EL BAILARÍN: El triste sabor a cobre

Seguir la vida de alguien mundialmente famoso y al que la historia venera porque se sale de lo común, por ser un cuervo blanco, que es como se denomina a alguien excepcional y que también es, El cuervo blanco, y precisamente por eso, el título original de El bailarín, es algo, a priori, apasionante.

Porque el cine no suele fijarse en quien no tiene nada que aportar a la historia. Lo hace pocas veces, siempre en películas no comerciales, algunas incluso en documentales acerca de un pueblo desfavorecido o de alguno de sus habitantes, y normalmente, a no ser que se trate de un hito dentro del cine, caso de la reciente Cafarnaúm, no tiene repercusión en nuestra memoria, más que nada porque son películas tan olvidadas como los personajes que las protagonizan.


Pero no es el caso de El bailarín, que rastrea la vida del célebre Rudolf Nureyev poniendo especial énfasis al momento en el que se enfrentó a la KGB a la hora de dejar la Unión Soviética con la prestigiosa Kirov Ballet Company, con la que se disponía a ejercer como bailarín fuera de su país.

El bailarín está dirigida por el actor Ralph Fiennes, aquel al que Steven Spielberg descubrió para el mundo cuando lo convirtió en uno de los actores secundarios de La Lista de Schindler, su primera nominación al Oscar de las dos que obtuvo a lo largo de su fructífera carrera.
La segunda sería por El paciente inglés porque la Academia decidió ignorarlo cuando nominó El gran Hotel Budapest a 9 estatuillas dejándolo a él al margen, cuando era el espléndido protagonista de un reparto evidentemente coral.


Además de un actor con prestigio, consolidado desde los primeros títulos de su filmografía, es también un director, pero bastante más irregular que en su faceta interpretativa. Su ópera prima es una muy recomendable Coriolanus pero ahora nos ofrece una que es todo lo contrario.
Porque El bailarín, que como decía antes tiene todos los ingredientes para ser una película apasionante, se acaba situando en el otro lado del espectro por ser una cinta plúmbea, espesa y en la que Nureyev brilla porque siempre lo hizo, no porque en este filme se refleje de manera suntuosa y cinematográficamente excepcional la figura que el genio de la danza merece.


Y la pena es que por falta de pasión no será que no se haya conseguido una gran película, se nota que todo el equipo está involucrado en ella hasta límites indecibles. El propio Ralph es el mejor ejemplo para ilustrar el esfuerzo invertido en ella, habida cuenta de que también se reserva un papel en ella, el del profesor Pushkin, el único con el que Nureyev quiere dar sus clases, y Ralph ha tenido la entereza no solo de tomar clases de ballet para afrontar el proyecto sino también de interpretar todo su personaje, una media hora de metraje en total, en ruso.


Está implícito en el trabajo de los actores aprender las destrezas de los personajes que interpretan, si es músico aunque sea a tocar una partitura, si es policía tendrá que hacerse varios cursos acelerados de cómo trabajan, y así con cada profesión que les toque emular, y con los idiomas pasa lo mismo, si a quien interpretas no habla lo mismo que tú, debes aprender su lengua para llegar a alcanzar la profundidad de su persona.

El bailarín está rodada en cuatro idiomas: inglés, ruso, francés y un poquito de español. Cierto es que su reparto es muy internacional y además la historia demanda que los idiomas varíen, pero no estamos acostumbrados a que en el cine tal circunstancia se respete, normalmente se hace la vista gorda y se deja el inglés como idioma genérico en el que se da por hecho que todos hablan de manera fluida.


Hasta que llegan Mel Gibson o Falph Fiennes para incluir idiomas varios o lenguas muertas, y el caso de Mel exigir, y con razón, que la película no se doble para que no se pierda ese trabajo. Ralph Fiennes no ha exigido nada y desconozco cómo será el trabajo de doblaje de su película, pero da pena saber que una cinta tan cuidada en ese aspecto perderá su pluralidad lingüistica en otra versión que no sea la original.

Oleg Ivenko y Ralph Fiennes en El balarín
Oleg Ivenko y Falph Fiennes en EL BAILARÍN

A pesar de lo estupenda que es técnicamente hablando, solo en eso El bailarín es asombrosa. De resto es una lástima comprobar cómo, a medida que va transcurriendo la historia, nos vamos desencantando con ella.
La frialdad con la que se narra es uno de los aspectos que te van sacando de la proyección. No emociona en ningún momento, hasta tal punto que lo mismo nos da si Nureyev decide finalmente desertar o no de la Unión Soviética aunque sabemos que lo hará porque así consta en la Historia y porque la cinta presenta un flash-back global para contar cómo sucedió.
Y esa es una decisión tan trascendental que debería suponer un clímax asombroso dentro de la película, pero tal y como está contado no es sino un punto de inflexión más en una vida que va pasando como si nada por la pantalla.

Tampoco los flash-back a la infacnia de Nureyev nos aportan material sustancioso. Rodados en blanco y negro para subrayar el pasado, esos flash-back dentro del que es la historia de cómo llegamos a la deserción son una evidencia tal que descoloca, y ante lo innecesario de su contenido supone un metraje que directamente podría haberse quedado en la sala de montaje.


Pero sí resulta loable acercarse a un artista tan completo para desmitificarlo en cierto modo, ya que el bailarín es presentado como un hombre soberbio, consciente de su genio y caprichoso en extremo al que los cambios de humor favorecían, en quienes estaban a su lado, merecidos desaires.


Oleg Ivenko interpreta de forma maravillosa a Nureyev, eso hay que reconocérselo al actor, y a Ralph por haberlo logrado: su parecido físico, su plena forma para encarar los pasos de baile, su destreza y fluidez para mostrar a un alumno sobresaliente con maneras del artsta excepcional en el que se convirtió son dignos de alabarse.


Pero en su conjunto, pocas pinceladas de brillantez para un film que en realidad decepciona. Porque cuando no esperas nada de una película y es lo que te da, no hay sitio para la lástima, pero en el caso contrario, cuando un film tiene un potencial increíble y no termina por ofrecerlo, uno siente que, al no encontrar lo que busca, si el oro es la meta, el cobre sabe a desengaño.

Silvia García Jerez

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