ELENA SABE: La sombra de una duda
Elena sabe, tercera novela de la argentina Claudia Piñeiro, tras Las viudas de los jueves y Tuya, tiene un título curioso. Porque es una afirmación que durante la mayor parte de las páginas de la historia va demostrando que así es, que Elena sabe esto y lo otro, y aquello y lo de más allá. Sabe que está enferma, que no puede disponer de su cuerpo y que quiere moverse para descubrir algo al respecto de lo que también sabe que solo ella tiene razón.
Es decir, que Elena sabe que hay algo que no sabe, por mucho que los demás le digan que no busque más, que lo que hay es lo que es. Elena sabe que hay una verdad escondida y ella la quiere averiguar. Elena sabe que no sabe. Y quiere saber.
Ese título es tan maravilloso como la novela que alberga en su interior, porque Claudia Piñeiro es una escritora fascinante y lo demuestra en cada frase, cada recoveco de pensamiento de Elena, cada recuerdo que la lleva a describir un personaje tan rico y tan lleno de vida, aunque su cuerpo esté casi muerto y no le responda como ella necesita.
Elena sabe es un thriller que nos muestra el camino a resolver un suicidio, el de Rita, la hija de Elena, convencida como está de que no se suicidó, como afirma el informe de la Policía, del forense y de todo el que tuviera que investigar el caso. No pudo hacerlo ella, se lo hicieron, y la novela nos va a ir desvelando la respuesta a ese enigma.
Y lo va a hacer de una manera prodigiosa. Resolver un crimen sin que una novela negra recorra los elementos oscuros que caracterizan al género, sino que ante nuestros ojos la lectura se despligue con la forma del más bello y delicado drama, el de una madre enferma que hace lo posible por coger un tren, luego un taxi y llegar, por último, hasta una casa para preguntar, pedir y tal vez suplicar a la única persona que puede completar lo que Elena sabe, es un triunfo de la autora.
No se puede escribir de una forma más bonita para cuestionarlo todo, ni usar de mejor manera el humor negro para relatar un trayecto, con detalles que no aburren sino que apasionan. Es imposible acercarnos de forma más lírica a una realidad tan dolorosa como la que vive la protagonista.
Por momentos a uno se le escapan las palabras de admiración al reaccionar a lo que lee. Porque es difícil encontrar de verdad a un escritor que domine su trabajo como Claudia Piñeiro lo hace. Cuántos escritores con nombre que no podemos recomendar tras haberlos leído hay, y no es el caso de Claudia, porque su lectura, tras comprobar lo extraordinaria que es, se hace obligatoria.
Su estilo, cercano al del escritor José Saramago, reconocible en esa falta de guiones para diferenciar diálogos, en esa mezcla de éstos con la descripción de la acción en la que se dicen, o en el reguero de conversación sin pausa nos devuelve al Nobel portugués, pero lo hace solo en la forma, que puede ser tan válida como poner puntos cada vez que algo se diga, como viene siendo habitual en todos los demás.
En el fondo, Claudia es otra, es ella, alguien que al igual que Elena, sabe. Sabe escribir, sabe contarnos una historia, una relación madre hija que exaspera pero que es real, reconocible al menos, sabe exponer el descreimiento de una mujer a la que sus creencias la llevan a hablar con el cura pero sin la devoción que se le supone a la charla.
Claudia Piñeiro es, para quienes no la conozcan, un descubrimiento. Uno de esos autores ante los que no hay vuelta atrás: una vez que se los conoce no se los puede abandonar, hay que seguirles la pista, los ojos piden leer otros trabajos, más historias contadas con su pluma, con la visión única que acabamos de saber que tiene.
Y Elena sabe será un ejemplo a seguir, una meta a la que aspirar, un listón que superar. Una comparación ante la que los demás libros tendrán que medirse.
No pasa con muchos títulos pero sí con este, uno no muy extenso, 200 páginas de oro en forma de escritura, de emoción en cada línea, de lástima a la hora de acabarlo pero de entrega por lo que implica querer ahondar en una trayectoria que, de estar a la altura de Elena sabe bien merecería el Nobel como premio.
Silvia García Jerez