TÁR

Blanchett, Maestra.
Y Field enseñándonos sobre narcisismo, poder y manipulación.   

Hacía más de quince años que Todd Field no realizaba ninguna película. 

Con Táy junto a Cate Blanchett compone su último filme entre talento, control, abuso de poder y ecos del Me Too, a través de una inquietante y psicológica obra sobre el triunfo y declive de una Maestra, una célebre directora de orquesta, narcisista y manipuladora que vive entre susurros, tocs y fantasmas, mientras va dejando cadáveres en cada movimiento que ejecuta. 

Nominada a seis de los grandes premios Óscar, incluyendomejor guión, película, director y actriz, Tár es toda una master class de música, cámara, montaje, fotografía e interpretación, pudiendo regalar a Field y Blanchett el podio de las estatuillas doradas. 

Tár es apellido. Logrando la identidad sin diferenciarla por nombre masculino, o femenino. Aunque Tále pertenece a “ella”. Y sobre todo, a Cate Blanchett. Difuminándose a través de una imagen andrógina y seductora, de varón y de mujer, e interpretando a una reconocida diva del mundo de la música, que sería igual de cabrona si fuera una desconocida profesorade conservatorio. 

Blanchett aprendió piano, orquestación y hasta alemán para encarnar a Lydia Tár, esa maestra de filarmónicas y profesora de futuros concertistas, que además convivió con tribus casi perdidas y se convirtió en una experta de sus melodías. Protegida de Bernstein, toda una estrella en la dirección de la orquesta de Nueva York y la primera mujer en lograr el podido de la de Berlín -algo que todavía no ha ocurrido en la realidad-, Tár es también madre y esposa, aunque ella se presente como padre y lesbiana. 

Tan apabullante currículum sirve al director de presentación al personaje en la propia película, mientras unos cánticos continúan sonando desde el arranque del filme, tras unos sorprendentes créditos iniciales. 

Y escuchando todo aquello a través de unos altavoces, encontramos a la protagonista desarrollando un ritual de gestos y alientos, justo antes de salir a escena. Esta vez, para ser entrevistada por un periodista de renombre, Adam Gopnik -quien se interpreta a sí mismo-, cuando vemos una melena pelirroja que capta por un segundo nuestra atención. Ocupando su lugar y como si fuéramos parte de esa misma audiencia, llegaremos hasta el escenario donde, por fin, Tár aparece. 

Con un comienzo tan misterioso y fascinante, una ya se queda atrapada por los movimientos de cámara, los certeros planos, los detalles sutiles en la fotografía y por supuesto, con la presencia arrebatadora de Blanchett, quien compone su Tár con esas mismas respuestas, dándose a conocer con anécdotas de batutas y reflexiones sobre la influencia de parejas, o amantes, en cualquier composición. 

Es entonces, y casi recién empezada la cinta, cuando una se pregunta si será capaz de seguir el ritmo cultural al que parece tender, incitando a pausarlo y hasta a tomar notas. 

Claro que lo siguiente es un plano secuencia de casi media hora, que es una maravilla técnica y un alarde de musicología, tan determinante en la trama como de lo mejorcito de Tár,, mostrando a la Maestra dando clase y opinando sobre Gould, Mozart y Bach desde su eminencia, soberbia y hastacondescendencia, durante una batalla intelectual con un alumno, igual de orgulloso, quien no teme enfrentarse al mito, o la autoridad, como tampoco perdona la genialidad de un artista sin calidad humana, defendiendo vehementemente la censura y el desprecio a algunos de los grandes compositores clásicos por su opiniones xenófobas o sobre cuestiones de identidad, resultando imposible no admirar ambos discursos, tan radicales como cautivadores. 

Así va Tárallegro ma non troppo, y aún estando en el primer acto. Aunque Tár sea una tragedia en tres movimientos atravesando la admiración, el rechazo y la vergüenza, de principio a fin, y tocando a todos los personajes. 

Superando la misoginia, el machismo e incluso el histerismoque aún queda asociado al triunfo de una mujer en un mundo de hombres, el filme es además el retrato de una personalidadtóxica con sus síntomas y efectos colaterales. 

Táes elegante y monstruosa. Ya sea la película con esos planos contrapicados que sobrecogen o estremecen, ya sea ese apellido que arrastra una afilada interpretación de Banchett, quien crea y destruye al ídolo, a la persona y al personaje, con sus tics incluidos, aportando detalles que suman sentido al sinsentido entre charlas de eruditos y ensayos de orquesta, problemas con una becaria desequilibrada de cabello color caoba, dudas con su asistentapersonal, y también con su pareja, y hasta con la nueva violonchelista que desencadenará la caída de la artista con denuncias por mala praxis incluidas. 

Dicho lo cual, Tár tiene más de hedonismo y narcisismo, más de egoísmo y cuestión de carácter, que de género. Mucho más de abuso de poder y manipulación, y no tanto de crítica a conductas inapropiadas. No obstante, el guiño al Me Too se hace más que presente, mencionando a Plácido Domingo y su habitación de hotel con un fastuoso piano de cola… Y que cada cual se haga su concierto. 

Blanchett/ Tár


Tár es sesuda, psicológica y casi terrorífica, yendo en crescendo según avanza el metraje, cuando todo se vuelve más borroso entre la imagen pública y privada, llegando incluso a transfigurarse esa apariencia andrógina en atisbos de calavera, de cercanía a la muerte. 

Cuando una trabajada fotografía, muy oscura, nos permite ver con claridad la intimidad y soledad de Tár. Apareciendo entonces los susurros de los vivos, con los rumores cobrando vida, y los de los muertos con espectros en una casa casi encantada, donde se encienden velas, el metrónomo se esconde, o una partitura desaparece. 

Claro que Field aún metiéndose en lo espiritual más allá de lo psicológico, domina el tempo y la estética, y consigue que nada chirríe y todo parezca real. Todo medido y ajustado, como que la hija sea la única que consigue la bondad de la directora, y que el clímax sea el delirio hecho canción con acordeón -de autoría de la propia Banchett- por la venta de la casa, por las quejas por el ruido, por el ruido de la Música. 

Y así se va formando el retrato, a lo Dorian Gray, con las piezas que ya van desencajadas hacia la catarsis, que viene algo acelerada y pasando por una breve visita familiar -muy freudiana-, hasta la escapada final al lejano Oriente -ese lugar naciente de segundas oportunidades para occidentales y shows a lo Nacho Cano-, donde vuelta a empezar.

Field, quien se encarga también del guión de Tár, no abandona en ningún momento el drama, como ocurría en sus anteriores películas; En la habitación, su debut, tratando el duelo de la muerte de un hijo, y Juegos secretos (Little Children), abordando la pedofilia en un vecindario. 

Ambas abarcan las relaciones inapropiadas, la culpa y de alguna manera, el castigo. 

En su último trabajo, el cineasta vuelve a traspasar cuestiones controvertidas para introducirnos en el mundo de la música clásica, con una impresionante banda sonora que paradójicamente queda desaprovechada entre el snobismo, el status y el hipnótico estudio sobre las implicaciones éticas y artísticas que supone Tár.

Atravesando conciertos y hasta bajándose de su pedestal, frente a la teclas, o delante de un pentagrama, Blanchett está de premio y apunta maneras para conseguir otra estatuilla dorada, habiendo ganado ya el Globo de Oro. Pero el resto del reparto merece igualmente mención, con el predominio de mujeres y unas estupendas actrices. Y ahí está Nina Hoss, como su pareja, Noémie Merlant, la asistente de Lydia, y Sophie Kauer, la nueva violoncelista, una instrumentista que se estrena en el cine. 

Tár se presenta como una de las favoritas en los premios Óscar, aunque Todd Field no resulta hit para todos los gustos. Sin embargo, con tres películas y en apenas tres movimientos parece que ya se ha subido al podio de Hollywood. 

Mariló C. Calvo  

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