DOGMAN: El hombre que susurraba a los perros

Que Luc Besson, director de las célebres Nikita, dura de matar, El profesional (Léon), El quinto elemento o la espléndida Lucy, rodada ya en el siglo XXI, hace 9 años para ser exactos, llevara su último trabajo, Dogman, a la sección oficial a competición del pasado festival de Venecia, justo hace ahora un año, el que ha tardado en estrenarse comercialmente en nuestro país, indicaba algo muy positivo para la película. Pero hasta que no la ves no sabes hasta qué punto lo positivo se transforma en colosal.

Y es que se ha dado la conjunción perfecta. Por un lado, el hecho de que el últimamente no demasiado prolífico director francés haya logrado salir con éxito de su zona de confort del género fantástico -mezclado con el de acción-, y por otra que haya convencido a uno de los festivales de cine más importantes del mundo para que la incluyan a competición, dándole así una entidad que no imaginábamos que tendría. Porque los festivales únicamente acogen estas películas fuera de sus secciones oficiales a concurso de cara a estrenarlas mundialmente para que sus alfombras rojas sean las protagonistas y le supongan una publicidad añadida de glamour y presencia de caras conocidas, que es la que muchas veces prima en los medios de comunicación. La unión de ambas circunstancias forma un todo tan llamativo como interesante, porque si un festival de categoría A quiere tener en su sección oficial a concurso la cinta de un director que por su trayectoria jamás habría optado a estar ahí es que la película tiene algo que lo merece. Habrá que descubrir qué es.

Por lo pronto, Dogman nos cuenta la extraña historia de un hombre al que su familia ha maltratado desde la infancia de tal modo que sólo ha encontrado consuelo y refugio en los perros. Contada de esta forma, la película tiene poco argumento y menos alicientes cinematográficos, pero Luc Besson, autor también del guión del film, sabe darle al desarrollo una entidad asombrosa para que esta simple idea se convierta en una película rebosante de garra y de emotividad. Aunque los elementos fantásticos sigan presentes, porque conseguir que los perros lleguen a ese nivel de adiestramiento parece algo más que difícil: da la impresión de que los efectos digitales también han tenido un papel fundamental a la hora de darles la credibilidad que, por otro lado, es evidente que consiguen.

Douglas Munrow (Caleb Landry Jones) vestido como Marilyn Monroe en el film

Dogman comienza por el desenlace. Douglas Munrow (Caleb Landry Jones), el protagonista amante de los perros, es arrestado y llevado a una celda. Hasta allí se desplazará su abogada, que necesita saber cada detalle de su vida, quién es y por qué está ahí, para poder ayudarlo. Y Douglas comenzará a contársela. Así sabremos cómo empezó a amar a los perros, a comunicarse con ellos a través de miradas, gestos, ruidos o susurros, cómo y por qué se metió en el mundo del travestismo o qué le pasó para llegar a ser parapléjico y no tener movilidad en las piernas. Y entenderemos otro de los motivos por los que Dogman es fascinante: porque su actor principal lleva al personaje a una dimensión estratosférica.

Desde el primer momento, desde que lo detienen, ya intuimos la perfección a la que Caleb Landry Jones va a llegar. Su dominio del cuerpo, de ese personaje que se ha construido, de esa fantasía en la que vive, por momentos, sin dejar nunca de pisar la fealdad que lo rodea, es apoteósico. Su yo herido siempre está detrás de la máscara, de la peluca, del maquillaje. Y sus perros, a su lado, que son quienes lo fortalecen, quienes han hecho de él quien es. El perfil que va construyendo de él mismo ante nuestros ojos es el de alguien que nunca pretendió hacer daño a nadie y que, dada la sociedad en la que vive, se ve obligado a defenderse. Con perros o con pelucas. El arma no le importa, sólo el resultado obtenido.

Por todo eso, y por mucho más, Douglas es único. No puedes ni quieres apartar la mirada de la pantalla cuando él está en ella. Sus miradas, sus pausas, sus movimientos. Caleb realiza una interpretación prodigiosa que no se vio recompensada en su justa medida. Y su justa medida era haber ganado el Oscar al mejor actor. Pero su nombre no apareció en toda la temporada de premios. Injustamente. Porque su personaje tiene el calado dramático que la academia requiere. Y sí, es un personaje con peluca -muchos académicos reducirían a eso su interpretación-, pero no por ello Dustin Hoffman dejó de optar a él por Tootsie. Y era una comedia. La razón de Douglas para vestirse de mujer no es la misma pero es igual de convincente si de premios hablamos. No había excusas para no tener en cuenta a Caleb en la categoría de mejor actor, únicamente… no haber visto la película.

Y es una lástima que no lo hayan hecho, porque habrían disfrutado muchísimo con ella. Dogman es una auténtica fiesta que mezcla en su base dramática la acción con la emotividad, la música con la reivindicación social, el arte clásico de Shakespeare con el de Marilyn Monroe… no falta de nada en este cóctel tan bien pensado y mejor ejecutado. Ni siquiera el cine negro.

Que una película así compitiera en Venecia por el León de Oro habla muy bien del festival. Le ganó Pobres criaturas, que era otra joya, pero de haberlo hecho Dogman habría sido un acierto del jurado. Una decisión tan atrevida como cuando Titane ganó la Palma de Oro en Cannes e igual de merecida. El cine tiene que innovar y los premios han de ser un reflejo de ese avance cultural. Y, admitámoslo, Luc Besson lleva innovando en el cine desde que llegó, porque aún hoy El quinto elemento sería una película que sacudiría el panorama internacional. Ahora llega Dogman para hacer lo mismo en un mundo muy diferente a aquel, más saturado de estrenos debido, curiosamente, a la masificación de títulos y de formatos en los que verlos, pero si este amante de los perros consigue hincarle el diente a la cartelera será una de las mayores gozadas a descubrir por los espectadores este verano.

Silvia García Jerez

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