. Y la pérdida es legal, no física, su hijo no ha fallecido, simplemente le han quitado la custodia porque no ha sabido cuidar de él, ya que entre otras cosas, el pequeño Polo ha aprendido de su madre adoptiva a prenderle fuego a lo que tenga a su alcance, cosas o personas.
Ema, superada por las circunstancias, decide poner fin a su matrimonio con el coreógrafo que dirige los bailes de reggaeton a los que se entrega cuando tampoco puede ejercer como profesora, y en ese viaje hacia la liberación personal su vida dará un giro tan radical que ya nunca volverá a ser la que fue.
Ema es un volcán. Ema contagia vida, entusiasmo por vivir y por vivir como tú quieras, sin cortapisas. Es una gozada asistir a su paulatina apertura sentimental, física y emocional a cuanto la rodea, siempre, por supuesto, sabiendo dónde está y con quién quiere estar.
Pablo Larraín, cineasta chileno que nos ha regalado maravillas como No, la película que reflejó el referéndum en Chile contra Augusto Pinochet, con Gael García Bernal como protagonista, con el que repitió en Neruda y coincide por tercera vez aquí, en Ema, desgrana con auténtico acierto la visión que la protagonista tiene ahora de la vida.
Ema no para, y no deja que nadie la pare. Es una superhéroe de nuestros días, una mujer llena de fuerza que lo único que quiere es recuperar a su hijo sin tener que renunciar a su vida, que en el fondo no consiste en otra cosa que no sea bailar.
Y contar Ema de la manera en que Larraín lo hace es una proeza. No tiene una estructura convencional, ni un lenguaje sencillo, sino uno muy apegado a la calle, gracias al cual se requieren los acertados subtítulos con los que se estrena.
Las imágenes que inundan la película son de una potencia visual majestuosa, pegadas al fuego real y metafórico con el que Ema atraviesa la vida.
Música, danza y sexo. Mucho sexo. Con cualquier sexo. Sexo, placer, orgasmos. Disfrutar de la vida, y a la vez amar a las personas con las que la vives. El mensaje de la película no puede ser más evidente ni más bonito. Y a la vez, en los tiempos que corren, más loco. Pura rebelión construida con fotogramas.
La protagonista de la película es Mariana Di Girolamo, una joven que comenzó su carrera en 2013, en series de su Chile natal, y que con Ema ha logrado ser el foco de atención desde que la película se presentó en los festivales de Venecia y Toronto del año pasado.
Su carisma es arrollador y aunque Gael García Bernal también es un intérprete maravilloso que esté colosal en la cinta, el descubrimiento de Mariana hace que los ojos no puedan separarse de ella y que nos preguntemos por qué no la habíamos conocido antes.
Larraín es experto en presentarnos personajes de mujeres fuertes que no se olvidan. Por supuesto, lo hizo con Jackie, en la que Natalie Portman interpretó a la viuda de Kennedy en los momentos posteriores al asesinato de su marido, desmontando la imagen que el mundo tenía de ella como viuda desvalida.
Pero es que también lo hizo en El club, una legendaria película sobre la pederastia en la iglesia que contaba con la hermana Mónica, interpretada por Antonia Zeggers, como personaje brutal dentro de una comunidad religiosa que de por sí ya es escalofriante.
Ema es un personaje apoteósico. Ficticio pero tan revelador como si fuera real. Protagonista de la película y de nuestras reflexiones al salir de verla.
Ema no es una película para todos los públicos. Es más, no es de descartar que alguno de sus espectadores se escandalice y tache la película de pretenciosa o de indigna cuando de lo que se trata es de cine diferente y entregado a una exposición del modo de pensar del siglo XXI incluso adelantado a su tiempo.
Si uno se deja llevar por la propuesta formal de Ema será una experiencia asombrosa. Si no, puede ser un infierno. También hay que advertirlo. Como decía, se trata de cine diferente, alejado de los convencionalismos comerciales, que nos muestra la vida de Ema a pinceladas absorbentes. Si nos adentramos en ellas. Si no entramos en su juego de libertad disfrutarla será imposible.
Y lo cierto es que Ema es otra gran película dentro de la filmografía de Pablo Larraín, un director con un sello autoral muy fuerte, haciendo cine siempre defendiendo a los más débiles y posicionado al lado de las causas perdidas, retratando, como aquí, a personajes que aparentemente no le importan a nadie porque la vida los situó en la marginalidad y según el cine comercial allí se deben quedar.
Pero Larraín no solo se fija en ellos sino que no los suelta. Película tras película nos demuestra que ocuparse de los personajes más vulnerables da como resultado cine fascinante. Cine que es puro fuego.
Silvia García Jerez