LA CASA DEL RELOJ EN LA PARED
La casa del reloj en la pared se estrena dos semanas antes del fin de semana adecuado para ella. Porque es la película ideal para Halloween y para que niños y mayores la disfruten sin cortapisas. Pero ya que se estrena el día 11 de octubre, pueden ir pasándolo bien con ella y repetir a finales de mes. Y seguro que más de uno lo hace.
Porque La casa del reloj en la pared está llena de magia y de aventuras y transmite lo que muchos espectadores en los 80 sintieron al ver títulos míticos a los que siempre vuelven. Los fantasmas atacan al jefe o House, una casa alucinante, ese tipo de cine que con el que tan bien se pasaba entonces está de vuelta. Si es que alguna vez se había marchado.
Y lo ha hecho de la mano de Jack Black, un actor cada vez más acostumbrado a rendir homenaje a esta época, ya que hace solo un par de años estrenó Pesadillas, basada en las novelas de R. L. Stine. Ahora vuelve a ese universo fantástico ochentero con La casa del reloj en la pared, que en este caso está basada en la novela de John Bellairs.
La cinta cuenta la historia de un niño huérfano, Lewis (Owen Vaccaro), del que se hace cargo su tío Jonathan, interpretado por Black, quien lo recoge del autobús para llevarlo a su casa, una mansión enorme y fascinante que suele compartir con su vecina Florence (Cate Blanchett), con la que se lleva estupendamente a pesar del continuo pique que se traen a cada minuto.
De hecho, casi forman un equipo que por las noches busca sin cesar, en esa casa enorme y llena de vidrieras que se mueven y de magia que no cesa, el reloj que los trae de cabeza. La historia del mismo no la vamos a contar aquí, es parte del grueso que hay que descubrir en el cine, pero el trámite para hacerlo y encontrar el reloj que da título a la película es un viaje tan alucinante que vale la pena acompañar en él a sus personajes.
Eso sí, que nadie se deje engañar por el aire que Jack Black tiene, en La casa del reloj en la pared, al Jack Nicholson de El resplandor, ni por su mansión, que sin ser un hotel produce también cierto repelús, porque aquí tanto Jonathan como Florence son dos almas cándidas, entrañables y muy divertidas, sobre todo Florence (qué enorme actriz es Cate Blanchett), dispuestas a hacerle la vida más fácil al pequeño Lewis. El problema es que el ambiente no está por la labor de dejarlo tranquilo.
Jonathan le advierte de que no hay normas que seguir hasta que se topa con un armarito, al que por supuesto Lewis no tendrá acceso. Ni se te ocurra, pequeño. Pero las circunstancias que rodean su integración le obligan a saltarse esa norma… que traerá consecuencias muy graves.
Pero por muy oscuro que sea el argumento, el tono de la película es el de una novela juvenil sin malicia alguna, compuesta solo de diversión. La magia que vemos en la película nos va a recordar a algunos pasajes de la saga Harry Potter y las películas antes citadas nos dan una idea de hasta qué punto ésta es cruel con la audiencia infantil: absolutamente nada.
El envoltorio es, eso sí, muy digno de la fiesta de Halloween, pero si hacemos hincapié en la palabra fiesta la idea de lo que transmite la película es tan clara que anima a querer verla a los espectadores de cualquier edad. Y todos van a pasarlo bien con ella.
Con un ritmo prodigioso que, contrariando al título, no permite que miremos nuestros relojes, la acción de la película pasa en un suspiro ante nuestros ojos. Con una música espectacular de Nathan Barr y unos efectos especiales que convierten en real este mundo fantástico, La casa del reloj en la pared es una experiencia muy saludable para toda la familia.
Tal circunstancia llama la atención cuando descubrimos que su director es Eli Roth, un especialista en el género de terror en su vertiente gore, que nos ha ofrecido títulos míticos como Hostel y su segunda parte o El infierno verde, una de las mejores producciones sobre poblados caníbales que el cine reciente recuerda. Así las cosas, que Eli se haya pasado al cine juvenil es una buena noticia para que sus fans podamos descubrir que es un director versátil capaz de salir del gore y bordar su acercamiento a otros terrenos.
Silvia García Jerez