LA MUJER DE NEGRO: Terror en el teatro
Si La mujer de negro lleva años teniendo éxito es por algo. No es casualidad. Está basada en la novela de Susan Hill que Stephen Mallatrat adaptó en 1987 para llevarla al West End londinense, donde continúa siendo la segunda obra no musical más longeva de su cartelera. Tras La ratonera, de Agatha Christie. En España no se ha llevado demasiado al teatro. Hace unos años se produjo para el Infanta Isabel con Emilio Gutiérrez Caba en su reparto. Con el merecido éxito posterior. Pero pocas veces se ha visto esta historia, incluso en formato cinematográfico, como la que protagonizó Daniel Radcliffe en 2012, también con muy buena recepción.
Ahora, en Madrid, en el teatro Fígaro, puede volver a disfrutarse, en el mejor y más terrorífico sentido de la palabra, de La mujer de negro, una historia que nos presenta a Arthur Kipps, un abogado de mediana edad que contrata a un actor, ante la imposibilidad de que él mismo pueda hacerse cargo del relato, para que le ayude a contar un suceso horrible que le ocurrió en un castillo estando allí con su familia. Una presencia fantasmagórica atemorizó los días de su estancia y dejó en él un profundo trauma del que nunca ha querido ni podido hablar.
Con la intención de exorcizar sus demonios y superar aquel episodio contrata al actor para que, en un teatro abandonado con decorados destartalados, lea lo que ha escrito. Es incapaz de ponerle voz: él no es actor y no sabe cómo hacerlo. Pero el actor le ayudará. Poco a poco irá representando lo que Kipps ha convertido en un largo texto y nos va a ir sumergiendo en la historia de manera que realidad y ficción comiencen a mezclarse sobre las tablas. La mujer de negro cobrará vida ante nuestros ojos y la historia será también la del actor. Y la de los espectadores…
En una versión en la que se han potenciado la escenografía y el vestuario, así como los efectos de sonido, los efectos visuales y la iluminación de la sala, La mujer de negro se convierte en una experiencia brutal para quienes la observan desde su butaca. Sobre todo para quienes estén en el lado de la izquierda. Pero en realidad, para todos va a ser una obra sobresaliente: los gritos de los espectadores te rodean, se escuchan a tu alrededor viniendo del lado en el que cada cual se asuste. Es una experiencia tan espeluznante como divertida, porque pasar miedo de manera colectiva, en el teatro, no es lo más habitual. Y se agradece. Es complicado conseguirlo y su directora, Rebeca Walls, lo ha logrado. Y se merece un aplauso.
También sus intérpretes, Jordi Ballester y Diego Braguinsky. Se esfuerzan al máximo y nos ofrecen unos trabajos muy poderosos. Y Luis Crespo, el creador del espacio escénico. Menuda barbaridad lo que transmite con sus decorados. Buena parte del miedo que pasamos se debe a ellos.
La mujer de negro es una obra de equipo, eso está claro, y el espectador la completa con su imaginación. Puedes llevar al escenario ciertos elementos, pero no puedes meter animales y aunque se pudiera, hace tiempo que se prohibieron en el circo, se da por hecho que también sobre las tablas. O las cajas, que el espectador deberá convertir mentalmente en carruajes. Pero los actores, con sus imitaciones de movimiento sobre el terreno, lo resuelven con facilidad.
Y no es fácil poner esta obra sobre el escenario. Es un texto complejo que va continuamente del pasado al presente, que nos mezcla varios personajes y nos lleva a un lugar oscuro habitado por un terrible secreto. Hay que dominar muy bien las teclas de las que La mujer de negro está compuesta porque es muy sencillo resbalar y que algo no funcione. Y lo que vemos los espectadores es una filigrana con el engranaje de un reloj suizo.
Una historia terrible con varias capas a diseccionar en la que el humor y el terror se dan la mano de manera asombrosa. Pero el patio de butacas, a pesar de haber gritado muchísimo, se pone en pie cuando acaba. También por el alivio de que lo haya hecho… No, en serio, es una obra descomunal que se lo merece todo, un hito que estará en el teatro Fígaro hasta el 11 de agosto y que nadie debería perderse, no sólo los amantes del terror, también los que deseen ver una obra del máximo nivel técnico y artístico. Una joya que lleva 30 años haciendo historia.
Silvia García Jerez