CHINAS: Un bazar sobrado de racismo
Tras el éxito de Carmen y Lola, había muchas ganas de ver la tercera película de Arantxa Echevarría, y aquí está. Se titula Chinas y es, de nuevo, una cinta que se enclava dentro del retrato social. Entre medias, su segundo trabajo, la comedia La familia perfecta, con guión ajeno. Ahora, con Chinas, se centra, precisamente, en esa comunidad internacional a la que apenas prestamos atención. Sólo la tenemos en cuenta cuando sus tiendas están a nuestra disposición si nos han cerrado el súper porque es tarde, o si es día de fiesta. Pero cómo son, cómo viven, cómo han llegado hasta nuestro país, qué dejaron atrás, nada de eso nos incumbe. Y Arantxa Echevarría ha querido que los conozcamos un poco más. Ha puesto el foco en la comunidad china de Usera, distrito del barrio chino madrileño por excelencia, pero podríamos asegurar que el retrato es extensible a otros. Otros muchos. No queramos saber a cuántos.
Chinas cuenta la historia de varias mujeres orientales. La de Lucía, una niña de 9 años cuyos padres tienen un bazar en el que venden de todo, por eso se llama bazar, aunque nosotros lo llamemos ‘chino’, y no ganan lo suficiente, pese a trabajar 14 horas al día, para pagarle a su hija la fiesta de cumpleaños que tanto desea… en el Burger King. Parece algo sencillo pero ni siquiera lo más simple está al alcance de todo el mundo. Chinas también cuenta la historia de Claudia, su hermana adolescente, cuya vida en pandilla va a empezar a revelarle hasta qué punto los españoles son racistas. Y la historia de Xiang, una niña adoptada que empieza a hacerse preguntas sobre su origen y sobre quiénes son sus verdaderos padres.
Arantxa Echevarría ha afirmado, al respecto de cómo nació esta película, que cuando va a hacer la compra ve todo tipo de personas en el establecimiento, chinas, rumanas… pero que en el cine no refleja esa diversidad. Todos los personajes son siempre blancos en la pantalla, como si no viviéramos en una sociedad multirracial. Y ella quería dejar claro en su cine que la realidad es muy distinta a cómo nos la plantea la ficción en nuestro país.
Chinas sirve como un mosaico para entender cómo se sienten, en el espectro de sus distintas edades, todas ellas en su trato con nosotros. Y no va a ser bonito vernos reflejados en la cinta. Porque nuestro racismo es más evidente de lo que creemos, tanto que muchas veces no nos damos cuenta de lo asumidos que tenemos los términos que usamos. Cuando hablamos de ‘ir al chino’ a ellos no les sienta nada bien, y en la película uno de los personajes nos lo dice sin tapujos: es un bazar, llamarlo ‘chino’ es completamente despectivo.
No estamos ante una cinta cómoda. Las chinas no son personajes secundarios que sonríen de fondo y forman parte del paisaje. Aquí se adueñan del primer plano y no las vamos a ver sonreír demasiado. Porque están enfadadas, agobiadas, incluso humilladas. Y lo dejan patente. Arrastran un pasado que afecta a su presente y les cuesta aceptar que su condición de extranjeras sea objeto de burla, de odio, de abuso. No debería ser así con nadie, pero los chinos también sufren el trato recibido por negros o por gitanos. El diferente, por muy integrado que intente sentirse, por mucho que asuma la cultura del país en el que está, siempre será diana de maltrato por racismo.
Ese es el punto fuerte de Chinas, acercar al espectador a una comunidad a la que no vemos con los ojos con los que Arantxa Echevarría la filma, un punto de vista que debería hacernos abrir los nuestros. El punto débil… son varios. Es, para empezar, lo larga que se hace. Podría y debería ser más corta. También está en la cantidad de historias que nos quiere contar sin una estructura clara para tratarlas. Toda la magia que tenía Carmen y Lola aquí se desvanece, no encontramos una reivindicación sana de la comunidad china. Todo son problemas para ellas, es una película antipática de ver. Empatizamos con las causas de los personajes pero no con ellos. Están amargadas, lo entendemos, pero llegar a ser ariscas, y a resultarlo, no ayuda.
Chinas es una película llamativa por la maravilla que hizo su directora con su ópera prima y por la inclusión de Carolina Yuste en su metraje, una vez más, aunque en este caso sea en un papel muy pequeñito, apenas testimonial, pero vuelve a brillar de nuevo, como suele hacerlo. Tampoco pasa desapercibido el hecho de que Pablo Molinero y Leonor Watling sean los padres adoptivos de Xiang, pero se trata de otro tropiezo en el resultado de la película, porque no funcionan en este contexto. Sus continuas discusiones resultan exageradas, excesivas ya en una película plagada de ellas. Y además, sus conocidos rostros distorsionan la base anónima que la cinta plantea.
Por lo tanto, estamos ante un trabajo fallido, un intento loable de defender a una etnia que se merece la atención, el cariño y el respeto que no le damos, pero la manera en la que Arantxa Echevarría lo pide y lanza su mensaje está lejos de ser positiva, de lograr la empatía a través de su cine. Es una lástima porque Chinas tenía un potencial enorme para representar la bandera de la dignidad para dicha comunidad en España, pero sus intenciones se van torciendo a medida que avanza el relato, que se van cruzando sus historias y van perdiendo fuerza narrativa aunque mantengan la de la injusticia, esa que debemos superar para ser mejores personas.
Silvia García Jerez