BITELCHÚS BITELCHÚS
Conjuro eterno
Beetlejuice, Bitelchús, Betelgeuse. Que igual da cómo se diga o escriba, pues el conjuro al pronunciar su nombre funciona décadas después. Lo mismo es con tal de invocarle tres veces y a la par, como bien se hace en esta entretenida secuela que trae lo mejorcito de Tim Burton.
Divertida y nostálgica, con referencias propias y homenajeando al género, esta segunda parte de aquel filme con casa encantada y habitantes del más allá que traspasó el cine de los ochenta con su humor, ternura y terror, regresa del recuerdo con su genuina estética y ese espíritu freak que definieron a su director para siempre.
Bitelchús Bitelchús triunfará, triunfará…
Es lo que tienen los fantasmas y los clásicos; que vuelven y son eternos.
Han pasado más de treinta años del estreno que marcó a toda una generación de público y cineastas con una comedia fantástica y terrorífica -muy de la época, cuandoThe Ghostbusters también pululaban por la gran pantalla- sobre una pareja fallecida, que resulta ser los otros habitantes de una casa adquirida por unos nuevos propietarios y poseída por un fantasma cachondo y soez -en todos los sentidos-, quien es el verdadero dueño del lugar.
Entre el asco y la risa, Michael Keaton convertía a Beetlejuice -que significa algo así como “zumo de cucarachas”- en un personaje icónico con ese traje rayado en blanco y negro, y esa voz ronca que conectaba el mundo de los vivos con los muertos, a través de una maqueta de un pueblo, de esos tan idílicos americanos-.
Con unos novedosos efectos especiales -que ahora son vintage– y un maquillaje y peluquería como de disfraz de su amado Halloween -que llegó a ganar hasta premio Óscar-, la imaginación de Burton que mezclaba expresionismo alemán, cine clásico y algo de serie B, convirtieron a Beetlejuice en un éxito del que aún se recuerdan escenas memorables; como la del cementerio con rótulos de neón, la cena hechizada con baile incluido, y esa sala de espera del más allá que supera a la de El cielo puede esperar.
Además la cinta significó la primera aparición de Winona Ryder, como hija adolescente gótica y cuando el término todavía daba miedito.
El tiempo ha pasado y ahora Ryder interpreta a una presentadora de televisión a lo Vampira-Elvira, famosa por todo lo ocurrido y con una hija no creyente en fenómenos paranormales, quien tan sólo desea ver a su padre muerto y sobrellevar su vida de niña rica -en la piel de Jenna Ortega y en un papel tan similar como estupendo a su personaje en la serie Wednesday, también de Burton-.
Pero un nuevo fallecimiento hace que deje su uniforme de colegio bien y se reúna con toda la familia en esa casa encantada o maldita, que ya es leyenda.
Mientras, en el inframundo, encontramos a un policía con espíritu de actor -tan gracioso, Willem Dafoe- persiguiendo cualquier intento de fuga o alteración de la eternidad; como es el caso de una bella chupa-almas que ha resucitado, recomponiéndose cual novia cadáver, en busca del prometido perdido -encarnada por Monica Bellucci con su imponente presencia y apenas una frase-.
Se mantiene Catherine O´hara como la excéntrica madrastra, quien vuelve a estar divina. Y sorprende la breve aparición de Danny DeVito, que nos lleva a toda una época de cómicos del cine americano. Aunque quizás, echarán de menos a las otras estrellas de entonces, Alec Baldwin y Geena Davis, aquellos otros vivos o no muertos -sacos de carne, según los llama Beetlejuice Beetlejuice-, que bien podrían haber aparecido en holograma.
Claro que hay que mencionar a los nuevos personajes, que dan mucho juego. Y ahí está Arthur Conti, un inquietante chaval de la casa del árbol -sin más que comentar y por no destripar-, y Justin Theroux de pareja consorte -quien viene de esa maravilla de serie que es Leftovers, igualmente sobre desaparecidos a otro mundo-.
Practicado una combinación de terror, humor y ternura claramente reconocible, y creando escuela, Burton ha dirigido y producido tanto narraciones suyas como de otras mentes, imponiendo su estilo, ese que no abandona el mundo de la infancia y parece como escapado del universo onírico, con todo aquello que sale de su cabeza de pelo alborotado -imitado por el mismísimo Bitelchús-.
Desde su primer corto -con un perro a lo Frankenstein-, Burton se ha fijado en el cine de terror. Ya sean versiones o invenciones, tiende siempre a contarlas hacia la diversión, el color, la animación y la música, aunque se traten de pesadillas o sean cuentos en versión adulta.
Claro, que habiendo confesado que se consideró un niño rarito por tales gustos, ahora parece que todo él es un mero producto y una exposición permanente.
Sin embargo esta secuela recupera al Burton original, en todos los sentidos, y vuelve la poderosa imaginación de filmes tal alucinantes como las adaptaciones de Sweeney Todd, Sleepy Hollow e incluso, Batman; las versiones de Dumbo, Charlie y la fabrica de chocolate, y Alicia en el País de las Maravillas. También la de aquella de cintas más personales; las conmovedoras Big Fish y Ed Wood, la parodia de Mars attacks, y por supuesto La novia cadáver y Eduardo Manostijeras, con esos personajes tan suyos que ya forman parte de nuestra memoria pop.
Esta entrega de Beetlejuice con el número 2 -o repitiendo Bitelchús Bitelchús a la par- entretiene de verdad, con continuos guiños a su propio cine y al que siempre le inspiró.
Ahí está la casa protagonista que recuerda a la de Psicosis, o a un amable cuadro de Hopper, junto a ese expresionismo interior con puertas, ventanas y pasillos inclinados de aquel Gabinete del doctor Caligari, entre una maqueta que enlaza con Encuentros en la tercera fase cual recibidor de seres de otros mundos, como también esos trabajadores del limbo de los no-muertos con la cabeza encogida a lo jíbaro que, junto a los espíritus deshinchándose, nos llevan a Men in Black. Claro que igual verán algo parecido a Chucky -una locura- y hasta un torero-zombie en plan typical spanish -un horror-.
Sin duda es una secuela con detalles brillantes; la casa envuelta en un velo negro cual mortaja, la estación de tren donde se pilla el soul train, muy del ritmo de los años setenta, y ese gore casi naif, que tanto se agradece en tiempos de tanto true crime.
Igualmente hay secuencias de aplauso; y ahí queda la narración en italiano del todo el hechizo, en un clásico blanco y negro, como la utilización de slowmotion para ponernos en la situación de estos muertos, a lo sexto sentido, que siguen muy vivos. No faltan los gusanos de arena -esta vez, hechos digitalmente- ni la sucesión de intercambios de almas, juramentos y tramposos contratos, que se aceleran hasta llegar a la secuencia final con boda de musical y playback, todo incluido, y añadiendo una chispa de terror -actual y de ovación- criticando el fantasmeo del postureo que implican selfies y pantallas.
Riéndose de todo y de sí mismo, Beetlejuice ha vuelto con lo mejor de Tim Burton.
Tal cual. Y aunque el conjuro es eterno, como el amor por Bitelchús, en esta ocasión pinta finito. Claro que podría aparecer en cualquier momento, en una obra teatral o en un parque de atracciones…
Pero mientras, quédense con el fantasma gamberro hasta los créditos del cierre de su última película; pues siempre tiene un broma de más, o alguna sorpresa escondida (ese tema final sonando a Carrie), que juro juro que les divertirá divertirá.
Mariló C. Calvo